En 1853, Rusia quiso apoderarse de la Península de Crimea en el Mar Negro para tener una salida al Mediterráneo y envió sus ejércitos contra Turquía, la dueña de Crimea. Pero Gran Bretaña y Francia enviaron también sus ejércitos para defender a Turquía. Fueron batallas duras y hubo muchos heridos por ambas partes. El gobierno francés pidió a las Hijas de la Caridad que fueran a Crimea a atender a los heridos de su ejército. Las Hermanas daban a los heridos una medalla de la Virgen con las manos extendidas llenas de rayos. Y los heridos comenzaron a curarse de tal manera que todos los soldados pedían a las Hermanas la Medalla que hacía milagros, y desde entonces se la conoce como la Medalla Milagrosa. Pero ¿cómo apareció esa Medalla?
La tarde del 27 de noviembre de 1830 la Hija de la Caridad santa Catalina Labouré estaba haciendo oración en una capilla de Paris, cuando tuvo una visión. Se le apareció la Virgen María de pie sobre un globo rodeado por una serpiente a la que Ma-ría pisaba la cabeza. Es un mundo dominado por la serpiente del mal, xenofobias, tráfico de niños y mujeres, abusos sexuales, violencia doméstica, atentados, injusticias, tan comunes entonces como ahora, y que la Virgen quiere extirpar. La Virgen tenía en sus manos otro globo que también representaba al mundo, pero iluminado por la luz que salía de sus dedos. Era el mundo tal como lo quería María, sin males ni sufrimientos, lleno de luz y bienestar. Rodeando la imagen había una invocación: ¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que acudimos a ti! La imagen giró como una medalla y en el reverso había una cruz sobre la letra M. Debajo, dos corazones, uno atravesado por una espada y el otro con una corona de espinas, y todo rodeado por doce estrellas. Santa Catalina oyó una voz en su interior que le decía: Haz acuñar una medalla según este modelo. Quien la lleve con fe recibirá gracias abundantes. Los rayos que salen de mis dedos son las gracias que doy a quienes me las piden.
Inspirados por el Espíritu Santo el sacerdote Paúl P. Aladel y Monseñor Quelen, arzobispo de Paris, acuñaron esta imagen con los brazos extendidos en una medalla que se propagó por todo el mundo. Es la Medalla más extendida. De ella se han repartido miles de millones. No hace muchos años aún, la pedían las gentes porque conocían los prodigios que hacía. Tantos que, no teniendo nombre, desde la Guerra de Crimea se la conoce como la “Medalla Milagrosa”.
Sin embargo, no propagamos tanto la otra aparición de la noche del 18 al 19 de julio, cuando la Virgen despertó a santa Catalina por medio de un ángel para que bajara a la capilla y allí estuvieron hablando Madre e hija desde las 11’30 hasta poco antes de las dos de la madrugada. Esa noche, María se presenta entristecida, con los ojos bañados en lágrimas, y, como lo haría una madre a su hija, le descubre a santa Catalina las desgracias que van a caer sobre los hombres y los remedios para evitarlo. También hoy la serpiente del mal parece asfixiar el mundo: inundaciones, incendios, atentados, injusticias, paro, opresiones a los débiles, emigrantes a los que el hambre lleva a morir en el mar. Ni los gobiernos ni los políticos ni los científicos son capaces de encontrar soluciones a tantos males. Sólo queda confiar en Dios, en María, Madre de los hombres, pues parece que sólo una intervención divina, un milagro, puede enderezar este planeta.
Santa Catalina tuvo una visión corporal de la Santísima Virgen por una gracia sobrenatural. Algunos dicen que no fue una presencia real de la Virgen María, sino que Dios milagrosamente impresionó la imagen de la Virgen María en los sentidos corporales de la santa mientras dormía. Pero otros, afirman que no fue nada imaginativo, la Virgen la despertó para que fuera a la capilla a hablar con ella sobre los males del mundo y cómo solucionarlos. La santa dice que se levantó, se vistió, caminó y puso las manos sobre las rodillas de la Virgen María. Esto es excepcional y no hay otra aparición de la Virgen en la Historia de la Iglesia en que hubiera un contacto físico. Pero para Dios nada hay imposible si no va contra la razón.
El recelo de las Ciencias y el discernimiento oficial de la Iglesia
Es difícil comprender estas apariciones de la Virgen porque la ciencia no sabe explicarlas y las tiene como leyendas, mitos o cuentos inventados por una neurótica. Las apariciones presuponen la existencia de otro mundo, otros seres racionales, capaces de entrar en contacto con este mundo nuestro, con nosotros mismos, en una comunicación personal que no pueden demostrar los medios físicos. No se trata de ovnis o extraterrestres. Todos ellos serían seres materiales, y no de un mundo espiritual que no puede ser detectado por la ciencia humana ni por instrumentos materiales.
Sin embargo, la ciencia moderna seriamente fundamentada nada tiene que decir contra las apariciones de la Virgen Milagrosa, tal como las ha admitido la Iglesia católica. Nada hay contra la posibilidad de que la Virgen se comunicara con santa Catalina de una forma visual y hablara con ella para darle un mensaje de ayudar a la humanidad. La Iglesia antes de permitir su devoción examinó esas apariciones.
Se analizó la personalidad de la joven Catalina Labouré y los sicólogos declararon que tenía una personalidad totalmente normal, inteligente, serena y firme.
Por otra parte, la gente veía que había coherencia entre lo que decía santa Catalina y lo que vivía de acuerdo con el mensaje que le dio la Virgen. Cuando lo que dice alguien no va acompañado del testimonio, se hace contradictorio y no se le cree.
Los obispos vieron que no había nada contra el evangelio ni contra la razón, y que anunciaba el amor. Era una Medalla para liberar a los hombres, denunciando los males y pecados que hay en el mundo.
Después de un detenido examen por científicos y teólogos, los Obispos y el Sumo Pontífice han permitido la Medalla como ayuda a los necesitados y como devoción para el pueblo.
La Santa Sede al permitir el culto a la Virgen Milagrosa aclara que esas Apariciones pueden ser creídas piadosamente, porque hay testimonios y argumentos que indican que fueron apariciones sobrenaturales, pero sólo con fe humana y dentro de una piedad con Dios y la Virgen. No son Palabra de Dios revelada en la Sagrada Escritura o en la Tradición que exijan fe divina. El Papa es tajante en este punto: “ni se les debe, ni se les puede otorgar un asentimiento de fe católica”. En las apariciones de la Virgen Milagrosa no se dan las condiciones para el ejercicio de la fe que se presta a Dios y a su Palabra revelada en la Biblia o en la Tradición que manifiestan el hecho central de la fe cristiana en el hablar definitivo de Dios por su Hijo Jesucristo y se refieren al misterio de salvación de la Humanidad. Pero el Papa también dice que para no creer en estas Apariciones hay que tener argumentos serios, y nunca burlarse de ellas ni despreciarlas.
La Medalla Milagrosa
En estas apariciones hay que distinguir «la aparición de la Virgen» que tuvo santa Catalina y «el mensaje que la Virgen pretende darle» a ella y a todos los hombres de ayudarlos a vivir en justicia, amor y paz, y para ello le manda acuñar y propagar una medalla que el pueblo llamó Milagrosa por los milagros que hacía. Pero le pone tres condiciones: llevar la Medalla con fe, rezar la jaculatoria ¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que acudimos a ti! y acudir al altar donde está su Hijo Jesús.
La Medalla Milagrosa tiene actualidad, si la llevamos con fe y no como un amuleto mágico. La Medalla ni es un amuleto ni tiene nada de magia. Lo que hace el milagro es la fe, la confianza en el poder que Dios da a su Madre para que nos ayude, como dijo Jesús: Si tuvierais fe diríais a este monte trasládate al mar e iría.
La Medalla tampoco es una antigualla beata, fruto de una piedad infantil, como tampoco lo es llevar la insignia de un Club de Futbol o de una sociedad gastronómica. La Medalla es el carnet que acredita que pertenecemos al Equipo de María, es la insignia de un club, donde todos somos hermanos. Es el signo de solidaridad y de unión de la humanidad en busca de la paz y, si no nos da la paz, quiere decir que llevamos la Medalla como un adorno y no como señal de hermandad. La Medalla indica que quienes la llevamos, pertenecemos al Reino de Dios, cuya Reina es la Virgen del globo, y trabajamos por la justicia en bien de toda la humanidad, pero en especial de todos los asociados solidarios entre sí, porque todos los que la llevan tienen que sentirse atados por la cadena de la Medalla y con ver que otro lleva la Medalla y necesita nuestra ayuda, se la damos de inmediato.
Quien lleva la Medalla Milagrosa está confesando que es hijo de la Virgen María. La Medalla es el apellido que nos ponemos para indicar a qué familia pertenecemos y quiénes son nuestros padres. La familia de los que llevan la Medalla es la familia de la Virgen Milagrosa, que da la seguridad de no andar solos en la vida.
Llevar la Medalla Milagrosa es una plegaria continua a María, pidiéndole ayuda para implantar el Reino de Dios con la jaculatoria ¡Oh, María sin pecado, ruega por nosotros que acudimos a ti! Porque quien lleva la Medalla está manifestando su fe de que el Reino de Dios se implantará en el mundo. Es un modo sencillo de evangelizar, porque el mundo ya no cree en la existencia de Dios ni que haya otra vida feliz en el más allá. La única felicidad -dicen- está aquí y hay que luchar por alcanzarla en esta vida, aunque sea atropellando a los demás.
Pero también se lleva la Medalla para conmemorar la visita que la Virgen hizo a Santa Catalina Labouré, preocupada por los sufrimientos de sus hijos en la tierra. La Medalla da confianza en uno mismo y en los demás para trabajar por el Reino de Dios entre los pobres, dando sentido a la vida y un objetivo por el que vale la pena vivir: Instaurar el Reino de Dios en este mundo, viviendo la compasión y la justicia hacia los más abandonados.
P. Benito Martínez, C.M.
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