“El publicano regresó a casa justificado, el fariseo no”
Os 6, 1-6; Sal 50; Lc 18, 9-14.
La parábola de los dos hombres que “suben al templo a orar”, es conocida y desconcertante. Los dos comienzan su plegaria con la misma invocación: “¡Oh Dios!”, sin embargo la forma de presentarse y el contenido de su oración, es muy diferente.
El fariseo ora “erguido”. Se siente seguro ante Dios. Ha cumplido todo lo que le pide la ley. Habla de sus ayunos y sus diezmos pero no de sus actos de caridad. Le basta su vida religiosa.
El publicano en cambio, entra al templo pero “se queda atrás”. No merece aquel lugar sagrado. “No se atreve a levantar los ojos al cielo”. Siente de verdad su pecado.
La conclusión de Jesús es revolucionaria. El publicano no ha podido presentar a Dios ningún mérito, pero ha hecho lo más importante: acogerse a su misericordia. El fariseo en cambio ha salido como entró.
Los cristianos corremos el riego de pensar que “no somos como los demás”. La iglesia es santa, pero los que la conformamos luchamos siempre contra el pecado. Al acercarme a mi oración ¿lo haré como el fariseo o como el publicano? Cantará el salmo: “Misericordia quiero, no sacrificios, dice el Señor”..
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: José Luis Rodríguez Vázquez
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