Tú, que llevas buenas noticias, levanta tu voz.
Is 40, 1-11; Sal 95; Mt 18, 12-14.
Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí. Nos lo recuerda el Papa Francisco en la Exhortación Gaudete et Exultate. A la luz de esta motivación seguimos nuestra preparación en espera activa.
La sed de Dios marca la existencia humana. Tal vez conocemos hermanos y hermanas que sacian esa sed en fuentes turbias, esas que no dan vida y enferman. La buena noticia es que el Padre del cielo está al pendiente y no quiere que ninguno quedemos fuera de su amor. Hemos leído dos versículos que responden a la curiosidad de los discípulos expresada al inicio del capítulo: ¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos? Somos tan importantes que el Dueño de la vida se las ingenia e inventa cómo ir por nosotros a rescatarnos del extravío. Nos conoce y no mide como nosotros, en base a cuadros de honor. La humildad de un Dios que se abaja y se hace uno de nuestra carne es la prueba.
Escribe san Isaac: «Oh tú, el más pequeño de los hombres, ¿quieres encontrar la vida? Conserva en ti la fe y la humildad, y encontrarás en ellas la compasión, el socorro, Dios te hablará al corazón, y encontrarás a Aquel que te protege y que habita secreta, pero visiblemente junto a ti».
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor Alicia Margarita Cortés H.C.
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