Encuentro con María de Betania

por | Mar 26, 2019 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Servicio, bullicio, oración

Hay un banquete en casa de Marta y María en Betania (Jn 12, 1s), seguramente para festejar que su hermano Lázaro ha vuelto a la vida. Mientras Marta sirve, María, como en otra ocasión hizo una meretriz, llorando derrama una libra de perfume de nardo en los pies de Jesús, se los besa y se los seca con sus cabellos, llenando toda la casa de perfume. Jesús prohíbe que la molesten, porque está haciendo oración en el banquete. Le está diciendo que su presencia ha traído la vida a la casa donde antes estaba la muerte. Fue una oración sobre el tema central de la vida de Jesús. En silencio María le confiesa que morirá en la cruz por nosotros. Judas, sin embargo, dominado por el dinero, piensa en el bien que se podría haber hecho a los pobres con la venta del perfume.

¡Qué misterio de oración! Una oración en la que Jesús responde de una manera enigmática sobre su muerte y sepultura. Quisiéramos que Dios nos hablara claro, pero él prefiere que descubramos en el silencio lo que quiere decirnos. Oración misteriosa porque, al acoger a María en el banquete, acoge su oración en el servicio y en medio del bullicio. En medio del ajetreo y de la fatiga, cuando tropieza con tanto sufrimiento y miseria, es normal que la Hija de la Caridad no comprenda el lenguaje del Espíritu de Jesús, y aún en las necesidades y problemas le parece que Jesús habla un lenguaje enigmático, como en el banquete de Betania. Sin embargo, es un lenguaje que se clarifica de forma escalonada en su interior, capacitándola para saber interpretar los sucesos de la vida, como el Espíritu de Jesús quiere que los interpreten las Hermanas.

Lo contrario de la oración no es la actividad. Si la oración es amor, la actividad también es amor, aunque parezca alocado. Lo contrario de la oración es la apatía, el desinterés, conversar con Jesús como funcionarios a quienes se les paga por el trabajo y no comprender que la oración es el perfume que llena la vida. No se puede contraponer oración y actividad, porque, si el aroma no puede separarse del perfume, tampoco la oración de la actividad. La oración es el aroma del trabajo. Siempre que experimentamos la presencia del Espíritu divino estamos haciendo oración, tanto cuando servimos a los pobres como si hablamos a solas con él de amistad.

San Vicente decía a las Hermanas que siempre que pudieran hicieran la oración en comunidad y, si el trabajo se lo impedía, que fueran a orar a una iglesia cuando estuvieran libres, pero también decía que, si esto les era imposible, que la hicieran por el camino. Y si tampoco podían, que oraran mientras servían a los pobres. Porque lo importante es que una Hija de la Caridad no salga nunca de la oración.

No salir nunca de la oración es dejar al Espíritu Santo que la introduzca en la humanidad de Jesucristo y la moldee a imagen de Cristo en medio del bullicio en medio del trajín de hospitales, residencias de ancianos, de clases o viajes, en medio de una agitación reglamentada, con horarios fijos y trabajo controlado. El bullicio es el símbolo de la civilización y el ambiente que envuelve a los pobres y a las Hijas de la Caridad. Y también en comunidad están envueltas en los ruidos de los medios de comunicación. Porque están en el mundo sin ser del mundo, y Jesús pide a su Padre que no las saque del mundo, sino que las preserve del mal (Jn 17, 15). Como María que está en el banquete sin sentarse a la mesa y con su llanto silencioso habla con Jesús, también las Hijas de la Caridad le hablan con su servicio, como le escribía san Vicente a unas Hermanas: “sé que, en medio del ajetreo y de las preocupaciones que tienen, se ponen muchas veces en la presencia de Dios, y esta presencia les hace encontrar tiempo para cumplir con lo demás todo el día, en la medida que se lo permite el lugar y el servicio de los pobres” (IV, 159). No salir nunca de la oración es encontrarse con Cristo en “la calle”.

Descubrir nuevas formas de oración

Hay una conciencia tradicional de que en medio de la agitación no se puede escuchar al Espíritu Santo ni hablar con él, y es difícil descubrir a Dios en una sociedad en la que la ciencia y la técnica han borrado las huellas de Dios. Se piensa que el lugar apropiado son la soledad, el silencio y el recogimiento. Orar parece imposible en el ajetreo del servicio con ruido permanente, asedio constante, prisas, tensiones, masificación y anonimato de los pobres. Sin embargo, María hace oración en medio del banquete, sin importarle los comensales, porque era sensible a la presencia de Jesús, aunque no lo fuera poco antes. Demasiado humana, la muerte de su hermano le impidió sentir la presencia de Jesús cuando llegó al pueblo a resucitar a Lázaro y se quedó llorando en casa. Marta fue más sensible y sintió antes que ella la presencia de Jesús, saliendo a su encuentro y llamando después a su hermana.

La oración de la que no debiera salir nunca es escuchar al Espíritu Santo que capacita para ser intérprete de los signos de los tiempos. Sor Juana Elizondo se lo resumió de una manera fiel y sencilla a las Hermanas Jóvenes de todo el mundo (Sor Juana ELIZONDO, Ecos de la Compañía (mayo de 1990) pág. 359).

Se necesita nuevas formas de oración y también la de siempre, la de recogerse, como lo hizo María a los pies de Jesús, cuando fue con anterioridad a su casa. También las Constituciones (C 21) imponen un tiempo dedicado a la oración. Si la necesidad no es urgente habría que poner horario para que el servicio a los pobres no usurpara el tiempo de oración (IX, 52, 1150s). Cuantas más dificultades se encuentran para orar en el servicio más necesidad hay de reforzar el tiempo de oración en comunidad. Alguien ha dicho que «no hacer oración no es un pecado, es un castigo, es una desgracia».

La Hija de la Caridad necesita de tiempo en tiempo buscar el recogimiento y el silencio exterior, pues vive una época dominada por el activismo y el ruido ensordecedor y, si no pone tranquilidad en los que viven a su lado, no podrá hacer oración. Necesita paz interior para pasar un tiempo al día, al mes y al año hablando con Dios, le dicen las Constituciones: “Para respetar la intimidad de cada Hermana con Dios y facilitar todas una indispensable recuperación interior, hacen falta tiempos de silencio… los Ejercicios espirituales… Un día de reflexión y oración, en particular o en común, proporciona todos los meses un apoyo necesario a su vida espiritual” (C 21c, d).

La oración sola no cambia la comunidad o la situación de los pobres, pero sí da una alternativa de cómo relacionarse y vivir el trabajo, empapándolo de oración. En Betania se celebra un banquete porque Lázaro ha vuelto a la vida, y su hermana María, explica que no salir de la oración empieza por la humildad, confesándose pecadora y sin atreverse a ungirle la cabeza a Jesús, sino los pies, pasando a la sencillez de no temer interrumpir un banquete y terminando con el amor, pues todo lo hace por amor, como dijo Jesús a Simón, cuando en otra ocasión parecida, le dijo que la meretriz aquella le había enjugado los pies por amor. También nosotros debemos orar por los pobres, aunque dé miedo, pues a cada intercesión nuestra, el Espíritu responde: Y tú, ¿qué haces? Esta pregunta le hacía sufrir a san Vicente: “¡pobres viñadores que nos dan su trabajo, que esperan que recemos por ellos, mientras que ellos se fatigan para alimentarnos!… Vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de los pobres. Con frecuencia pienso en esto, lleno de confusión: Miserable, ¿te has ganado el pan que vas a comer, ese pan que te viene del trabajo de los pobres? Al menos, si no lo ganamos como ellos, recemos por sus necesidades. Los pobres nos alimentan, recemos a Dios por ellos; que no pase un solo día sin ofrecerlos al Señor, para que les conceda la gracia de aprovechar debidamente sus sufrimientos” (XI, 120s).

Benito Martínez, CM

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