Transformarnos en Jesucristo

por | Nov 20, 2021 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

La espiritualidad cristiana es trinitaria, porque todos los cristianos se bautizan en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después de reflexionar la semana pasada sobre la relación con Dios Padre, esta semana podemos considerar las relaciones con Dios Hijo, Segunda Persona de la Trinidad. Y surge de inmediato la vocación con la que nace todo ser humano, la de incorporarse a la Humanidad de Jesucristo, procurando que Jesús divino no oscu­rezca al Jesús hombre del evangelio que nos reviste de su Espíritu para que nos incorporemos a su Humanidad. Y es clave, porque existe el peligro de formular la vida espiritual a partir de definiciones, «la vida espiritual es esta y hay que vivirla con tales características». Pero qué es la vida espiritual y sus características, solamente lo sabemos al contemplar cómo las vivió Jesús. Santa Luisa de Marillac escribía a las Hijas de la Caridad: “De él aprenderán los medios para practicar las sólidas virtudes que su santa Humanidad ejerció desde su Nacimiento en el pesebre. De su Infancia alcanzarán cuanto necesiten para llegar a ser verdaderas cristianas y perfectas Hijas de la Caridad” (c. 712). Y meditaba que el Espíritu Santo llena a las Hermanas del amor a la Humanidad de Jesucristo y las empuja “a la práctica de sus virtudes” (E 67), ya que la vida espiritual de una Hija de la Caridad consiste en vivir su espíritu practicando la humildad, la sencillez y el amor a la humanidad de Jesucristo, que es la perfecta caridad (c. 420). Al incorporarnos a la Humanidad de Cristo y vivir con su Espíritu, se convierte en él y los pobres al ver a una Hermana no ven a una mujer sino a Jesús.

Es tradición animar al “seguimiento y a la imitación de Cristo”[1], san Vicente de Paúl, sin embargo, prefiere animar a “revestirse del espíritu de Jesucristo”. En «el seguimiento o en la imitación» parece que el acompañante y el modelo están fuera del discípulo que quiere ser como Cristo, mientras que revestirse sugiere ser otro Cristo, es transformarse en Cristo que asumió la condición humana, tuvo una historia como la nuestra, se entregó a una causa con éxitos y fracasos y por ella dio su vida convertida en modelo nuestro. “Este pensamiento me ha venido después de haber deseado por algún tiempo el amor de la Humanidad santa de Nuestro Señor para verme empujada a la práctica de sus virtudes especialmente la mansedumbre y la humildad, la tolerancia y el amor al prójimo”, escribía santa Luisa (E 67), siendo adorador del Padre, servidor de su designio de amor y evangelizador de los pobres y “honrando a Nuestro Señor Jesucristo por la práctica de las virtudes que su santa humanidad nos ha enseñado” (c. 500), y san Vicente lo resume en un consejo que dio al joven P. Durand: en cada momento pregúntate que haría ahora Jesús (XI, 240). Pero para imitar a Jesús hay que conocer su vida, desde que nace en Belén hasta que muere en Jerusalén, y saber por qué y para qué vivió de aquel modo. En los evangelios, podemos conocer a Jesucristo humano siguiendo a san Juan: «Les anunciamos lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y nuestras manos han palpado acerca del Verbo que es vida» (1Jn 1,1). Es más que un estudio cristológico y bíblico, es un encuentro en la oración contemplativa. Se trata de conocer al Señor «experimentalmente», como un discípulo y no como un investigador.

Poder imitar la vida de Jesús anima a las Hijas de la Caridad a un contacto constante con los evangelios, que nos acercan todo el año al Jesús de la navidad y de la pasión. En los Evangelios, las Hermanas descubren las semejanzas del contexto histórico en que Jesús realizó su misión, con el contexto histórico de la sociedad moderna en las que desarrollan su servicio y su vida espiritual. La figura de Jesús Hombre en los evangelios tiene plena actualidad en un mundo que sufre el hambre, la intolerancia, los fanatismos. Jesús es invisible, porque su cuerpo humano se transformó con la resurrección, pero está próximo a quienes le invocan, un Jesús que dejó una herencia incorruptible: “La paz os dejo, mi paz os doy; no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14, 27). La paz en el corazón del hombre sigue una antigua sentencia: cuando somos jóvenes queremos cambiar el mundo, cuando somos personas maduras y vemos que esto es imposible, pensamos cambiar nuestro alrededor y después de años, vemos que también esto es imposible y ya solo intentamos cambiarnos a nosotros. Parecido a lo que pide el Papa Francisco, cuando llama a reformar la Iglesia empezando por cada uno, «sin prejuicios ideológicos ni rigideces».

Nota:

[1] Modernamente ha brotado una discusión tonta: si se debe preferir seguimiento a imitación. Tonta, porque ya san Agustín exclamó hace siglos: “Quid est enim sequi nisi imitari?” Pues ¿qué es seguir sino imitar? (De sancta virginitate, 17).

P. Benito Martínez CM

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