“Todo primogénito varón será consagrado al Señor”

Mal 3, 1-4; Sal 23; Lc 2, 22-40.

El Evangelio nos presenta a la Sagrada Familia cumpliendo varia tradiciones rituales: al octavo día la circuncisión del niño e imposición del nombre; a los cuarenta días el ofrecimiento a Dios del “primer fruto” del matrimonio, y la purificación ritual de la madre después del alumbramiento.

Vemos a un par de esposos llegando al Templo, modestos y piadosos cumpliendo con la tradición; pero vemos algo más… En la escena no aparecen los sacerdotes, solo gente sencilla, la gente que “esperaba la liberación de Israel”. Ni el niño ni sus papás revelaban algo fuera de lo común. Eran pobres, presentaban la ofrenda más modesta (“dos tórtolas”) permitida para los que no podían pagarse algo más costoso. Sin embargo, es la mirada profunda y sabia de dos ancianos, que confían en la fidelidad de Yahvé, y que mantienen viva la esperanza, la que desentrañó el misterio escondido en la aparente insignificancia de aquel niño. En él se contenía toda la luz que necesita el hombre para caminar en la verdad y alcanzar la dicha verdadera.

María y José presentaron su hijo a Dios; Simeón y Ana lo presentan a toda la humanidad: Él es el Salvador, “luz que alumbra a todos los pueblos”.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón Soltero C.M.