El vicentino no es un asalariado
Dios ha puesto al vicentino como Buen Pastor de los pobres, tal como lo expone Jesús en el capítulo 10 de san Juan: “El que no entra por la puerta en el redil es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas…: yo soy la puerta”. La consecuencia es dura: o se identifica con Jesús cuando va a los pobres o es un ladrón o un asalariado. Y, aunque parezca sorprendente, lo que ofrece a Dios al integrarse en la SSVP o en la AIC es ocupar el lugar de Cristo, convirtiéndose en el Buen Pastor de los pobres y en la puerta por donde pasan a Dios.
San Juan expresa la intimidad entre pastor y ovejas, entre vicentinos y pobres, con la metáfora las ovejas escuchan su voz y le siguen, porque conocen su voz, pero no siguen a un extraño, sino que huyen de él. El timbre de voz es exclusivo de cada persona como lo es su intimidad y, cuando un pobre escucha el timbre vicenciano de tu voz, siente a un amigo que está a su lado para manifestarle sus sentimientos.
No es difícil dar a los pobres una parte de tus bienes o de tu trabajo. Lo difícil es darles tu amistad. Los pobres se alegran con las limosnas, pero más con la confianza que les das, porque también son hombres y están cansados del mundo que los desprecia y quieren sentir que Dios se preocupa de ellos, reconociéndole a Él en el sonido de tu voz, cuando estás presenten en sus dificultades, cuando llamas al que no lo espera y miras su corazón que nadie jamás había mirado, y sin ponerles condiciones, como un amigo. Los pobres reconocerán tu voz. De lo contrario, serás un extraño y huirán de ti.
San Vicente decía que los pobres con frecuencia no tienen ni la figura ni el espíritu de las personas educadas, pues son vulgares y groseros… y si los miramos con los sentimientos de la carne y del espíritu mundano, nos parecerán despreciables. Pero dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe (XI, 725) que son las ovejas que Cristo os ha encomendado.
No seáis como el asalariado, un pastor a quien no pertenecen las ovejas, y si ve venir al lobo, las abandona y huye. El asalariado cuida de los pobres, pero desde fuera y por un salario. Tú no. Y si son tuyos, te importan porque te pertenecen y, si por las circunstancias no puedes darles tu intimidad, al menos, te ofreces a ser un amigo que los conoce por su nombre y quiere que nada les pase.
Dar la vida por el pobre
Los amigos íntimos están dispuestos a dar la vida uno por otro. Como lo hizo Jesús, también tú debieras estar dispuesta a ir a buscar al pobre perdido y olvidado aún con peligro de tu vida y hasta a darles tu vida.
San Vicente dice que a veces es más fácil dar la vida heroicamente por los pobres que darles nuestras cosas diarias y esto puede ser lo que los pobres nos exijan: darles cosas, tiempo, dedicación, aficiones y todo eso que nosotros hemos convertido en una parte esencial de nuestra vida.
San Vicente, santa Luisa, beato Federico y el mismo Jesús abandonaron la seguridad del hogar para dar seguridad a la vida de muchos pobres. Pero recordando que Jesús dijo que había venido para que las ovejas, los pobres, tuvieran vida y la tuvieran en abundancia. Y esta abundancia de vida solo puede referirse a la vida sobrenatural, a la vida de fe. Y si, para dar al pobre la vida material, Jesús os pide que pongáis los medios que les faciliten una vida humanamente digna, también pide que se la deis en abundancia, es decir, también les deis la vida espiritual.
Pero ¿quiénes son las ovejas de los vicencianos, sus pobres? No es fácil fijar dónde se encuentra el umbral de la pobreza. Pero sí sabemos quiénes son los más pobres. Claramente los citaba una superiora general de las Hijas de la Caridad: Los que viven en las angustias de la enfermedad, del hambre, del abandono; en un clima de violencia, las personas condenadas a la migración, las que están marcadas por la trata de personas o por la esclavitud de la droga, del alcoholismo; las que están hundidas en la soledad, atormentas por la tristeza de estar lejos de Dios... En fin, los excluidos de la sociedad, a los que Jesús veía como ovejas sin pastor.
Aunque Jesús tenía otras ovejas, se acercó especialmente a los excluidos que no podían acercarse a Jesús: leprosos, paralíticos, endemoniados… A éstos va Jesús con más cariño. Jesús interpeló a la sociedad que marginaba con una opresión económica, con una tiranía religiosa, con una imposición legal o con una intolerancia cultural. A todos estos pobres de espíritu, de verdad, los llama bienaventurados porque ha llegado el Reino de Dios que trae justicia, amor y paz, destruyendo la pobreza. Por eso son dichosos, porque hay personas que se entregan a implantar ese Reino de Dios, aunque sufran, lloren y sean perseguidos. Los vicencianos se sacrifican como mártires por hacer dichosos a los pobres.
Benito Martínez, C.M.
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