Otro año finalizado que deja recuerdos sorprendentes en escenarios tan conocidos, pero poco visitados; lugares en los que con hecho pensado nadie frecuenta aunque parezcan fabulosos o sean el inicio de contemplar un excelente paisaje natural, al menos. Rincones de las grandes ciudades en los que por estar en fiestas de fin de año nadie se presenta, pero si hay en ellos una razón para visitar. Muy pocas veces el tráfico vehicular o peatonal nos obliga a pasar por esas zonas tan vulnerables; ante la prisa de llegar a tiempo para compartir con los amigos o familia, se hace necesario desviarse para tomar un atajo y ganar tiempo.

Con carreras empieza los cumplidos del recordado 31 de diciembre para los compañeros de mi Conferencia Santa Luisa de Marillac, ciudad de Guatemala, aunque meses antes se han  preparando los horarios y visitas acostumbradas, no a nuestras familias, sino a nuestros asistidos, esta vez fue diferente. No contábamos con que Maria Flora Herrera tendría que asistir a su padre enfermo y Silvia Crisóstomo atender a su madre de avanzada edad con fuertes quebrantos de salud, y entre tanto que Silvia, Marco Xom y Maria Flora atendiendo las necesidades de sus hogares, la única disponibilidad de continuar con los planes de la Conferencia estaba en mi. Así que, sin más ni menos, no podía faltar a la visita de cárcel programada para ese día; era la primera cita del día.

Una noche antes, mi acompañante de siempre, quien me brinda el servicio de transporte, confirma su ausencia, pero los tamales, el pan y la bebida estaban más que listas, así que tenía lo necesario. Desde luego, en mi mente inició la incógnita: ¿cómo hare para viajar solo, y llevar la comida?  Luego de realizar algunas llamadas telefónicas no logre conseguir compañía, pero si transporte. Por supuesto que llegado el gran día, desde tempranas horas, me presente a la casa de las hermanas Lila, Verónica, Virginia López y Cindy Rodríguez, quienes proporcionan la donación y, luego de recibir y agradecer su hermoso gesto, espere en la esquina de la calle a la persona que me trasladaría a la cárcel Pavón, zona 18 de la ciudad capital, a 21 kilómetros de distancia de donde nos encontrábamos.

Por supuesto que toco viajar en motocicleta, y aunque pareciera difícil e incomodo, llegamos a nuestro destino. Aquel lugar estaba saturado de visitas de gente con rostros de nostalgia. Luego de esperar mi turno para el respectivo registro de ingreso, finalmente tuve oportunidad de acceso. Aquella gente recibió los tamales con un gesto de amabilidad que por un momento pensé que hubiesen querido hasta comerse las hojas de plátano de envoltorio de la masa del tamal; no habían desayunado y no estaban dispuestos a guardar su merienda para compartir todos juntos su comida hasta más tarde, en la última noche del año, y, ante la necesidad de que cada uno destapara su tamal, fui observando como uno de ellos lengüeteó cada rincón de la hoja del envoltorio de su tamal y con mucha alegría volvió al lugar en donde me encontraba platicando con los demás y me dijo con lagrimas en sus ojos: “dígale a los que hicieron posible los tamales que no tengo como pagar el gustito que me dieron para hoy, pero si tengo la voluntad de portarme bien, para ofrecer con esto mi salvación y las bendiciones para ellos. Dios se los va a pagar”. Luego de una pequeña oración, finalizamos la visita con un caluroso abrazo.

Corriendo para llegar a tiempo a mi otra cita, como de costumbre me tocaba realizar turno en la Vigésima novena Compañía de Bomberos Voluntarios con sede en Amatitlán, por lo que luego del medio día me presente. Me asignaron puesto de trabajo, prepare mi equipo y me dispuse a trabajar, ese día pude asistir infinidad de servicios de diferente índole: accidentes de tránsito incluyendo tres incendios forestales de seis que hubieron para amanecer la madrugada del uno de enero. Y, con ello, llego el primer medio día del año. Aún sin darnos tiempo de degustar un bocado de comida como almuerzo, sonó la alarma para atender un último servicio. Así nos dispusimos con mis compañeros, Caballeros bomberos Marvin Vladimir Diaz y Cristian Francisco Zamora asignados a la ambulancia 1519, a atender aquella última cita del día para mí, antes de volver a casa para un merecido descanso.

Fuimos requeridos a la calle principal de la aldea El Cerrito, carretera circunvalación al lago cerca de la playa, en donde indicaron que una persona de sexo masculino se encontraba en la puerta de una iglesia evangélica muy reconocida y, al llegar al lugar, vimos al paciente recostado en la banqueta de aquel lugar, en condiciones deplorables, con una desnutrición severa, abdomen pronunciado, vomitado, defecado, con un aspecto haraposo totalmente, sin quejarse, sus ojos brillaban al momento que cuando nos veía, se dejaba ver al acercarnos, por debajo de sus parpados, un color de piel amarillento. Mi compañero piloto al ver esa escena desde la ventanilla de la ambulancia respondió con un gesto negativo, y en el instante al bajarnos del carro con mi otro compañero, empezamos a organizarnos para ver la manera en que procederíamos para hacer el respectivo traslado al hospital nacional local.

Nadie quería acercarse a esta persona, el olor era tan desagradable que parecía impregnarse en las fosas nasales, en ese momento nos acercamos y al preguntar su nombre dijo llamarse Gustavo, originario de Jutiapa, Guatemala, sin familia, únicamente tenía un hijo que había venido a buscar a este lugar porque le indicaron que trabajaba de ayudante de autobús; por lo que adjunto a la entrevista, procedimos a hacer la evaluación de estado de salud del paciente y determinamos que se encontraba en estado delicado, por lo que ante la necesidad de brindarle apoyo y llevarlo lo más cómodo posible a ver al médico, buscamos con los vecinos quien nos regalara una mudada de ropa limpia, agua y una toalla. Lo mudamos de ropa, lo abrigamos y lo colocamos en una camilla para subirlo a la ambulancia y trasladarlo.

Aquel gesto fue tomando fuerza. Sin preguntar el porqué de su condición, Gustavo manifestó que luego de que mi compañero y yo lo habíamos aseado, él se sentía mejor y, a pesar que sabía que sería en vano su traslado para visitar al médico, la única decisión por la cual el había llamado a la ambulancia con los bomberos era porque quería “morir y pasar sus últimas horas de vida en una cama, limpio, con olor agradable y cómodamente feliz”. Gustavo falleció a las primeras horas luego del medio día del uno de enero en una cama de hospital.

Cristian y Vladimir, sin saber que significa ser Vicentino, han realizado una labor increíble haciendo equipo y desafiando cualquier asco ó mala acción; sin saber que cada día de su servicio reciben muchísimo sin merecer, la única manera de empezar el 2024 ha sido con el actuar tan desinteresado, pero con mucha responsabilidad. Junto a ellos, hemos terminado el primer día del año con la satisfacción de volver a casa y contar, que sin darnos cuenta, arrullamos a Jesús recién nacido y callamos su llanto brindándole nuestros brazos aun sin mecer, mis compañeros de conferencia en sus hogares y yo, por acá, continuando la misión por un mundo mejor.

Mario Andrez Gutiérrez Hernández
Conferencia Santa Luisa de Marillac, SSVP
Ciudad de Guatemala

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