La Hija de la Caridad, destinada a ser el rostro de bondad de Jesús

por | Feb 8, 2020 | Benito Martínez, Formación, Hijas de la Caridad, Reflexiones | 0 Comentarios

El rostro de amor y misericordia de Cristo

San Vicente de Paúl les dijo a las Hijas de la Caridad que estaban destinadas a representar el rostro de bondad de Jesucristo (IX, 915) y san Juan Pablo II, con motivo de la Asamblea General de las Hijas de la Caridad en 1997 le recordaba a la Superiora General, Sor Juana Elizondo, que “las Hijas de la Caridad tienen por vocación ser el rostro de amor y de misericordia de Cristo”. Frase provocadora, al decir que su vocación no es servir a los pobres, sino mostrarles el amor y la misericordia de Jesucristo.

El rostro de una persona nos lleva a esa persona y a distinguirla de otra. Cámbiale la cara a cualquiera y no se la reconocerá. Si nos hace dudar quién es, la cara no es auténtica o la teníamos olvidada. Y si nos quedamos en la cara sin pasar a la persona, puede que sea una máscara. Llevarnos a la persona es la nota característica de un rostro auténtico. La cara no es lo más importante de una persona, pero la identifica. Tampoco la Hija de la Caridad es lo más importante en el cuerpo de Cristo, pero lo identifica y lo hace visible en la sociedad. Jesús necesita a la pobre Hija de la Caridad para andar por el mundo y ser reconocido por su amor y su misericordia.

En la trillada imagen de nuestra vida, como un buque de pasajeros, las Hijas de la Caridad se comprometen a que nada les falte a quienes viajan en tercera clase ni a los que duermen en cubierta, intentando pasarlos a un camarote mejor y pagarlo ellas en lo posible, y, si no pueden lograrlo, les hacen más feliz la travesía, presentándose como unas enviadas de Jesús que con humildad y sencillez les dan amor y misericordia.

Un día Dios le pidió permiso a la joven María para engendrar en su seno a un niño que traería la misión de anunciar a la humanidad la Buena Noticia de que Dios era un Padre misericordioso y lleno de amor hacia los hombres. Este niño, Hijo predilecto del Padre, y Dios como él, venía a implantar en esta tierra el amor y la misericordia. Todos los que le siguen asumen la misma misión. Para cumplirla el Espíritu Santo da a cada Hija de la Caridad un carisma, y vivir este carisma significa, según san Vicente y santa Luisa, vaciarse de ella misma y llenarse del Espíritu de Cristo, identificándose con él. Otras mujeres consagradas también buscan identificarse con Cristo, pero las Hijas de la Caridad en humildad, sencillez y caridad. Si se toma esta idea como columna de la vocación la Hija de la Caridad, su vocación consiste en poner a disposición de los pobres con humildad y sencillez la misericordia y la bondad de Jesús.

Si las Hijas de la Caridad son el rostro de Jesús, es éste, y no la Hermana, el que cuida de su cara y el que dice cómo le gusta que sea, y, si son la cara de Jesús, las gentes podrán reconocer a Jesús en las Hermanas precisamente por su amor y su misericordia hacia otras personas que viven en la pobreza, de tal manera que, cuando las miren no vean a una mujer, sino el rostro de Jesús. El dicho tan corriente de que la cara es el espejo del alma lleva a una Hija de la Caridad a ser la cara en la que se refleje la bondad de Jesús y a donde puedan acudir los pobres cuando le necesiten.

Con humildad y sencillez

Para ser la cara de otra persona necesita ser humilde, ya que en cierto modo tiene que desaparecer ella y aparecer con las cualidades de la nueva persona. Y si la Hermana es el rostro de Jesucristo, el engreimiento puede llevarla a resaltar su rostro personal, desfigurando el de Jesús y olvidando que, como Juan el Bautista, ella tiene que disminuir para que crezca Jesús. Es el papel que desempeña la sencillez, la fuerza del Espíritu que convierte a la Hermana en una Hija de la Caridad auténtica, sin doblez ni engaño, para que los pobres confíen en ella. Por la sencillez la identidad es completa, la cara de una sirvienta es la cara de Jesús que no vino a ser servido, sino a servir.

Las Hijas de la Caridad existen por los pobres y para los pobres, su existencia está en función de los pobres, para hacerles transparente el amor y la misericordia de Jesús. Definición que remedia las deficiencias del mercantilismo actual, fomentado de manera exagerada en la educación moderna de formar hombres para competir y ganar. En el trabajo cada obrero se esfuerza por medrar, generalmente en lucha con los compañeros. Es una faceta humana que no se debe arrancar, porque sería matar las aspiraciones de los hombres, sin embargo, se debe controlar y educar para que tenga también un enfoque social. La Hija de la Caridad tiene que interpretar la parábola del «Buen Samaritano», viendo que el sacerdote, el levita y otros judíos esperaban el sacrificio de la tarde que no podría realizarse si tocaban la sangre de un herido, al quedar contaminados, impuros. Mientras que el samaritano piensa en lo que le pasaría al herido, si no le socorre. Es la Hija de la Caridad que antepone los pobres a todo. Si la compasión es el amor afectivo ante el dolor, la misericordia es el amor efectivo que lleva a ayudar al que sufre. La Hermana dura e insensible al sufrimiento ni es el rostro de Jesucristo ni es Hija de la Caridad, porque le falta la misericordia, ese amor compasivo que brota en el corazón cuando contemplamos la miseria y el sufrimiento de los pobres. Cuando el amor y la compasión se apoderan de una Hija de la Caridad, no sólo transparenta a Jesús, no sólo es su cara, sino que le sustituye, como escribía santa Luisa de Marillac (E 98). Esa Hermana ha llegado al final del seguimiento, ha tomado la identidad de Jesús.

La cara de Jesús no es solo una Hija de la Caridad aislada, lo son todas las Hermanas de comunidad que, como las teselas de un mosaico, recomponen el rostro del Hijo de María, si viven unidas por el mismo carisma-vocación de enviadas por el Espíritu Santo presente en las Hermanas que componen la comunidad. Y las Hermanas de comunidad pueden exigirse unas a otras tener bondad y misericordia porque no es una intromisión que cada Hermana pida a la otra que componga fielmente la parte que le toca de la imagen de Jesús. Transformarlas en el rostro de Cristo presente en la comunidad y en medio de los pobres es vivir como amigas que se quieren, se comprenden, se perdonan y se acogen para vivir unidas y ser felices.

Componer el rostro de Jesús lleva a la intimidad

Para que una Hija de la Caridad transforme su cara en la de Jesús, necesita estar seducida por él, enamorada de él hasta llegar a la intimidad y completar una simbiosis del Espíritu de Jesús al de ella. Es el momento en que la Hija de la Caridad queda transformada en el rostro de Jesucristo. Los dos han llegado a la situación de íntima confianza sin que haya secretos entre ellos. La Hermana vive con la confianza de tener siempre a Cristo a su lado, y este confía plenamente en que ella nunca abandonará su rostro, porque siempre estará pendiente de cumplir, como él, la voluntad del Padre y continuar su misión. Las Hijas de la Caridad asumen el proyecto que trajo el Hijo de Dios de anunciar un Reino de justicia, amor y paz para los pobres. Han llegado al final de su destino, a lo que Jesús llamaba su Hora: muerte y resurrección. Un destino que siempre da miedo a cualquier ser humano, como también le dio a Jesús.

Es la figura de la Hija de la Caridad sacrificada por amor. La palabra sacrificio asume el significado de desprenderse con pena, pero por amor, de algo que le apetece. Cuando el servicio a los pobres le exige que prescinda de muchas cosas, se está sacrificando por los pobres y se convierte en el rostro de Cristo. Desprenderse de tantos placeres diarios que le pide el servicio a los pobres, es participar de una manera incruenta en el sacrificio que de su vida hizo Cristo en la cruz. A esto se compromete en la Renovación para ser el verdadero rostro de bondad de Jesucristo.

P. Benito Martínez, CM

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