Santa Luisa de Marillac y las pandemias del momento

por | Feb 19, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Los medios de comunicación nos atiborran de noticias sobre el coronavirus. Y es un aguijón a la Familia Vicenciana para que dé una respuesta a esta epidemia, como la están dando otras instituciones civiles y religiosas, muchos seglares, aún ateos, y como la dio santa Luisa de Marillac, que hoy se acercaría a las personas contagiadas, las ayudaría y, a pesar de la incredulidad moderna, les indicaría un itinerario espiritual.

Las epidemias, la peste o los contagios, como se decía en el siglo XVII, eran frecuentes en la época de santa Luisa. Lo vemos en las cartas que escribió a las Hijas de la Caridad dándoles consejos, por la pandemia que sufrían, mientras en París estaban libres de contagio, o invitándolas a dar gracias a Dios por verse ellas libres de la epidemia que asolaba París. Siendo la presidenta de la Caridad (AIC) que había fundado en su Parroquia de San Nicolás de Chardonnet, san Vicente de Paúl la envió a Visitar las Caridades de los pueblos y en el relato que envió al Santo pone una nota: “Llegué a Pont el martes y me alojé en la “Flor de Lis”. Las Hermanas de la Caridad visitan a los enfermos fuera de las épocas de contagio” (E 25). “Las épocas de contagio” se repetían como las estaciones del año. Emociona leer la carta que, en una plaga de peste, san Vicente dirigió a santa Luisa un año antes de fundar la Compañía de las Hijas de la Caridad: “Señorita, acabo de saber ahora mismo, no hace más de una hora, el accidente que ha sufrido la muchacha (Margarita Naseau) que recogieron las guardianas de los pobres, la opinión que tiene el médico y cómo la ha visitado usted. Le confieso, señorita, que esto me ha conmovido tanto el corazón, que, si no hubiese sido de noche, inmediatamente hubiera ido a verla. Pero la bondad de Dios sobre los que se entregan a él en el ejercicio de la cofradía de la Caridad, en la que ninguna de cuantas a ella pertenecen ha sido tocada por la peste, me obliga a tener una perfectísima confianza en que no la alcanzará el mal. Creerá, señorita, que no sólo visité al difunto señor superior de san Lázaro, que murió de peste, sino que incluso percibí su aliento. Sin embargo, ni yo ni los otros que le asistieron hasta el último momento, hemos sufrido mal alguno. No, señorita, no tema; Nuestro Señor quiere servirse de usted para algo que se refiere a su gloria, y creo que la conservará para ello” (I, 238). Ese algo era la fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad y por medio de ella y unida a las Voluntarias de las Caridades (AIC), fue la eficiente Directora General de una descomunal obra de solidaridad con los pobres. Sin embargo, la señorita Le Gras, no es que tuviera una fe más débil que su director, pero más cauta, años después le escribió: “Señor: Acaban de decirme que hay contagio en la casa en la que residen las Hermanas del Hospital General. Le ruego me diga si hay que sacarlas o si, dejándolas allí, hay que advertir a las Señoras que no vayan, y si nosotras debemos ir; me refiero a las Hermanas de aquí” (c. 10). Y procuraba que sus hijas tomaran la precaución de no ir “a los enfermos sin haberse frotado con vinagre la nariz y las sienes” (hoy diría “sin llevar la mascarilla”) o la de abrir una cajita de Orvietan[1] para purificar el ambiente (hoy diría “sin mantener las distancias”) (c. 683, 582).

El Papa Francisco recuerda que “el mundo, y nosotros como individuos, no podemos seguir siendo los mismos después del COVID-19. Nos haremos mejores o retrocederemos y nos haremos peores”. Nunca podrá olvidarse este maldito coronavirus, ni hay lágrimas para llorar a las miles de personas que mueren. Aumentan el dolor los puestos de trabajo destruidos y los millones de hombres que irán a un ERTE o al paro. El Papa augura un «después trágico y doloroso» en el que conviene pensar «desde ahora», y Philip Thomas, profesor en la Universidad de Bristol, advierte que si la economía se colapsa, «será peor el remedio que la enfermedad», pues «la recesión por la pandemia puede acabar costando más vidas que el coronavirus». Si la cuarentena lleva a una caída prolongada del Producto Interior Bruto de más del 6,4%, se perderán más años de vida por la recesión que por el Covid-19. El gobierno español ha prohibido las actividades no esenciales para evitar la expansión del virus, pero Confebask ve «muy irresponsable» parar las empresas. Antes de la pandemia había en España más de tres millones de parados y más de cuatro millones con un trabajo precario. Da miedo imaginarse los millones que añadirá esta epidemia.

San Vicente y santa Luisa enseñan la audacia. Un señor dio a san Vicente 11.000 libras para los pobres. San Vicente pensó que no podía ir dándoselas poco a poco, pues un día se acabarían, sería pan para hoy y hambre para mañana; había que hacerlas producir. Los Paúles tenían dos casas en una propiedad llamada el Nombre de Jesús, con capacidad para 40 pobres, 20 hombres y 20 mujeres, y las convirtió en talleres para que trabajasen. El sobrante lo invirtió para que produjera intereses con los que poder alimentarlos. Y encargó a santa Luisa que lo organizara. Esta mujer contemplativa, escribió los gastos, el precio del material, los sueldos, los ingresos de las ventas y cómo hacer de las comunidades de Hijas de la Caridad esparcidas por Francia agencias de compra y venta. Y detalla: “el trabajo es uno de los mayores bienes que presenta esta obra, pero un trabajo útil que pueda tener salida, como sería, un tejedor de tela, seda o lana, otro de lienzo corriente, otro de sarga; estos oficios no requieren muchos pertrechos y ocupan a muchas personas… Encajeras, costureras de guantes y de tela blanca que podrían recibir encargos de las tiendas… No hay que mirar los gastos de herramientas y materiales, ni las dificultades para encontrar lugares donde comprar a mejor precio y con facilidad; la divina Providencia no faltará nunca, sabiendo que el primer año reportará poca ganancia” (E 76). Así nació el Asilo del Nombre de Jesús. Tuvo tanto éxito que las Voluntarias de la Caridad pensaron hacer una obra parecida para todos los pobres de Paris.

Los telares no eran muy productivos, porque los obreros costaban mucho y los alquileres de los locales eran caros. Pero ella tenía casa y fondos, y lo que pretendía era dar trabajo a muchos obreros que pudieran llevar a casa un jornal. Un comerciante se ofreció a ayudarla a montar la obra y a enseñar a las personas que quisieran. Y “para que no hubiera en ella nadie inútil, sobre todo al principio” (E 78, 79) ideó la estratagema de pedir a algunos tejedores que se fingieran mendigos y vinieran a trabajar en los telares, aunque tendría que darles vino en las comidas. No era mucho gasto y enseñarían el oficio y a comportarse bien. Para abaratar los costes, indagó a través de las comunidades de Hijas de la Caridad, las épocas y los lugares donde comprar materiales a precios bajos y donde vender sus productos a mejor precio (c. 427). Para no abusar de los obreros, preguntó a san Vicente los salarios que se pagaban en París, sospechando que, en las afueras, donde estaban sus telares, los jornales serían más bajos (c. 443). Porque amaba la justicia hasta exclamar “¡qué bueno es sufrir por la justicia!” (c. 433).

La Familia Vicenciana no puede contentarse con dar dinero a otras instituciones para obras sociales. Ella debe emprenderlas. Dar trabajo y un sueldo justo ya es motivo digno. El Papa Francisco menciona a los «héroes de la puerta de al lado» en este momento difícil, en relación al personal sanitario, a religiosas, sacerdotes y operarios.

Benito Martínez., C.M.

Nota:

[1]Orvietan: brebaje médico contra epidemias. Aunque la mayoría de los médicos eran escépticos, el médi-co Johann Schröder lo garantizó al publicar su propia receta en Pharmacopeia Medico-Chymica en 1655.

Etiquetas: coronavirus

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