“Señor, tu amor perdura eternamente. Aleluya”
Hech 16, 22-34; Sal 137; Jn 16, 5-11.
Todos nosotros, como bautizados, somos continuadores de la obra de Jesucristo, el Hijo de Dios; y en el cumplimiento de nuestra misión, debemos tener bien presente todo lo que Jesús nos dijo y enseñó, para no caer en el desánimo ni en la tentación de abandonar la obra de Dios a causa de las dificultades.
Jesús, en el evangelio de hoy, previene a los apóstoles –y a nosotros también– respecto de las pruebas que les aguardan, para que su fe no vacile. En la primera lectura encontramos un relato muy claro de esto que Jesús nos advierte, y también vemos la fortaleza de Pablo y Silas y la enorme confianza que tienen de las promesas de Jesús en medio de las dificultades.
El Espíritu Santo que Jesús glorificado va enviar, unirá el testimonio de los apóstoles y el nuestro al testimonio de Jesús, para que la justicia de la causa del Salvador brille a los ojos de los creyentes.
El pecado del mundo es su incredulidad en el Hijo de Dios, pero el Paráclito pondrá en claro este pecado y manifestará el origen y el ser celestial de Jesús. Dejemos que nos guie el Espíritu Santo en la misión, para que la incredulidad abrace con fe al Salvador.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús Arzate Macías C.M.
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