“Felices los ojos que ven lo que ustedes ven.”
Job 42, 1-3. 5-6. 12-16; Sal 118; Lc 10, 17-24.
Los setenta y dos discípulos retornaron a Jesús encantados con ellos mismos. Su misión de llevar la paz y reconciliación había sobrepasado el odio y el mal. Pero Jesús les recuerda a sus discípulos, que el poder que trabaja en ellos se debe al amor que Dios les tiene. Después los conduce al círculo de su origen divino: “Benditos los ojos que ven lo que ustedes ven”.
Al compartir nuestras personalidades y regalos, se sanan los demás, y en nuestros mismos actos de generosidad entramos, a menudo sin darnos cuenta, en la divinidad de nuestra naturaleza humana.
¿Puedo recordar una experiencia en que estuve con una persona o grupo, y donde yo fui una presencia positiva y ayudadora?
¿Cómo me sentí después de esa experiencia?
¿Me doy cuenta de que mis dones tienen una fuente que va más allá de mí?
San Bruno se hizo famoso por haber fundado la comunidad religiosa más austera y penitente, los monjes cartujos, que viven en perpetuo silencio y jamás comen carne ni toman bebidas alcohólicas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Adrián Acosta López, CM
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