El mundo expectante ante el «Sí»

por | Ago 6, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

La respuesta que dio María a la propuesta de Dios para encarnarse fue muy sencilla: «Yo soy la esclava del Señor; que se haga en mi lo que tú has dicho» (Lc l, 38). Es la respuesta que Dios aguardaba desde el comienzo de la humanidad; las mismas palabras que la humanidad en Adán se negó a cumplir.

Seguro que la respuesta le costaría a la joven de Nazaret más de dos noches sin apenas dormir; y, sin embargo, María no obró con precipitación. Tendría sus dudas, sus temores, pero la fe fuerte iría iluminando poco a poco las oscuridades. San Bernardo coloca a toda la creación expectante y en súplica ante María para que esta acceda y pronuncie el «sí»: «Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina”.

Pienso que no es excesiva imaginación presentaros ante los pobres que aguardan este momento de renovar; a esos seres de carne y hueso que representan a Jesucristo y son sacramento de él mismo, porque son fuente de gracia para nosotros y signos del amor de Dios a quien servimos al amarlos, como dice el evangelio y recuerdan tanto santa Luisa como san Vicente.

Y me los imagino igualmente con las manos tendidas en súplica y en oración incesante. En silencio, con su mirada esperan vuestra respuesta; os la suplican; es más, en el nombre del Señor Jesús, os la exigen. No los defraudéis como tampoco nos defraudó María a nosotros. Parangonando a san Bernardo se te podría decir: ¿Por qué tienes miedo de renovar? ¿Qué temes? Que tu humildad se vista de audacia y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas la presunción; más necesaria que la modestia, en estos tiempos son la audacia, la confianza y la piedad.

Con vuestra renovación humilde os convertís en adoradoras del Padre, con vuestra entrega generosa sois servidoras de su designio de amor a los pobres, con vuestro sacrificio verdadero y sencillo os capacitáis para ser evangelizadoras de los pobres (C. 8). Por eso, a imitación de Jesucristo, tomáis los mismos medios que él empleó y os proponéis vivir en pobreza, castidad y obediencia para servir a los pobres en la Compañía. Así los tradicionales votos, por la lectura que la Compañía hace de ellos, adquieren una nueva dimensión, insospechada y dinámica. Ya no son considerados por su valor en sí o porque os podrían ayudar a ser más perfectas; todo eso está muy bien, pero no corresponde a una Hija de la Caridad, vosotras los comprendéis como instrumentos que os ayudan en vuestra labor de sirvientas de los pobres. Y os colocáis, por ello, no en estado de perfección, sino en estado de Caridad, decía san Vicente.

Por la obediencia renunciáis a ejercer vuestra voluntad, el don de la libertad, para vuestro exclusivo provecho, y os convertís en personas peligrosas al colocaros en la gran muchedumbre humilde y anónima de quienes ni siquiera tienen derecho a dar su opinión, porque la libertad les ha sido arrebatada. Pretendéis así ser su voz en su obligado mutismo para que nadie acalle el grito silencioso de los pobres. Y ahí encontráis tal libertad, que nadie ni nada os la podrá quitar, convirtiéndoos en adoradoras del Padre.

Al aceptar el plan de Dios en vuestras vidas el voto de pobreza os convierte en solidarias de los más pobres, vuestros amos y señores. Renunciáis a poder usar de vuestros bienes sin permiso, quedando libres, ligeras de equipaje, y bajáis a la arena de quienes nada tienen y viven en la pobreza, cuya voz clama al cielo. Queréis que ellos sean vuestro único patrimonio y vosotras servidoras de su designio de amor.

Renunciáis también al amor exclusivo de una vida compartida con otro corazón, con una descendencia, y os perdéis entre el inmenso y doloroso mundo de cuantos no aman o no son amados o no pueden vivir una sexualidad digna de los hijos de Dios. Y entre ellos queréis dar y recibir amor; convertís vuestro corazón libremente solitario en grandiosa y amorosamente solidario. Pero más vale gastar el corazón amando que emplearlo únicamente para que se pare al morir. Ya sois evangelizadoras de los pobres.

Todo esto para ser el rostro de misericordia y de amor de Dios, como os decía Juan Pablo II. Él os confía su rostro para que los pobres le reconozcan en vuestras caras. Caras que deben ser el espejo de vuestra entrega, ese rostro que vais a reflejar dentro de unos minutos, pero que iréis recomponiendo día a día en el servicio, pues las obras no son nada más que los frutos del corazón reflejado en el rostro. Dios no tiene rostro, se lo vais a dar vosotras al renovar los votos, pues os hacéis célibes por el reino de los cielos, como Él, vivís pobres, como Él, por la urgencia en ir a los pobres, y, como Él, vuestra voluntad es hacer la voluntad del Padre. No temáis que antes que vosotras María ya fue el rostro de su Hijo. Ella estará a vuestro lado, pues sabe que camináis en su seguimiento y la tomáis como modelo de vuestra entrega y renovación.

Benito Martínez., C.M.

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