San Justino de Jacobis, CM: el pastor en las ardientes llanuras del desierto

por | Jul 30, 2022 | Formación, Reflexiones, Santoral de la Familia Vicenciana | 0 comentarios

El año 1975 fue proclamado y celebrado como Año Santo por el papa Pablo VI. Fue llamado «Año Santo de Renovación y Reconciliación». En el marco de este jubileo, fue elevado a los altares nuestro hermano Abuna Jacob Mariam, conocido así entre los etíopes y eritreos, y entre nosotros como San Justino de Jacobis.

Es un modelo excepcional de santidad y de vida misionera, una luz para nosotros sus hermanos de Comunidad, y un adalid para la Iglesia misionera y un paradigma para quienes son hoy y serán mañana pastores en especial en el campo episcopal.

Su personalidad y santidad son de una copiosa riqueza, que nos dan luces para muchas páginas de lectura, reflexión y oración. Esbozo estas pocas líneas que nos llevarán a profundizar estos aspectos, y a seguir escavando la rica mina de su vida.

1. Un santo profundamente humano:

“Gratiam non tollit naturam, sed perficit et supplet defectum naturae” “La gracia no suprime la naturaleza, sino que perfecciona y suple los defectos de la naturaleza”. Santo Tomás de Aquino. I p.9.2. art. 2 ad 1.

Sí, nuestro santo fue un hombre muy humano, impresionaba su ternura, sus homilías estaban llenas de compasión, en las páginas de su diario hace referencia a su madre que desde el cielo lo acompañaba como cuando pasó la Navidad de 1839 casi solo. Narra su dolor al quedarse sólo en su misión de Adwa, ya que sus cohermanos partían a otros centros misioneros.

Nuestro santo no fue un misántropo, era amigo ante todo de sus hermanos de Comunidad, de sus fieles católicos por su cercanía, e iba más allá hasta el corazón de los ortodoxos y protestantes. Y qué especial, que a su tumba hoy siguen llegando unos y otros, después de su peregrinar terreno. Porque fue tan humano, por eso llegó a ser muy del corazón de Dios y de los pobres.

2. Un santo con un hondo sentido de pertenencia a la C.M.:

La vida de este apóstol al interior de la Compañía no fue un jardín de rosas: cuánto lo hicieron sufrir sus hermanos de misión como el Padre Sapeto que era más aventurero que misionero, Monseñor Montuori su obispo auxiliar y luego su sucesor, que fue cruz pesada y tropiezo en el camino misionero, y ni qué decir del Superior General P. Ettiene que en lugar de ser apoyo en su labor misionera, por poco lo expulsa de la Congregación. Pero seamos justos, reconociendo que muchos otros hermanos, enjugaron sus lágrimas y fueron su bastón en los momentos de lucha, y bálsamo para curar sus heridas apostólicas como el postulante Abba Ghebra Miguel.

En nuestra misión de hoy, aún en medio de tantos medios de una y otra clase, cuán “frágiles” podemos ser, con qué facilidad y dolor vemos partir a hermanos que iniciaron con nosotros el camino vicentino, y prefieren otros campos distintos a los que el Señor los había llamado. Pero bien, reconozcamos que vivimos en familia y la cercanía de los hermanos, tanto para los que salen como para quienes seguimos en el campo vicentino, la c.m. es un árbol florido y con mucha sombra para todos. Un don que hemos de pedir al Señor y que mucho necesitamos, es el regalo de la “resiliencia” que vivió profundamente De Jacobis.

3. Un santo a quien María le mostró el camino:

Cuando Propaganda Fide y la Congregación lo enviaron a evangelizar a Abisinia, nuestro hermano pidió permiso para pasar antes por la Rue du Bac, donde 9 años María, la Madre de la Compañía había dado a sor Labourè el tesoro inconmensurable de la MEDALLA MILAGROSA.

Y ella, cuando él llegó a las costas de su misión, ya había llegado primero y con sus brazos extendidos le musitó al oído muchos secretos, le mostró el camino de los pobres, fue su guía y compañía, y le abrió las puertas de las covachas de los pobres y aún más las puertas de su corazón para que su Hijo entrara. Y al final, junto a la cabecera de piedra y bajo un hospitalario árbol, al final de 20 años de vida misionera, y “después de este destierro le mostró a Jesús el fruto bendito de su vientre”.

Un misionero de hoy y de mañana, en su morral misionero ha de llevar la Biblia, el Crucifijo, el Rosario, las Constituciones, y antes que el celular y el computador, muchas, pero muchas medallas de la Madre…ella ayer como hoy nos va abriendo brechas misioneras.

Chinauta, Fusagasugá, 24 de julio de 2019

Por: P. Marlio Nasayó Liévano, c.m. (Provincia de Colombia)
Fuente: https://www.corazondepaul.org/

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