Preferir las mujeres a los hombres

por | Mar 8, 2021 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Siendo capellán de los Gondi, Vicente de Paúl se marchó a Châtillon. Abelly dice que por humildad quería sustraerse al excesivo afecto que le profesaba la Sra. de Gondi y a los honores que le tributaban y podían fomentar su vanidad, impidiéndole progresar en la perfección. A estos motivos Collet añade que san Vi­cente se sentía incapaz de educar a los hijos del matrimonio a medida que se hacían mayores; por otra parte, no soportaba la violencia política en París con el asesinato de Concini, la ejecu­ción de Leonor Galigai y el destierro de la Reina Madre. Es decir, fue una huida.

Sin negar estos motivos, la razón principal de su partida fue descubrir su voca­ción en Folleville y querer vivirla. Si su vocación consistía en evangelizar al pobre pueblo del campo, debía ir a un pueblo campesino. San Vicente, al pedirle consejo a Bérulle, solo le expuso que se sentía impulsado por el Espíritu de Dios a irse a una provincia lejana y de­dicarse a evangelizar los pueblos del cam­po. Châtillon-les-Domes fue la respuesta. En verano de 1617 ya era párroco de Châtillon. Había pasado una Noche Mística que terminó cuando decidió dedicarse a los pobres. En Châtillon se encontró con una familia destrozada, descubrió que aquellos pobres le tocaban a él y puso el remedio que ya existía en la Edad Media y que había visto en Roma, las Caridades, asociaciones caritativas para ayudar a sus miembros y a otros necesitados. Venían a ser Mutuas profesionales con un tinte religioso de devociones y misas por los difuntos, proyectadas a que los hombres de dinero ayudasen a los pobres. San Vicente las hizo femeninas. Era casi la única empresa en la que podía embarcarse una mujer piadosa.

San Vicente cuenta que

“estando en una ciudad pequeña cerca de Lyon, un domingo vinieron a decirme que en una casa separada de las demás estaban todos enfermos, sin nadie para asistirlos, y en una necesidad que es imposible expresar. Esto me tocó el corazón; no dejé de decirlo en el sermón con gran sentimiento, y Dios, tocando el corazón de los que me escuchaban, hizo que se sintieran movidos de compasión.  Después de comer se celebró una reunión en casa de una señorita para ver qué socorros se les podría dar, y cada uno se mostró dispuesto a ir a verlos, consolarlos y ayudarlos en lo que pudieran. Después de vísperas, yo y un hombre fuimos allá. Nos encontramos por el camino con algunas mujeres que iban por delante de nosotros y con otras que volvían. Y como era verano con grandes calores, aquellas mujeres se sentaban al lado del camino a descansar y refrescarse. Había tantas, que parecía una procesión.

Apenas llegué, visité a los enfermos y fui a buscar el Santísimo Sacramento para los más graves. Después de confesarlos y darles la comunión, hubo que pensar en la manera de atenderlos. Propuse a aquellas mujeres que se pusiesen de acuerdo, cada una un día, para hacerles la comida a ellos y a otros pobres; fue aquel el primer lugar en donde se estableció la Caridad”.

Era el 23 de agosto de 1617. El 8 de diciembre, se erigió la Cofradía de la Caridad en la ca­pilla del hospital de Châtillon. El Papa Urbano VIII, en la Bula de erección de la Congregación de la Misión, autorizó a los misioneros erigir Cofradías de Caridad como medio de evangelizar (XI, 232s; X, n. 135, 197s).

San Vicente sabía que las señoras podían dar limosnas sin permiso de sus maridos y aún contra su parecer, y las comprometió en ayudar a los pobres, y a los que decían que las obras de caridad las hacen los hombres y no las mujeres, él respondía: “En cuanto a que no es una obra para mujeres, sepan señoras, que Dios se ha servido de vuestro sexo para realizar las cosas más grandes que se han hecho jamás en el mundo” (X, 939, 945). Y escribía al P. Blatiron: “Yo puedo dar este testimonio en favor de las mujeres, que no hay nada que decir en contra de su administración, ya que son muy cuidadosas y fieles”, prefiriéndolas a los hombres, ya que éstos “desean hacerse cargo de todo y las mujeres no lo soportan”. Y concluye: “fue necesario quitar a los hombres”. (IV, 71). Veinte años atrás había escrito a santa Luisa: “Conviene evitar que el señor vicario guarde el dinero. La experiencia hace ver que es necesario que las mujeres no dependan de los hombres en la bolsa” (I, 141). En Mâcon intentará hacer las Caridades también de hombres, pero fracasará. Lo logrará Federico Ozanam.

P. Benito Martínez, CM

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