La violencia en las calles no trae la felicidad

por | Feb 24, 2021 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Los medios de comunicación continuamente nos atiborran de noticias sobre los violentos encontronazos entre policías y manifestantes en las calles de Barcelona y Madrid, y en muchas partes del mundo. Todos buscan abrir una puerta a la esperanza de alcanzar la felicidad que no está fuera de nosotros, sino en nuestro corazón.

La felicidad no consiste en acumular cosas, sino en esa sensación de tranquilidad y contento que sentimos cuando nada nos falta y sabemos que nunca nos faltará. Lo malo es que buscamos la felicidad allí donde no está: en el dinero y en el prestigio.

La felicidad no está en el dinero. El dinero no es malo. Es necesario para tener un mínimo de bienestar, es el primer escalón para encontrar la felicidad, porque con estrecheces somos infelices. Con el dinero el servicio a los pobres se hace más fácil y los necesitados pueden lograr un grado de bienestar. Pero el dinero no da la felicidad y puede convertirse en una droga que produce adicción, de tal modo que cuando falta pensamos que ya no podemos hacer nada, y el miedo a que falte crea una angustia que quita la felicidad verdadera que únicamente está en Dios que nos ha prometido la felicidad en la otra vida y en ésta. Si vivimos con esperanza nuestra vida tiene sentido.

También es frecuente creer que el prestigio da la felicidad, al sentirnos valorados por los demás. Admiramos a las personas que tienen prestigio, pero eso no es la felicidad. Cuando alguien alcanza la fama, corre el peligro sentir la animadversión o la envidia de los que han quedado en el camino, de los que no han llegado a la altura. Solo la esperanza en Dios puede darnos sosiego e ilusión para hacer el bien a los desdichados. Y ahí encontramos la felicidad de saber que estamos haciendo felices a otros infelices.

Confiar en los amigos que están a tu lado en las alegrías y en las penas nos hace felices. Pero encontrar un amigo verdadero es difícil. Hay amigos leales, pero frecuentemente sentimos la facilidad con que se pierden las amistades por intereses o engaños; la soledad se instala en lo hondo de nuestro ser y ya no somos felices. Solo Jesús es el amigo verdadero que nunca engaña ni traiciona, que da la alegría y su vida sin pedirnos a cambio nada más que el amor de querer ser sus amigos.

La felicidad es uno de los dones que el Padre Dios quiso regalarnos con la venida y el mensaje de su Hijo nacido en Jesús. Pero, siendo regalo, es también tarea en la que debemos empeñarnos a través de la concordia. Luchar por que todos seamos hermanos o, al menos, vivamos como amigos y buenos vecinos, supone vivir en paz con todos en casa y en la calle, en la vejez y en la enfermedad. Jesús invita a construir la paz y lograr la unión de todos por medios no violentos, poniendo la otra mejilla al que te ha pegado, cediéndole más de lo que te pide y amando aún a los enemigos.

Se nos intenta convencer de que sólo confiemos en las fuerzas disuasorias de la policía para mantener y proteger la seguridad ciudadana. Sin embargo, el hombre pacífico que se opone al uso de toda violencia actúa así, no por falta de valor, sino porque siente que toda violencia engendra nueva violencia, y no confía en la fuerza, sino en la bondad humana como camino para la concordia en las familias y en la calle. Pacífico no es sinónimo de resignado, pues para lograr la concordia se necesita violencia, pero una violencia interior. Cualquier otra violencia, por justa que parezca, desde que Cristo nos habló de un Padre común, es fratricida. Los vicentinos confiamos alcanzar la felicidad por medios no violentos. No nos resignarnos con el orden que hay en nuestro mundo, no queremos conformarnos con la tranquilidad que disfrutamos nosotros sin preocuparnos de que la discordia anida en otros hombres que maltratan a mujeres y en otras familias que sufren violencia doméstica. Tampoco podemos confiar la concordia humana a unos gobiernos que pretenden poner la seguridad en sus comunidades, aunque en otros lugares se enfrenta el vecindario por tener ideas diferentes. Empecemos por hacer convivencia entre los que viven a nuestro lado, trabajando como si todo dependiera de nosotros, y orando a la Milagrosa como si todo dependiera de su Hijo Dios.

P. Benito Martínez, CM

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