Hace tiempo mantuve una conversación con un joven, a cuyo difunto padre yo conocía desde hacía años. Nuestros temas fueron muy variados, pero tuve la sensación de haber tenido esta conversación con anterioridad. Era la voz del padre la que escuchaba, no tanto en el contenido, sino en las frases que el hijo usaba, su lenguaje corporal e incluso su poco convencional sentido del humor. A través de este hijo, el padre seguía presente.
En tres de los cuatro evangelios, Jesús aborda algo similar. Después de inculcar a los discípulos quién es y qué representa, declara: «El que os recibe a vosotros, a mí me recibe». Jesús afirma que una interacción con uno de sus seguidores es también una interacción con él.
De una manera mucho más realista y amplia, Jesús vive en sus seguidores; darles hospitalidad es dar la bienvenida al mismo Señor. Él reside en su pueblo no sólo como un recuerdo sino, a través de su Espíritu Santo, como una presencia viva. Jesús se multiplica cuando señala a los invisibles entre la multitud. «Dando un vaso de agua fría a un pobre, me lo das a mí». De nuevo, «conocerlo a él o a ella es conocerme a mí».
Muchos de los grandes santos no sólo guardaron estas palabras en su corazón, sino que les dieron la carne de la acción. Francisco de Asís, Vicente de Paúl, Juan Vianney, Dorothy Day… todos vieron los encuentros con los pobres como encuentros con el Señor Jesús.
Un sacerdote jesuita que conozco había trabajado con la Madre Teresa. Una noche él y los demás que la acompañaban regresaron de un largo día en las calles de Calcuta, y todo lo que podía pensar era en caer en la cama. En el camino vio una figura sombría arrastrándose por el pasillo, la Madre Teresa, y decidió seguirla. Se dirigió hacia el pabellón donde las hermanas atendían a los moribundos de la calle que fueron acogidos ese día. El recuerdo de cómo se acercó a la cama de uno de estos fue uno que él nunca perdió. Fue la forma en que se acercó a él, con reverencia y casi con asombro. En sus palabras, «fue como si ella subiera a recibir la sagrada comunión». La Madre Teresa no reconocía a ese hombre por lo que era, pero también se inclinaba ante la presencia del Señor Jesús.
El jesuita recordó la escena como una representación brillante de «El que os recibe a vosotros, a mí me recibe. Dar esa clase de respeto, especialmente a alguien que es pobre, es respetarme a Mí».
En estos días de pandemia y de desafío a los reclamos de supremacía racial, qué alto listón pone el Señor para nosotros, sus discípulos. «Al servirles, a Mí me están sirviendo y valorando».
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