«Alégrense conmigo porque encontré la oveja perdida»
Ez 34, 11-16; Sal 22; Rom 5, 5-11; Lc 15, 3-7.
Esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús se inspira en la petición del mismo Jesucristo en sus apariciones a Santa Margarita María de Alacoque. Jesús se mostró a ella y señalando con el dedo su corazón, dijo: Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres y a cambio no recibe de ellos más que ultrajes y desprecio. Tú, al menos, ámame. Esta revelación sucedió en la segunda mitad del siglo diecisiete.
El corazón es el símbolo del amor, del afecto, del cariño, de la entrega. Y el corazón de Jesús significa amor en su máximo grado; significa amor hecho obras, impulso generoso a la donación de sí mismo hasta la muerte.
El crucifijo que llevamos al cuello o que colgamos en nuestras casas quiere ser un recuerdo de esta verdad: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20). Santa Teresa de Ávila, grande maestra de vida espiritual decía: De ver a Cristo, me quedó impresa su grandísima hermosura. Ojalá que cada vez que veamos la imagen de Cristo crucificado pensemos: “Él me amó y se entregó por mí».
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Benjamín Romo Martín C.M.
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