“Esta pobre viuda ha dado más que todos los demás”
Tob 12, 1. 5-15. 20; Tob 13; Mc 12, 38-44.
Muchas veces en mi vida he tenido la certeza de estar reviviendo este pasaje de la viuda pobre que echa dos moneditas en la alcancía del templo de Jerusalén, poniendo en las manos de Dios todo lo que es y todo lo que tiene.
Recuerdo dos, sobre todo: Éramos tres misioneros en una comunidad muy pobre. Invitados a comer con una familia, nos sentamos hambrientos a la mesa y nos pusieron tres platos en frente: uno con dos huevos revueltos, otro con un poco de salsa y otro con varias tortillas. Era todo. Claro que lo hicimos rendir, de ahí comimos los tres y dejamos un poco. ¡Era todo lo que tenían para ofrecernos! ¡Y nos recibieron con tal gusto y amabilidad!
Recuerdo también la invita- ción a cenar de una anciana sola. Me ofreció medio jarro de café y un altero, no muy alto, de galletas marías. No más. ¡Y se veía tan feliz de recibirme y compartir conmigo lo poco que tenía!
¿Cómo medir en pesos y centavos la generosidad del corazón de los pobres? Jesús, “que no tenía donde reclinar la cabeza”, entregó lo que tenía, su vida hasta el último aliento, hasta la última gota.
¿Cómo anda tu generosidad y tu solidaridad con los pobres?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
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