Dios se fio de mí y me consagró, me hizo sagrada

por | Ene 1, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Después de dar a luz al Hijo de Dios e hijo suyo, María hablaría con José sobre la misión que ambos habían asumido de hacer de aquel Niño un redentor del mundo. Animada por el Espíritu Santo, la Hija de la Caridad asume continuar la misión de María y José. Esto la convierte en una mujer sagrada. Ciertamente todos los cristianos quedan consagrados a Dios por el bautismo. Lo recordaba muy bien Santa Luisa: “En el día de mi sagrado bautismo fui consagrada y dedicada a Dios”. Es la consagración fundamental en la Iglesia de Cristo, pero la Hija de la Caridad también “se consagra más íntimamente al servicio de Dios” en los pobres, por medio “de un título nuevo y especial” (LG 44). Este título nuevo es la entrega que hace a Dios de su persona y de su existencia en el momento de ingresar en la Compañía para honrar a Jesucristo y servirle en los pobres (RC. HC, I, 1), de tal manera que “el servicio es para ellas la expresión de su consagración” (C 2.1). No es consagración canónica por los votos, pero es eclesial, porque la Compañía está reconocida por la Iglesia (VC 11). El seguimiento es total, a través de los consejos evangélicos que confirma cada año con la emisión de los votos.

San Vicente de Paúl concibe los votos como medios para renovar y afianzar nuestra entrega a Dios, superar las dificultades en la vocación y reforzar nuestra perseverancia en el servicio y evangelización de los pobres. Al hacer los votos todos los años, las Hijas de la Caridad afirman su voluntad de dedicarse de por vida al servicio de Cristo en los pobres, confiando en la fuerza  del Espíritu Santo. De ahí que san Vicente los considere como «armas» ofensivas y defensivas o medios activos y pasivos para realizar mejor la misión de servir y evangelizar a los pobres mediante el testimonio evangélico y el anuncio profético de la Buena Nueva. Pero los votos son también un acto de adoración al Padre y sometimiento a su designio de amor, asemejándonos más y más a Cristo que vivió pobre, célibe y sujeto siempre a la voluntad de su Padre.

Al hacer los votos en la Compañía expresamos el deseo de perseverar en nuestra vocación de consagrados, garantizamos la estabilidad de la Compañía a través de la comunidad local, y decidimos libremente por inspiración divina el amor a las Hermanas y a los pobres. Los votos de los consejos evangélicos deben crear inquietud por adquirir la verdadera madurez humana y espiritual, y servir de testimonio a los laicos que nos contemplan y a las Hermanas jóvenes que aún no los han pronunciado.

Dios, al llamarte a hacer los votos en la Compañía, se fío de ti (1Tm 1, 12), tal como eres, sin recomendaciones y sin garantías previas; no puedes defraudarle. A nadie le gusta que le defrauden. Jesucristo te ha llamado y se ha fiado de ti. Y ese gesto te hace responder con lo mejor que tienes y sabes, desde lo más profundo de tu ser. La confianza en uno mismo y en los demás engendra generosidad. Se ha fiado de ti y te ha encomendado la continuidad de su misión. No le falles. Su misión es establecer en la tierra el Reino de Dios, y quien te lo encomienda va a tu lado, ya que te exige un seguimiento radical de vivir los consejos evangélicos, para seguirle más de cerca y prolongar su misión entre los pobres de hoy (C 1.5). La práctica de los consejos evangélicos tiene, pues, en la Compañía un sentido netamente servicial: “para servir a Cristo en los Pobres, las Hijas de la Caridad se comprometen a vivir su consagración bautismal mediante la práctica de los consejos evangélicos” (C 2.4). Asimismo, en el mundo de hoy, tiene el sentido profético de demostrar a la sociedad que el amor sincero es posible, si se retrata en el amor divino y se prolonga en el amor fraternal; que ante el ansia de bienes sin límites y de egoísmos, una vida pobre y sencilla, un compartir los bienes es lo único que traerá la felicidad y la paz a la tierra; que el individualismo y la autosuficiencia engendra imposición que humilla o dominio que somete. Juntamente con el sentido servicial y profético, los consejos evangélicos ayudan a controlar y ordenar las apetencias humanas: por el consejo de castidad perfecta domina el instinto de procreación; por el consejo de pobreza endereza el ansia de posesión y de gozar cómodamente de la vida; por el consejo de obediencia somete el deseo de imponer o dominar. Esta radicalidad ha sido ofrecida a unas mujeres por el Espíritu Santo que, según San Vicente, es el mismo Espíritu de Jesús que pasa a la Compañía y se convierte en su espíritu (XI, 411).

Benito Martínez., C.M.

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