“Vengan a mí, escúchenme y vivirán”
Is 55, 1-3; Sal 144; Rom 8,35. 37-39; Mt 14, 13-21.
En nuestro diario caminar nos desgastamos y cansamos tratando de saciar nuestras necesidades, gustos y afectos. El resultado: terminamos agotados, sedientos e insatisfechos, pues en esa travesía nos vamos alejando de lo realmente importante.
Pero aunque nos alejemos, nada puede separarnos del amor que Dios nos tiene; ni angustias, ni miedos, ni egoísmos. Pues justo en esos momentos Él está atento para amarnos y saciarnos.
Jesús es el amor que se olvida de sí y se compadece de nuestra vida, nos conoce y sabe de nuestra fragilidad, de nuestra necesidad de ser curados, alimentados, animados. Por eso hace un alto en sus planes y se acerca a nosotros para escucharnos, fortalecernos, sanarnos y sobre todo alimentarnos.
Él pide a sus discípulos (a ti y a mi) que alimenten a la multitud… sabe que no tienen para todos pero quiere que participen compartiendo lo que tienen y tengan fe en su maestro.
Jesús es el verdadero alimento que nos nutre con su palabra y con su cuerpo y sangre. Quiere hacerse uno con nosotros y llenarnos de vida…que se da y comparte.
Hasta ahora ¿me he sentido hambriento de Dios?, ¿cómo me he preparado para recibirlo? Y una vez nutrido y fortalecido con Él, ¿lo comparto con la misma generosidad con que se me dio?.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Patricia de la Paz Rincón Limón
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