“Escuchen la voz del Señor”
Jer 26, 11-16. 24; Sal 68; Mt 14, 1-12.
Escuchar es un regalo maravilloso, pero a veces sólo oímos ruidos ensordecedores sin disfrutar ni prestar atención.
Jeremías, Juan el Bautista y, por supuesto, Jesús no sólo oían sino escuchaban a Dios. Y a través de la escucha atenta recibieron una misión que nosotros, por nuestro bautismo, compartimos con ellos: ser profetas que hablen con verdad, sin miedo y con fidelidad.
El decir a los demás lo que Dios quiere es hablar con verdad y ésta es fuerte, radical, dolorosa, incómoda y destruye falsas seguridades; está por encina de ti o de mí porque viene de Él. No importa el mensajero sino el mensaje que sana y libera, que devuelve luz, claridad y conversión a nuestra vida. Porque es necesario ver la herida o el pecado para sanarlo.
Por su infinito amor y misericordia Dios habló fuerte al pueblo de Judá, a Herodes y a Herodías esperando un cambio de vida…sin embargo en nuestra libertad está el tomar esta oportunidad o hacernos sordos, e incluso ofendidos y tomar decisiones equivocadas por vergüenza, por enojo o por quedar bien con otros, hundiéndonos más y alejándonos del amor y la verdad. “Sólo necesitamos escuchar la voz de Dios para que Él se retracte y nos llene de su misericordia”.
En mi vida diaria ¿escucho la voz de Dios, me encuentro sembrando esperanza, soy capaz de contradecir la realidad de hoy o enmudezco mi fe?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Patricia de la Paz Rincón Limón
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