A pesar de estar en plena Navidad y a pesar de tantos acontecimientos políticos, el covid-19 sigue en las páginas de los medios de comunicación, en boca de los reyes y en la agenda de los políticos. También las Hijas de la Caridad le prestan atención y van a la periferia en la que se ha establecido el coronavirus y viven allí como la gente, pues, si las jóvenes que buscan algo radical ven que las Hermanas viven como seglares acomodadas, juzgarán que no vale la pena dar el paso hacia algo que ya encuentran en el mundo. Una vez que pase la epidemia, la sociedad será parecida a la de antes. En esa sociedad las Hijas de la Caridad se sentirán obligadas a renovarse por medio de la pobreza, la castidad y la obediencia.
Renovarse por medio de la pobreza
Los ERTES y las protestas de los comercios y de las empresas mercantiles por los Estados de Alerta y Alarma pueden contagiar a las Hijas de la Caridad de la utilidad del dinero, olvidando que el amor de Jesús crucificado las apremia a servir a sus amos y señores los pobres, desde la pobreza. Les es difícil vivirlo, pero la pobreza es un medio de evangelizar. “Mientras haya pobres forzosos tiene que haber pobres evangélicos, o pobres por opción y solidaridad” (Feliciano Martínez), como las Hijas de la Caridad que elaboran los presupuestos bajo la perspectiva de servir a los pobres. Los Superiores Generales, cuando han querido renovar la Compañía, han insistido en la pobreza. Las comodidades asfixian la vocación y la vida comunitaria, matando la capacidad de atraer vocaciones entre las jóvenes que buscan radicalidad. Santa Luisa decía que la pobreza y la confianza en Dios son los dos puntales de la Compañía (c. 545), y san Vicente añadía que si llegan a vivir sin pobreza, adiós las Hijas de la Caridad; sin pobreza es imposible que se mantengan. Pero mientras guarden y amen la pobreza, Dios bendecirá a la Compañía (IX, 826). Cuando las personas consagradas han vivido en edificios lujosos, ha llegado el “asalto a los conventos”. Asalto del que han solido librarse las Hijas de la Caridad porque las casas en las que vivían pertenecían a ayuntamientos, diputaciones o a “juntas de señores”.
Pero el voto de pobreza de las Hijas de la Caridad es singular. Pueden tener bienes personales en propiedad, pero no pueden usarlos sin permiso del superior o superiora correspondiente. Queda desposeía de todo, hasta de la libertad de dar y recibir sin permiso. Esta es la pobreza más cruel y difícil: que, teniendo, no puede usarlo.
Renovarse por la castidad en el celibato
La sexualidad lo invade todo, se airean los escándalos sexuales e infidelidades matrimoniales, se publica, se vende, se compra y se pregona a los cuatro vientos que cualquiera puede gozar del sexo cuando y con quien le plazca. Se minusvaloran la castidad y la virginidad que cuesta vivirlas más que antes, porque a la renuncia se añade la mentalidad que se ha creado como algo inútil y sin valor. Las Hijas de la Caridad “tienen que afrontar esta circunstancia social que constantemente las bombardea desacreditando la opción tan importante del celibato en sus vidas” (Lecea).
Si la Iglesia había proclamado que ante la virginidad el matrimonio desmerecía y, siguiendo a san Pablo, la virginidad era superior al matrimonio, modernamente se consideran ambos como vocaciones diferentes que llevan a Dios según la caridad desarrollada. Pero, apreciando en su justo valor el matrimonio, no se puede infravalorar la virginidad y el celibato, contra la exhortación Vida consagrada que en términos comparativos, declara la excelencia objetiva de la castidad perfecta sobre el matrimonio por su identificación con la vida de Jesucristo célibe para mejor implantar el Reino de Dios[i]. Sin olvidar que la santidad de una persona se mide por el grado de amor, ha llegado el tiempo de colocar en su sitio entre los jóvenes tanto la sexualidad y el matrimonio como la virginidad y el celibato. Las Hijas de la Caridad no hacen simplemente voto de castidad, sino de castidad en el celibato. El centro del voto es el celibato que las obliga a vivir la castidad como a otra mujer soltera. Para mejor servir a los pobres, entregan a Dios el instinto de engendrar unos hijos que las aten, y proclaman a las jóvenes que es posible la vida casta en el celibato, que no la tengan miedo, que lo importante es amar a Dios y a los pobres, a los que les dan la esperanza de que nadie les quitará el amor de las Hijas de la Caridad. Si se usan otros criterios, vivir el celibato se hace insoportable.
Renovarse en comunidad por la obediencia
Las comunidades rechazan la obediencia ciega y la autoridad absoluta, proclamando que la libertad personal forma parte de los derechos humanos más reivindicados en la sociedad moderna y nadie está dispuesto a renunciar a este ideal. Negarlo sería rechazar el evangelio y las cartas paulinas en las que se declara como Palabra divina el valor de la libertad en contraposición con la ley. La relación entre libertad y obediencia es un reflejo de la relación entre carisma e institución, bajo los principios que ponía santa Luisa para vivir en comunidad sin individualismo ni rígida uniformidad (c. 374, 394).
Hasta no hace mucho la Hermana santa era la observante, ahora se pregona que la santidad va unida a la libertad, que no son los actos externos los que santifican, sino el amor y que no deben oponerse observancia y libertad. No se pueden eliminar las normas, pero tampoco la libertad que impide que se conviertan en un corsé inmovilista. Contra este corsé está la práctica evangélica y vicenciana de que servir al pobre es lo primero y anterior a las normas comunitarias y a cualquier compromiso institucional o piadoso. Pero teniendo presente que ni la vida comunitaria ni el servicio a los pobres pueden oponerse a la felicidad de toda persona y que la Hija de la Caridad la encuentra haciendo felices a los pobres. Su modelo es Jesucristo, al que imitan y siguen[ii].
P. Benito Martínez CM
Notas:
[i] Vida consagrada, n. 18, 22, 32, 72, 80, 82, 104)
[ii] SAN AGUSTIN, De sancta virginitate, en el cp. 27 aclara: “Pues qué es seguir, sino imitar”.
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