El 17 de mayo de 2019 el obispo de Bilbao, Mario Iceta, decía que en la diócesis de Bizkaia había 298 parroquias y eran demasiadas debido a la caída de feligreses, el auge del ateísmo y la falta de vocaciones sacerdotales; que hace 50 años había más de doscientos seminaristas y hoy solo hay ocho o nueve, que de los 250 sacerdotes que tiene la diócesis solo están en activo ochenta curas menores de 70 años. Y cada uno de ellos tiene que gestionar cuatro parroquias.
Los cambios de los tiempos traen nuevos compromisos y hemos entrado en la época de los laicos en la Iglesia. A menos sacerdotes, seglares más preparados y responsables, a menos pastores, rebaño más unido con agentes pastorales seglares encargados de la acción social, de la catequesis, los enfermos, los pobres, los matrimonios y el gobierno pastoral de la comunidad. Ciertamente, se necesitan sacerdotes que, «proclamando eficazmente el Evangelio, reuniendo y guiando la comunidad, perdonando los pecados, y sobre todo celebrando la Eucaristía, hacen presente a Cristo, Cabeza de la comunidad». Y se necesitan también hombres consagrados y mujeres consagradas que, fieles a su carisma específico, sean testigos del Evangelio y manifestación de Jesucristo. Vivir los consejos evangélicos forma parte del misterio de la Iglesia, y es «un don divino que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre». Pero, si los sacerdotes escasean, son mayores y no abundan las vocaciones sacerdotales a corto plazo, toma protagonismo la Iglesia de los laicos entre los que está la Familia Vicenciana.
Lo que transmitir la fe le exige al vicentino
Una pastoral nueva exige a la Familia Vicenciana unas actitudes que le faciliten nueva forma de comportarse entre un mundo que se va y otro que viene. Se suele hablar de la brecha entre el pasado y el futuro. La cuestión no es saber cuál de los dos es mejor, sino de saber “moverse en la brecha”. Y esto exige a los vicentinos que viven entre la gente tomar decisiones que sean creativas y poner en práctica nuevos proyectos pastorales y sociales basados en una profunda vida interior. Una de sus labores ha sido desde 1617, reinventada en 1833 por Ozanam y sus compañeros, buscar proyectos que saquen a los pobres de su pobreza, y otra, acompañar activamente a la persona que busca la fe, sin olvidar que la fe es un don de Dios y no fruto de nuestro esfuerzo. No se fabrican cristianos como tubos en una fábrica. La obligación de los vicentinos es crear las condiciones que les den el bienestar material, pero también condiciones que hagan posible la fe y presentarla como algo digno de ser deseado. Los alejados de la fe un día les echarán en cara haberse alejado de la Iglesia porque concluyeron que no valía la pena vivir la fe como la vivían ellos. Porque el trabajo por un cambio social, visitar y ayudar a los pobres en sus casas lo tienen claro la AIC y los seguidores de Federico Ozanam, pero ante la incredulidad generalizada, acaso hayan descuidado transmitirles la fe. Cierto que Jesús explica en la parábola del sembrador que lo único que podemos hacer nosotros es sembrar la semilla. Es la misión que tiene la Familia Vicenciana como evangelizadora. El sembrador sale a sembrar; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece (Mc 4, 26-27). La parábola presenta la pastoral como una mezcla entre el trabajo humano y la intervención divina.
El Vicentino, hombre o mujer, que anuncia el evangelio es el primer destinatario. La primera cuestión no es saber cómo anunciar el evangelio, sino qué le dice el evangelio al que lo anuncia y si es buena noticia para él. Impresiona el mensaje que, por medio del ángel, deja Jesús a sus seguidores una vez resucitado: “Jesús, el Crucificado, no está aquí. Él os precede a Galilea, donde le veréis” (Mc 16,7). Este anuncio invita a cada rama de la Familia Vicenciana a un cambio de perspectiva. Nos acercamos al pobre, sobre todo, para reconocer en él la presencia de Jesús, decía san Vicente, o para resucitar con Jesús, decía santa Luisa. El vicentino debe dejarse evangelizar por los pobres y aceptar el testimonio que le dan. Para encontrar a Jesús en el pobre y resucitar con él necesita dejar su entorno e ir al lugar de los pobres, a donde Jesús le precede.
Dejar a los pobres que acojan y humanicen
Para evangelizar al pobre hay que acogerle sin una posición de superioridad como si se le dijera ven, encuentra en mí lo que tú no tienes. Esa postura de maestro-discípulo hace difícil llevar un diálogo evangélico. Para salir de la trampa hay que confiar en el pobre y dejar que sea él quien acoja, como Jesús pidió a Zaqueo que lo acogiera en su casa” (Lc 19, 5), y aconsejó a los discípulos que cuando los acojan en una casa permanezcan en ella (Mt 10, 40), pues es Dios mismo quien acoge: “mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno me abre, entraré y cenaré con él” (Ap 3, 20). Aceptando la casa del pobre, podremos unirle a nosotros con lazos de solidaridad humana, como lo indica el comienzo de la Constitución Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de este tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son también las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo, y no hay nada humano que no encuentre eco en sus corazones”.
La misión de la Familia Vicenciana en la nueva pastoral es anunciar el evangélico en un diálogo de amistad, tejiendo lazos humanos entre sus miembros y con los pobres sin pretender apoderarse del pobre e imponerle nuestras creencias. Anunciar el evangelio tiene su razón de ser, sea acogido o no, y el pobre tiene derecho a escucharlo cualquiera que sea su respuesta. El anuncio es un acto de caridad que el vicenciano ofrece al pobre, lo acepte o no. Y si lo acoge, también será una gracia “para que nuestro gozo sea completo” (1Jn 1, 4).
El vicentino seglar, hombre o mujer, debe distinguir las enseñanzas de Jesús y las enseñanzas sobre Jesús. Una no va sin la otra. La primera se quedaría en el camino, si no conduce a la segunda, y la segunda sería imposible, si no se apoya en la primera. Una presenta a Jesús llamando a los hombres a ser más humanos e hijos de Dios Padre que no los abandona en ningún momento. Humanidad, fraternidad y filiación es el contenido de las enseñanzas de Jesús centradas en el Reino de Dios. La enseñanza sobre Jesús se centra en la Encarnación y en su muerte y resurrección. Injustamente condenado y crucificado, puso su confianza en el Padre y le pidió el perdón para sus verdugos, pero Dios hace justicia resucitándolo y mostrando que estaba de su lado.
Todos, y también los seglares vicentinos, deben evitar las imágenes falsas de Dios. Según el Génesis, el drama de la humanidad comenzó con la imagen falsa de Dios insinuada por la serpiente, presentándole como un Dios celoso, enfrentado al hombre y limitando su libertad. Pero, Dios no es un contrario del hombre ni limita su libertad. Lo que quiere es que no la use de una manera arbitraria. Al prohibir matar, robar, violar, da libertad al hombre. Una sociedad que prohíbe la violencia es una sociedad donde se vive en libertad. Las imágenes de Dios tampoco pueden convertirlo en un Dios que esclaviza al hombre con la religión, en vez de ponerla a su servicio, como Jesús puso el sábado al servicio del hombre. La nueva pastoral convence de que el vicentino que falsifica a Dios se degrada, y un Dios que falsifica al hombre es un dios falso.
Acoger las resistencias
Al anunciar el evangelio encontramos resistencias. El vicentino, hombre o mujer, no debe abatirse ni forzar la puerta, sino tomar la resistencia como el primer obstáculo en inculturar la fe. La historia muestra que la inculturación de la fe que ha triunfado ha sido fruto de la resistencia de la población local a la forma de cristianismo que se les ofrecía. Esta resistencia no significa un rechazo, sino una llamada a creer de nuevo, a hacer surgir nuevas celebraciones, expresiones de vida y nuevo pensar cristiano.
Los seglares vicentinos que no han estudiado teología aceptan, sin embargo, que la inculturación de la fe es el proceso “por el cual una población asimila el evangelio, es decir, le resiste apropiándosele, recreándole y explicándole a partir de sus raíces históricas y culturales, dándole al cristianismo un rostro nuevo y una expresión original”[1]. La inculturación de la fe son expresiones, maneras de pensar, de celebrar y vivir la fe que han sido renovadas a causa de la resistencia que encontraron.
Nosotros no creemos como nuestros padres ni los hijos de los Vicentinos, como ellos, y a pesar de las diferencias, todos viven una verdadera comunión en la fe, sin exigir ataduras que no pertenecen a la fe: “soy del parecer -dice Santiago- de no acumular obstáculos a los paganos que se convierten a Dios” (Hch 15, 19). La trasmisión de la fe no es una clonación, tiene un eje de igualdad y formas personales distintas.
P. Benito Martínez, C.M.
Notas:
[1] Olivier SERVAIS, « Inculturation et altermondialisation. Différences historiques et proximités logiques de deux concepts de résistance », in Lumen Vitae, mars 2005, p. 11.
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