La urgencia de la pastoral vocacional se ha convertido en una necesidad. Hay que despertar a los jóvenes y acompañarlos con audacia y creatividad para que se enamoren de una vocación que dé sentido a sus vidas, los haga felices y evangelicen a los pobres. Ver que en la sociedad actual los paúles no somos lo que éramos puede desanimar a la Pastoral vocacional. A mediados del siglo XX en España algunos años entraron en las Apostólicas cientos de jóvenes, atraídos por las misiones populares y por las misiones ad gentes, en especial en Cuttack, Orissa, India.
Hoy todo ha cambiado. La gente ni se fija en nosotros. Somos pocos y no hacemos sombra al clero secular. Los obispos necesitan sacerdotes y nos acogen. Y los escasos jóvenes que asumen la vocación vicenciana sienten que su vocación causa irrisión o desprecio en otros chicos.
Ante este panorama, la pastoral vocacional empieza por ver si la Congregación responde a los retos de la sociedad actual o se ha desviado de su carisma. La escasez de vocaciones y la edad avanzada de muchos misioneros pueden llevar a la conclusión de que la Congregación se ha debilitado por haber abandonado el Espíritu del fundador o por no haber sabido integrarse en el mundo moderno, y si Dios no la necesita, a pocos jóvenes dará el carisma-vocación de misionero ni los revestirá del Espíritu de Cristo. Esta realidad parece indicar que el número de vocaciones es proporcional a la necesidad que la Iglesia tenga de la Congregación en cada época. Y si es así, convendría analizar la escasez de vocaciones a la luz de dos preguntas: ¿La Iglesia y los pobres necesitan hoy a los PP. Paúles? El objetivo de evangelizar a los necesitados acaso lo abarquen los sacerdotes diocesanos y otras congregaciones religiosas, pero los misioneros paúles nos comprometemos a ir a los lugares más ingratos y humildes con un espíritu de humildad, sencillez, mansedumbre, mortificación y celo. Objetivos que ven los jóvenes, cuando los misioneros se arriesgan a ir a parroquias, por un tiempo, hasta que las misionan, y se manifiestan como consagrados a Dios con las virtudes propias de nuestro espíritu. Ayudar a los pobres está de moda, lo hacen los políticos y los gobiernos, pero temporalmente, buscando votos, por un salario o por educación cívico-laboral.
Una Superiora General de las Hijas de la Caridad, Sor Évelyne, afirmaba que “somos conscientes de que las jóvenes quieren saber quiénes somos, qué nos impulsa a servir a los pobres, cómo vivimos, qué es lo que esperamos”. Vale para los misioneros, y para que la respuesta impacte habría que conocer y examinar las aspiraciones de los chicos en la sociedad actual, teniendo en cuenta su independencia, su ansia de protagonismo social y el ambiente de indiferencia religiosa que los envuelve. Los jóvenes no entran en la Congregación buscando comodidades, las tienen en el mundo. Porque hoy los jóvenes llevan una vida más radical y no menos austera en la calle. Para evangelizar a los pobres tienen infinidad de congregaciones y movimientos seglares. Lo que buscan es vida espiritual y un servicio que sea audaz y creativo. No hay crisis de vocaciones, sino de respuestas apropiadas a las ansias de Dios y a solucionar la increencia creciente, y no podemos vivir como si no las tuvieran. Los jóvenes confiesan que Jesús los enamora, pero no la Iglesia. A pesar de haber vivido hace siglos, Jesús parece que responde mejor que nosotros a las esperanzas de los jóvenes de hoy. Ellos buscan respuestas que no encuentran en el mundo y quieren pertenecer a una Congregación válida para evangelizar a los pobres de este siglo.
Si el Espíritu divino fundó la Congregación y la conduce, como dice su fundador san Vicente de Paúl, es lícito aplicar a la Congregación lo que el Concilio Vaticano II dice de la Iglesia: que el Espíritu Santo la guía y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la embellece con sus frutos y la renueva incesantemente (LG 4). Cuando se dice que el Espíritu Santo unifica y dirige la Congregación, se entiende que dirige y alienta a los superiores y a los misioneros particulares de las comunidades, según su función y su puesto. El carisma y el Espíritu residen en cada miembro de la Congregación, desde el Superior General hasta el último Hermano coadjutor y el último joven que acaba de ingresar en el Seminario y es cada misionero el que debe contagiar su carisma a la juventud.
Es un error creer que todas las iniciativas deben proceder de la autoridad. Es fácil traspasar las obligaciones de la pastoral vocacional a los superiores, a pesar de ser los misioneros los que están en contacto con los jóvenes, los que descubren sus ansiedades y los que los acompañan. La ilusión no elimina las dificultades en una pastoral vocacional y no sería el primer misionero que, por no ver el fruto, se derrumbara.
Las Asambleas y los Superiores conminan a una pastoral vocacional. La Congregación no ha sido fundada para conservarse como una joya en un estuche. La Congregación es expansiva. La postura que debiéramos tomar los misioneros ante la juventud, especialmente durante el acompañamiento dependerá de la imagen de Congregación que alberguemos en nuestro interior: la autodefensa conservadora y la dinámica expansiva. La primera se encamina a conservar la identidad que le dio el fundador, mirar los orígenes y revivir la tradición, y la segunda, a ser creativa de acuerdo con los cambios del mundo que se viven en cada época.
La invitación a seguir a Jesús es clara, pero genérica: “El que quiera seguirme…” (Mt 16,24). Unos le escuchan y le siguen y otros, no. La respuesta que da siempre tiene en cuenta una serie de circunstancias y situaciones personales, familiares y sociales de las que Dios se vale como mediaciones para llamar a una persona a una vocación determinada. Un chico que se siente llamado a una vocación determinada necesita a alguien que le acompañe y le ayude en el afianzamiento y en la maduración de esa vocación, ya que por lo general el llamamiento divino a un joven no está expresado claramente. Dios respeta la decisión que toma un joven, sea la que sea, si la toma en libertad y según la razón de acuerdo con la mentalidad de la época. Cada misionero debe ser el modelo que atraiga a los jóvenes a seguir su camino.
P. Benito Martínez, C.M.
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