Renovación, entrega la libertad

por | Ago 13, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

Seguramente habéis escuchado o leído muchas veces la escena de la Anunciación. El cuadro no puede ser más sencillo y cualquiera es capaz de imaginarse la escena: una joven nazarena en una oración altamente contemplativa experimenta la propuesta de que en aquel mismo momento Dios quiere encarnarse en sus entrañas por obra del Espíritu Santo para salvar a la humanidad y hacerla feliz. Y podemos también imaginarnos a las Hijas de la Caridad en el momento en que el Espíritu Santo les pide permiso para engendrar a Jesús de nuevo en cada una de ellas. Y han elegido la fiesta de la Encarnación para renovar los votos como una confirmación de la entrega que hicieron a Dios, cuando entraron en el seminario. El P. Alméras, en 1669, determinó esa fecha para la renovación de los votos de todas las Hijas de la Caridad, con independencia del día en que los hicieron por primera vez, porque era el día en que Luisa de Marillac, Bárbara Angiboust, Isabel Turgis, Enriqueta Gessaume y otra Hermana hicieron los votos en 1642 por primera vez en la Compañía. ¿Por qué eligieron ese día? Nunca lo sabremos; acaso por el cariño que Luisa de Marillac tenía a la encarnación del Hijo de Dios. Pero una vez escogida esa fecha, la encarnación del Verbo se convierte en fecha histórica para la Renovación de los votos en la Compañía.

Al renovar, el Espíritu Santo transforma a la Hermana en Cristo y Cristo puede ver a los pobres con los ojos de ella, compadecerse de ellos con el corazón de la Hermana y ayudarlos con sus manos. Es lo que san Vicente les decía: despréndete de tu espíritu y revístete del Espíritu de Cristo. Y vas a desprenderte del ansia de vivir cómodamente que sientes en tu corazón para revestirte de la pobreza de Cristo, vas a despojar a tu corazón del deseo de amar a unos hijos propios, asumiendo, como Jesús, el celibato, y, despojada de tu voluntad, asumes la obediencia. Ya no tendrás más bienes que los de Jesucristo crucificado, ya no tendrás más hijos que los pobres, ya no tendrás más voluntad que la del Espíritu Santo. Santa Luisa se pregunta: ¿qué le entrego a Dios cuando renuevo, si mi ser me lo ha dado él, por la creación, y todo lo que tengo es de él por la conservación, y en el bautismo ya le entregué todo? Y ella misma se responde: Ya sé, en la renovación le entrego a Dios algo que es mío y no suyo: Mi libertad, mi voluntad libre, que ya no usaré si no es para cumplir su voluntad (E 98). Todo de acuerdo con Jesús que llamó a María bienaventurada no por ser su madre, sino por cumplir la voluntad del Padre (Mt 12, 46-50).

También la Hijas de la Caridad son bienaventuradas, porque, como María, son dóciles a los impulsos del Espíritu Santo para seguir la voluntad de Dios de ser madres de los pobres. En este siglo en que se buscan madres adoptivas para niños sin padres el hecho de adoptar a tantos pobres por hijos, te merece el título de bienaventurada. En esta época de consumismo, de ganar para gastar, tú haces voto de pertenecer a la clase de los que no tienen, pues eso significa no poder gastar sin permiso. La pobreza enorme de Jesús fue que siendo Dios, se rebajó a ser hombre y, teniéndolo todo, no lo usó sin permiso del Padre, a no ser en bien de los pobres. Querer pertenecer a la clase que nada tiene es digno de alabar en estos años de bienestar. En estos tiempos en que se enaltece la libertad personal para medrar y tener poder, tú haces voto de obedecer a tus superiores legítimos. Sois dignas de ser alabadas, porque, al renovar, cumplís la voluntad divina de dar en tu corazón una familia a los excluidos.

Renuevas porque tienes compasión de los pobres necesitados de amor. La indiferencia ante la miseria de muchos, no cabía en el corazón de María, ni cabe en el tuyo. Muchos están abandonados por la indiferencia de quienes los rodean. Tú no, pues tu vocación es la compasión, que el Hijo de Dios te pide para salvarlos por medio de ti. Dichosa tú y dichosos los pobres porque renuevas ser su amiga. Vivirlo hasta la muerte, como María Santísima, para transformar este mundo en el Reino de Dios, en la civilización del amor, aunque para ello, Dios tenga que revestirse de vuestro pobre cuerpo humano. Así seréis, en un sentido auténticamente vicenciano, hijas y madre, al mismo tiempo, de Jesús que encarnado en vosotras quiere hacer felices a los pobres.

Benito Martínez., C.M.

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