Vivir en el mundo de los pobres sin mundanizarse

por | Dic 12, 2018 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

En la Navidad celebramos el momento en el que Dios se hace visible como un ser humano, sin embargo, nosotros corremos el peligro de intoxicarnos del mundo dejando de ser humanos. El Niño nacido en Belén, cuando sea un hombre, en la despedida después de su última cena en la tierra, le pedirá al Padre que salve a sus discípulos del espíritu del mundo sin que salgan del mundo. La Hija de la Caridad está en el mundo y es del mundo. Las religiosas se separan del mundo con clausura, celosías y altos muros, pero la Hija de la Caridad tiene por capilla la iglesia parroquial, por claustro las calles de la ciudad, por convento las casas de los enfermos, por muro el temor de Dios, por clausura la obediencia (IX, 1178). Lo peor que puede pasarle es asumir el espíritu del mundo, mundanizarse y querer tener, quejarse si algo le falta, querer gozar e intentar dominar sin saber ceder. Ante la cuna de Jesús nacido el Espíritu Santo quiere llenarla de pobreza, obediencia y castidad vividas con humildad, sencillez y caridad estas Navidades y durante todo el año 2019.

Cuando sea mayor, ese Niño usará una metáfora que podemos aplicar a nuestra vida, la levadura. Nunca la masa del mundo puede anular la levadura y, si la Hija de la Caridad es la levadura, fermenta toda la masa, cuando se introduce entre los pobres y los ve hijos y hermanos de ese Niño durmiendo en un pesebre, pero herederos de su herencia. La levadura es amor y si una Hermana es levadura, es amor. Y estar convencida de ello es importante para una Hija de la Caridad.

Vivir como levadura entre  los pobres, pero sin mundanizarse, sin contaminarse con sus negocios opuestos a la vida sencilla de una Hija de la Caridad. Sí a la cercanía de los pobres alejados de Dios, sabiendo que nace por ellos. El Papa Francisco pone como uno de los males de nuestra sociedad “fingir ser mejor de lo que somos y no querer aplicarnos los mismos defectos que criticamos en los demás”. San Vicente animaba a ponerse la vacuna de la sencillez.  

Hacer de la Comunidad un Belén

Nada hay más sencillo que la inocencia de un niño ni más difícil que vivir su sencillez. Juguemos a ser niños como juegan en muchas casas y hagamos de la comunidad un Belén, donde cada Hermanas asume el papel de un personaje del nacimiento que lleva un presente a Jesús, a María o a José. Cada Hermana escoge su regalo material o espiritual. Hasta puede regalarles otra Hermana con la que ha crecido en el trabajo y en el descanso como amigas que se quieren y sienten como propios sus dolores y sus gozos, respetando sus derechos a ser lo que son. Las Hermanas que pueden sentirse marginadas por creerse que no tienen dotes al lado de otras que parecen ennoblecer a la Compañía, tienen un lugar privilegiado en este Belén

Cuando se habla de pan se supone que es pan con levadura. La levadura y el pan son amigos que se intercambian sus cualidades. En las Navidades los pobres quieren tener cercana como levadura, como amiga entrañable y sacrificada a la Hija de la Caridad. Y, si la amiga es lo que significa, en cualquier dificultad la tienen a mano. No hay situación en la que no cuenten con ella. La Hija de la Caridad para el pobre es una amiga que siempre está “cuando y donde la necesita”. La amistad se mide por el grado de intimidad, como la levadura. Para indicar el grado de amistad con alguien en quien confiamos y de quien nos fiamos decimos que es la persona a la que siempre querríamos tener cerca. Si el pobre lo dice, ya ha expresado todo. ¡Cuántas veces ansía tenerla a su lado como una amiga que fermente su vida!

Pero sin mundanizarse. Aunque escrita para recordar la venida de Jesús al final de los tiempos, parece escrita para su venida en Navidad la 1ª Carta de Pablo a los Tesalonicenses y que debería hacer suya la Hija de la Caridad: “Fuimos condescendientes con vosotros, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos por vosotros tanto afecto, que deseábamos entregaros, no solo la buena noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegasteis a sernos” (1Ts 2, 7-8).

Cercana a los pobres

Aunque parezca ilusión, ese Niño durmiendo en un pesebre, se va a quedar en la tierra cuando instituya los sacramentos. Al recibirle en cada sacramento nos infunde el Espíritu Santo. Las Constituciones de las Hijas de la Caridad hablan de la cercanía del Espíritu Santo que se aposenta en nuestro interior para guiarnos y fortalecernos (C 21d). Y con esa cercanía se crea la cultura del encuentro que nos hace hermanos sin mundanizarnos como prosélitos de una religión o socios de una ONG. Moisés preguntaba a su pueblo: “¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios de nosotros?” (Dt 4, 7). Un Dios que empezó a caminar con su pueblo y luego se hizo uno del pueblo naciendo en Belén con esa cercanía que describe Lucas cuando nace Jesús, cuando cura a la hija de Jairo y la gente lo apretuja mientras una mujer enferma le toca el borde del manto, cuando no hace caso a la multitud que quiere hacer callar al ciego que gritaba y Jesús se le acerca, o cuando permite que se le acerquen los leprosos para curarlos. Nadie quería perderse esa cercanía y el pequeño Zaqueo se subió a un árbol para verlo, acercarse a él e invitarle a comer en su casa. Nuestro Dios nace en la tierra, se queda en la Eucaristía y su Espíritu, el Espíritu Santo, pone su morada dentro de cada hombre y mujer.

La cercanía de las Hijas de la Caridad está en tensión entre el mundo y los pobres a los que anuncia la Buena Noticia de que Jesús ha nacido y su Madre María lo ha acostado en un pesebre. El pesebre de Belén hoy son las periferias de las ciudades. En el anuncio evangélico, hablar de periferias descentra, sin embargo, la Hija de la Caridad no es una descentrada, es una mujer centrada en ser la levadura que, sin mundanizarse, fermente la enorme aglomeración de pobreza de las periferias y que suelen olvidar los gobernantes.

Las Hermanas que sirven a los pobres sin mundanizarse deben estar cerca de ellos, humildes con mucha paciencia, sencillas con mucha mansedumbre y cordiales con mucha compasión. Mujeres que amen la pobreza y la austeridad de vida, sin ser autosuficientes que las alejaría de los pobres que les ha confiado Jesús; cuidando todo aquello que las mantiene cercana a los necesitados, vigilando los peligros que los amenacen y dándoles la esperanza de que haya sol y luz en los corazones, caminando delante para indicar el camino, o en medio para mantener la unión y neutralizar la desbandada, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado. Pero sin olvidar que el rebaño tiene su olfato para encontrar nuevos caminos.

Estas Navidades el servicio espiritual podría concretarse en anunciarles a los pobres que a Jesús, al nacer, su Madre lo acostó en un pesebre, como pueden contemplarlo en cualquier iglesia y ya no se ha querido marchar, quedándose en el Sagrario.

Para los vicencianos es ocasión para contar a los pobres que la Madre de ese niño, la Virgen María, está cercana, a su lado, con la Medalla Milagrosa que dio a santa Catalina Labouré en 1830. Supo los males que sufríamos nosotros, sus hijos, y se acercó para darnos esperanza y consuelo, y se acercó tanto que ya no se quiso marchar, quedándose para siempre en la Medalla Milagrosa. Cada Medalla es como aquel Nazaret en el que vivió. El sí de Nazaret, por obra del Espíritu Santo, la constituyó Madre del Hijo y, movida por ese mismo Espíritu, la transformó en servidora de todos los hombres por amor a su Hijo y la hizo capaz de visitar a su pariente Isabel entonces, y luego a nosotros con la Medalla, de tal manera que así como a su Hijo le puso por nombre Emmanuel, Dios con nosotros, la Medalla Milagrosa significa María con nosotros.

P. Benito Martínez, C.M.

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