El desencanto puede alejarnos a Emaús

por | May 3, 2019 | Benito Martínez, Formación, Hijas de la Caridad, Reflexiones | 0 comentarios

El desencanto resignado

Jesús anunciaba que había venido al mundo para implantar un Reino de justicia, de amor y de paz y lo confirmaba con signos y milagros. Sin embargo, muchos de sus seguidores se sintieron desilusionados cuando le vieron morir crucificado. Les pareció que su mensaje había fracasado. También hoy, los pobres se preguntan en qué ha venido a desembocar esta civilización cristiana, y la palabra que escuchamos es “desencanto”.

Vivimos en una época desencantada, convencida de que no llegará un futuro mejor. Muchas personas que viven en la pobreza lo asumen como su forma natural de vivir, pero hay otros pobres ocasionales, que forman una variante de aquellos pobres que santa Luisa llamaba pobres vergonzantes, que no pueden aceptarlo. Son familias que viven en sus casas sin que les llegue a final de mes el salario, la pensión o la ayuda que les dan las Instituciones públicas o privadas. Son familias desilusionadas por la corrupción de los políticos y por creer que la crisis que padecen es consecuencia inevitable de una economía globalizada para la cual dicen que no hay alternativa.

Las Hijas de la Caridad son portadoras del mensaje del Reino de Dios que anunció Jesús e intentan animar a unos pobres desencantados y a darles la esperanza evangélica. Sin embargo, también entre ellas surge el desencanto, cuando ven la edad avanzada de la mayoría y las pocas vocaciones que entran. No pueden resignarse e intentan superarlo con la actividad, el móvil y los mensajes, aunque respiren el desencanto que llevaban los dos discípulos camino de Emaús. Ese “nosotros esperábamos, pero ya van tres días” podría ser la desilusión que siente el corazón de alguna Hermana. Y es peligroso porque quien se resigna corre peligro de perder el sentido de su misión. Santa Luisa anima con su ejemplo: durante la Fronda, Paris vivió una situación parecida, y su tesón salvó la obra de los Niños Expósitos (c. 275, 302, 303, 306-312).

El antídoto no es la resignación ni solucionar las situaciones ocasionales con pequeñas ayudas. La ayuda ocasional es necesaria, porque los pobres no pueden esperar y necesitan auxilio urgente, aunque sea coyuntural. Muchos se han salvado gracias a la asistencia social. Pero no basta; mientras los pobres estén resignados, todo seguirá igual, pues son ellos los primeros que tienen que esforzarse por salir de la pobreza. Por su parte, las Hermanas necesitan ser animadas, como los discípulos de Emaús o los que quedaron en el cenáculo. Necesitan actividades que infundan esperanza, coraje y creatividad, que no vivan resignadas, que luchen por dar a los pobres una existencia digna. Y si lo ven las jóvenes, sentirán deseos de seguirlas. Hay que confiar en Dios, le decía san Vicente a santa Luisa, pues si “el Salvador del mundo, al pensar en su Iglesia, confía en el Padre para su dirección, para un puñado de mujeres, que tan claramente ha suscitado y reunido su Providencia, ¡le parece a usted que nos fallará!” (II, 130).           

Urge una visión positiva. Muchas críticas indican que anhelan una Compañía más innovadora, pero no vale culpar a los superiores de no hacer cambios para avanzar. Echar la culpa a otros es fácil. Santa Luisa da ejemplo cuando comprende que según la mentalidad del siglo XVII las niñas pobres no podían ser acogidas en las escuelas de niñas ricas. Ella no se resigna y funda escuelas gratis para niñas pobres (c. 489).

La esperanza, el antídoto del desencanto

El panorama del mundo moderno enloquece, cuando un tercio de la humanidad vive y muere en la miseria más espantosa y es arrastrada a la desesperación, rabiosa y revolucionaria, en algunos, y resignada en otros. Este panorama incita a meditar dos pasajes del Evangelio que hablan del fracaso y la esperanza: la de los discípulos que se alejaban de Jerusalén a Emaús y la del hombre asaltado por los ladrones que bajaba de Jerusalén a Jericó (Lc 10, 29-37; 24, 13-35). Las dos situaciones son similares. En el desencanto lleno de razones de Cleofás, late una ausencia de esperanza. Y es lo que conmueve las entrañas misericordiosas de Jesús, que los acompaña, se hace su compañero y se oculta lleno de ternura en esos pequeños gestos de amistad cercana; gestos de acercarse y acompañar con palabras de aliento, de escuchar y partir el pan. Y ellos recobraron la fe porque le reconocieron como un amigo. Lo mismo sucede en el dolor del hombre herido que yace semiconsciente sin posibilidad de salvarse dando la impresión de que no se puede hacer nada efectivo por él, pero Jesús se compadece, se acerca y sus manos de amigo tocan las heridas, las vendan y las restañan con aceite y con vino, indicando que nada hay imposible, si tenemos a Dios.  

La cercanía del Señor resucitado que camina con los pequeños del pueblo, como un amigo en la sombra, y que suscita en tantos corazones la compasión del Samaritano, es lo único que puede encender el fuego de la esperanza en los corazones de las Hermanas, para volver a la sociedad con el entusiasmo de los discípulos de Emaús y salir a proclamar el encanto del Evangelio. Las Hijas de la Caridad se acercan al pobre para curar sus heridas, para desbaratar desencantos y ofrecerles la alegría y la dignidad humana. Las dos escenas dan respuesta a la pregunta de cómo lograr que desaparezca el desengaño y la resignación en los pobres y en las comunidades y vivan la alegría del Evangelio. En las cartas de santa Luisa encontramos infinidad de actividades audaces que infundían esperanza en los pobres.

La cercanía da esperanza a los pobres

Las Hijas de la Caridad han sido capaces de crear esperanza y encantar a los pobres del mundo de hoy, respondiendo con acierto y responsabilidad a los embates del pensamiento moderno, dedicándose a los pobres sin caer en el materialismo e incorporando la tecnología sin caer en la lucha de clases, porque, revestidas de humildad y sencillez, han sabido cambiar los odres viejos por otros nuevos.

El Señor que se aproxima cuando estamos mal y carga con nosotros hasta la posada y en Emaús hace ademán de seguir adelante es el mismo que se hace presente en nuestro interior y en la Eucaristía. Muchas veces nos ha socorrido, pero nuestros ojos no lo han reconocido porque no somos sensibles a su presencia aún cuando le comemos en forma de pan. La promesa de pagarnos “lo que hayamos gastado de más” sólo vale para los que le sienten cercano.

La cercanía es necesaria para que surja la amistad. La solidaridad y la esperanza expresan “la cercanía de amigos”. La cercanía del Espíritu Santo es tan profunda que pone su morada en nuestro interior. Al Espíritu Santo le pedimos que nos haga descubrir a Jesús en nuestros hermanos pobres, porque, cuando una Hermana se aproxima a la carne de un miembro sufriente de Cristo y se hace cargo de ella, es cuando brilla en el corazón de los pobres la esperanza de haber encontrado la amiga cercana que andaban buscando. Un amigo cercano ofrece apoyo emocional y un oído para escuchar. Porque, además de necesidades materiales, los pobres tienen problemas emocionales. Hay que estimar lo que puede significar para una persona tener un amigo. No va a dar la solución a los problemas, pero los seres humanos -y más, si son pobres- necesitan sentir que tienen un amigo que los escucha. Las expresiones de aliento son tan importantes y necesarias como el alimento y la vivienda.

La humildad nos lleva a buscar a otras personas o congregaciones que puedan ayudarlos eficazmente cuando nosotros no podemos o no sabemos. Los programas establecidos pueden proporcionar soluciones a unos pobres, en algunos lugares y en cierto tiempo, pero también debemos conocer otros programas y organizaciones que ayudan a las personas que están necesitadas. En el mundo actual en el que conviven hombres de tantas razas, nacionalidades y credos, el terreno está dispuesto para que crezca la cercanía de amigos con los inmigrantes para bien de ellos y por el bien de la sociedad.

Amistad entre las Hermanas

La Compañía no puede encerrarse en el cenáculo. Si los gobiernos subvencionan a las empresas emprendedoras, porque son necesarias para el progreso, igualmente hay que ser emprendedores para instaurar y hacer progresar el Reino de Dios. Las Hermanas tienen que animarse a bajar de Jerusalén a Jericó, sin dar rodeos para no marcharse con la sangre de los pobres, tienen que acercarse, curarlos y pagar al posadero. No pueden estar desilusionadas, abandonar la unidad de los apóstoles y volverse a su Emaús a rehacer su propia vida. Tienen que experimentar a Jesús como compañero de camino, y emprender la vuelta a la comunidad, integrarse en ella y experimentar la amistad y la comunión. Es una obligación de justicia, por ser humana, cristiana, miembro del Cuerpo de Cristo e integrante de una comunidad de Hijas de la Caridad. Lo exigen las Constituciones con una doble intención. Por un lado, apoyarse mutuamente para no vivir en soledad y ser felices como amigas que se quieren, y por otro, ayudarse para mejor servir a los pobres. Porque la medida de la esperanza está en proporción con el grado de amistad.

P. Benito Martínez, CM

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