Manifiesto de santa Luisa de Marillac en favor de los pobres

por | May 9, 2019 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

Art. 1º.- Las Hijas de la Caridad han sido fundadas para servir corporal y espiritualmente sólo a los económicamente pobres: “Los pobres abandonados, que están en toda suerte de necesidades, realmente sólo son atendidos por los servicios de estas buenas jóvenes… que se entregan a Dios para el servicio espiritual y temporalmente de estas pobres criaturas que su bondad quiere tener por miembros suyos” (c. 14)

Los pobres, para las Hijas de la Caridad, son los que carecen de los bienes materiales necesarios para vivir con dignidad. Existen otras pobrezas, como enfermedad, incultura, ignorancia, etc., pero las Hijas de la Caridad no se ocupan de ellas, si quien las padece tiene bienes para contratar a otras personas. Saben, además, que a la pobreza material casi siempre la acompañan las pobrezas culturales. Por otro lado, para que su servicio sea universal, las Hermanas deben estar liberadas de sentimientos humanos de nacionalidad, nativa o extranjera, y de ideas fijas sobre política o religión. Tampoco asumen, para justificar sus actuaciones, la mentalidad de catalogar las pobrezas en «culpables o no culpables». Y tienen presente que ha pasado el tiempo de la limosna, la beneficencia o la «caridad». La justicia y la solidaridad son un derecho y una obligación de la “acción social”.

Art. 2º.- Siempre que se pueda hacer sin pecado, las Hijas de la Caridad se dedicarán unicamente a los desprovistos de todo y a promocionar a los más desfavorecidos: “¡Qué dicha si la Compañía, sin que Dios sea ofendido, no se dedicara nada más que a servir a los pobres desprovistos de todo!” (E 108).

¿Por qué “sin que Dios sea ofendido”? Porque las Hermanas tienen necesidades que hay que satisfacer, como son comida, vestido, estudios, formación… Y, si se dedican exclusivamente a los desprovistos de todo, no podrían amortizar los gastos y las llevaría a ofender a Dios, al tener que pedir a esos pobres algo por el servicio.

Art. 3º.- Las Hijas de la Caridad se fundaron para descubrir las pobrezas y adelantarse a ellas sin esperar a que vengan los pobres, como hacían las congregaciones religiosas en el siglo XVII. Lo cual supone que son las Hermanas quienes descubren y analizan los diferentes problemas sociales y humanos, para saber responder a las verdaderas situaciones de pobreza: “Luisa de Marillac suplica humildemente diciendo: Que el gran número de pobres que hay en el arrabal Saint-Denis, le ha inspirado el deseo de ocuparse en su instrucción” (c. 48).

Son muchas las ocasiones en las que santa Luisa invita a las Hermanas a ir en busca de los pobres de los alrededores, de niñas sin maestras y de enfermos en sus casas (c. 330, 388, E 75). Esta fue la raíz de la fundación de la Compañía y una de las facetas que presenta como innovadora. Cuando son las Hermanas las que descubren las necesidades, tienen mayor libertad para analizar objetivamente las situaciones, los remedios y los métodos que descubren la picaresca para que el servicio sea eficaz. Facilita dar soluciones sociales y humanas, necesarias, pero a veces difíciles de aceptar debido a nuestra formación.

Art. 4º.- Aunque la caridad supera a la justicia y va más lejos, la justicia es el primer escalón de la caridad y sin justicia no hay caridad: “Porque le aseguro, en conciencia, que ya no hay posibilidad de resistir a la compasión que causan esas pobres gentes pidiéndonos lo que se les debe en justicia, y no sólo por su trabajo sino porque han adelantado de lo suyo, después de lo cual se ven morir de hambre” (c. 318).

La justicia, dar al otro lo que es suyo, es la base de las relaciones sociales y laborales. Pero es una injusticia que, según la justicia humana, al pobre que nada tiene, nada se le dé; la justicia divina se llama caridad, dar al otro lo que es mío, porque el derecho al uso de los bienes es anterior al derecho de propiedad. Si se identifica la caridad con la justicia divina, hay que dar por justicia mucho de lo que se da por caridad.

Art. 5º.- Acoger al pobre corporal y espiritualmente como portador de derechos, valores y cultura, despertando la confianza en él mismo, ayudándole en su promoción a desarrollar su capacidad, proporcionándole los medios necesarios: Es necesario proporcionarles un trabajo útil y que pueda tener salida: tejedor de seda, lana, lienzo, zapateros, encajeras, costureras sin mirar el gasto para proveerles de herramientas y material, ni arredrarse ante las dificultades para encontrar lugares donde comprar a mejor precio y con facilidad: la divina Providencia y la experiencia no nos han de faltar (E 76). 

Según santa Luisa, no se puede manipular las ayudas que damos, poniendo condiciones al modo de emplearlas. Son los necesitados con deseos de progresar quienes buscan salir de su situación y no volver a caer en ella. Y tienen derecho a decidir por ellos mismos vivir una vida digna que no se reduzca a comer, trabajar y dormir, sino también a una vida sosegada y segura, que les permita dedicar un tiempo a la cultura, al esparcimiento y a la diversión sana. También ellos deben ser agentes de la transformación del mundo.

Art. 6º.- La dignidad del pobre exige a las Hermanas respeto, comprensión, cordialidad, y tolerancia individual y colectiva: “la vocación de sirvientas de los pobres nos advierte de la dulzura, humildad y tolerancia que hemos de tener; del respeto y honor que debemos a todo el mundo: a los pobres porque son los miembros de Jesús y nuestros amos, y a los ricos para que nos proporcionen los medios de hacer el bien a los pobres” (c. 487).

Y es que el pobre se siente humillado por el mero hecho de no tener, de carecer, mientras que quien da parece estar en una situación superior. De ahí que nos pueda embargar la postura de autosuficiencia, tratando como inferior al necesitado, con la sensación de tener una cultura por lo general algo superior a la que tienen los pobres, porque hemos podido superar estudios superiores o universitarios, mientras que ellos han tenido que utilizar sus energías simplemente para poder vivir o salir de la pobreza.

Art. 7º.- Formarnos para ser competentes y actuar responsable y comprometidamente con todos los pobres: “Hace falta mucho tiempo para preparar a las jóvenes, tanto por lo que se refiere a su formación personal, como para que aprendan lo que necesitan saber para servir a los pobres” (c. 541).

Una faceta en la formación de las Hijas de la Caridad en el siglo XXI es la de aprender a controlar el autoritarismo y la autosuficiencia. Acaso la Hija de la Caridad moderna, más que formarse necesite hacer una reforma de la mente para comprender los cambios sociales de la vida y de los pobres y para admitir que la manera de pensar de quien está agobiado por la necesidad, es distinta de la nuestra. Solo se comprende su mentalidad si se vive siendo uno de ellos, al menos de corazón.

Art. 8º.- Erradicar las causas de la pobreza allí donde estén y tal como se manifiesten: “Las Hermanas han continuado sin parar el servicio de los Pobres enfermos y también de los que no tenían pan, pues no pueden ustedes hacerse idea de las limosnas que se han distribuido en Paris. Creo que esto ha atraído la misericordia de Dios sobre nosotros para darnos la paz” (c. 280).

También santa Luisa y las primeras Hermanas querían erradicar las causas de la pobreza: Primero, la guerra que aumentaba los impuestos, devastaba las cosechas, empleaba los brazos necesarios para el trabajo y arruinaba las familias; y segundo, la falta de dinero para crear puestos de trabajo o producir bienes de consumo, porque los pobres no lo tenían ni podían encontrar quien se lo prestara. Un día Sor María Joly escribió a santa Luisa: “Cuando he visto que todos estos desgraciados pueblos estaban en ruina he comprado tres vacas, gallinas y dos cerdos” (D 544).

Art. 9º.- Unir los esfuerzos con todos los miembros de la Familia Vicenciana y con otros seglares comprometidos en favor de los pobres: “Me alegro de la determinación que han tomado esos señores de nombrar una directora seglar para el hospital. Hermanas, obedézcanla en todo lo que puedan y no piensen que por humillarse van a ser despreciadas” (c. 214).

Ha llegado el tiempo de que la Familia Vicenciana con todas las fuerzas de la Iglesia y de la humanidad nos unamos en la lucha por la causa de los pobres: paúles, Hijas de la Caridad, Voluntarias, Vicentinos… Los Vicencianos ya no podemos considerar el servicio a los pobres como una parcela de nuestra propiedad. Se nos pide colaborar con religiosos y seglares, aunque sean increyentes, conservando, eso sí, nuestro espíritu propio. No se puede olvidar que a los pobres no les importa quién se lo da, con tal que se les dé, y Cristo asume lo hecho a los pobres, aunque no sepan que lo hacen por Él.

Art. 10º.- Crear la cultura de la solidaridad entre pueblos, asociaciones, grupos… a favor de la población desfavorecida, en un completo respeto a las diversidades culturales. “No hablen nunca en polaco sin hacer entender a las Hermanas lo que están diciendo; esto les ayudará a aprender más pronto la lengua e impedirá otros inconvenientes que podrían ocurrir si obraran de otro modo” (c. 500). Las jóvenes que entran Hijas de la Caridad deben comprender que la Compañía no es un convento ni un solo hospital, sino que pueden ser destinadas a diversas comunidades de diferentes lugares (c. 618).

La Nueva Evangelización insiste en ser comunitaria y en que la acción de francotiradores no tiene efectividad. Será una reforma evangélica de toda la Familia Vicenciana sentirse unida en el mismo proyecto. Solidaridad quiere decir «reconocer la interdependencia y la corresponsabilidad en el seno de la comunidad humana» sin distinción de razas, y para Familia Vicentina, dentro del espíritu vicenciano. Queramos o no reconocerlo, la sociedad moderna está cayendo en la cultura de que la familia es el centro de nuestra vida y trabajo, y se apodera de tal manera de nuestra energía que nos quita el tiempo para colaborar en favor de los pobres. La energía nos brota con fuerza hacia la familia y los más cercanos, se debilita en el camino hacia los conocidos y casi desaparece cuando llega a los lejanos.

P. Benito Martínez, C.M.

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