Día internacional de la Juventud Vicentina, en la fiesta del beato Pier Giorgio Frassati

por | Jul 3, 2017 | Noticias, Sociedad de San Vicente de Paúl | 0 Comentarios

La Sociedad de San Vicente de Paúl, celebra, el próximo 4 de julio, un día especial dedicado a toda la Juventud Vicentina. La fecha está sabiamente elegida: es la fiesta del beato Pier Giorgio Frassati.

Pier Giorgio fue un joven italiano, miembro de la Sociedad de San Vicente de Paúl, que vivió en alto grado las virtudes de servicio a los pobres. Desgraciadamente, murió muy joven.

Pier Giorgio Frassati

Nació en Turín el 6 de abril de 1906 y murió en la misma ciudad el 4 de julio de 1925.

Hijo de un senador, embajador en Berlín, director y propietario en Turín de uno de los mayores periódico de Italia, el Stampa, se le presentaba un brillante porvenir.

Durante el velatorio una insólita muchedumbre se agolpó en la Iglesia de la Santa Croce, llegada de todos los puntos del horizonte religioso, social y político.
La grandeza de su figura está en que “encontró en la fe la razón misma de su existencia”, como él mismo decía.

Frassati formaba parte de esa Elite de jóvenes cristianos, de la que un contemporáneo suyo, el Beato Agustín Pro, mártir mejicano, escribía en un cuaderno: “Necesitamos hombres… de ideas netamente católicas, a la vez que hombres de ideas políticas amplias… Es necesario preparar Elites, estudiar, rezar…”.

Esa elite que no alardea de su elevación social, “mi padre está empleado en Berlín” decía. Esa elite despreocupada por las comodidades. Que sabe transformarse de hijo de embajador en peón de mudanza cuando lo requería el apostolado.

Elite que pudiendo viajar en primera clase, viaja en tercera, “porque no hay cuarta”, como él decía.

Logró que hasta un diario socialista, “La Giustizia”, lo elogiara: “creyendo en Dios, confesaba públicamente su fe y la manifestaba en todas las oportunidades. La conceptuaba una milicia, un uniforme que no se deja ni por oportunismo ni por respeto humano… Tomando parte activa en las ceremonias, desafiaba las débiles burlas de los escépticos, de los vulgares, de los mediocres…” Y el mismo artículo se pregunta asombrado: “¿Cómo separar la convicción sincera de la afectación?” Y termina: “…este cristiano que cree y obra como hombre de fe, que habla según piensa, y obra según habla, este intransigente de la religión es, en verdad, un modelo que algo puede enseñarle a cada uno de nosotros.”

Muy a menudo nos formamos una idea pueril de la santidad. La crece como la naturaleza. Recibida en el bautismo, se robustece al paso de los años hasta hacerse perfecta. Y Dios que todo lo provee, no niega los medios necesarios para tal crecimiento. Siendo adolescente, Pier Giorgio, la gracia en él era ya robusta. Santidad del adolescente capaz de triunfar sobre los combates que se desatan en tan difícil edad.

El cura que lo bautizó y lo vio morir, escribió para el mayor elogio que pueda escribirse de un joven: “Estoy convencido de que llevó al otro mundo la inocencia bautismal”.

A pesar de su elevada situación social, su madre lo formó para este triunfo, viril y responsable: “Niños educados sin debilidades, a la buena, mejor que los hijos de los campesinos y de los pobres.”, decía la cocinera de la casa. Así deberían educarse los “niños bien” de nuestra sociedad burguesa. Su padre le escribía desde Alemania: “Veo bello tu corazón, tal cual lo soñé para ti. Suceda lo que suceda, no cambies. Estoy orgulloso de ti”. Se podría decir de él lo que dice Manzoni de la juventud de san Carlos Borromeo: “Su vida es semejante a una fuente que brota de la roca, cruza, sin pudrirse jamás, las regiones más variadas, y prosigue su curso hacia el río”. ¡Sin pudrirse jamás!.Era intransigente consigo mismo. Un amigo lo invita a un paseo, pero tendría que faltar a la Misa dominical: “…mas el pensar en que iba a faltar a mi deber y ser infiel a la conducta que me trazara, me obligó a renunciar al paseo…””Me sucedió muy a menudo – nos cuenta un conocido- verle en la mesa sagrada, enteramente transfigurado y del todo ardiendo en el deseo de Jesús. En el Banquete de la Vida, era realmente de impresionante belleza aquél mozo robusto y sano, de tez bronceada, de ojos límpidos cual una fuente”.

Rezaba diariamente el Rosario. Permanecía horas enteras ante el Sagrario. De una piedad extraordinaria, que en otros jóvenes hubiera sido afectación, en él era lo natural. Recibía diariamente la comunión desde los 17 años. A menudo ayudaba al sacerdote.

Su devoción a la Santísima Virgen lo llevó a hacerse terciario dominico, con el nombre de Fray Jerónimo, en honor del monje Jerónimo Savonarola, de quien era un entusiasta por su audacia e interés social. “Admirador apasionado de ese monje que muriera en la hoguera – escribe a un amigo -, que quise tomarle como modelo haciéndome terciario, mas ¡Ay! ¡Estoy muy lejos de imitarle!”

Anualmente se retiraba a la montaña, a la villa Santa Croce para hacer los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, en donde se ponía frente a las grandes verdades que son el fundamento de la vida. Pero una de las virtudes que más lo destacó fue la alegría.

Pero no tenía esa piedad blandengue. Sabía, como todos los santos, que el primer enemigo es el propio yo, a quien debemos declararle una guerra sin cuartel. Por eso decía: “Lucho por anular todo mi pasado y todo cuanto encierra de reprensible, a fin de elevarme hacia una vida mejor”. “Se imponía para sus menores faltas – nos dice el P. Righini- rudas penitencias”.

Comprendía en su justa medida y el gran valor del antiguo refrán: “mens sana in corpore sano”. Le gustaban todos los deportes: el fútbol, las carreras de bicicleta, la natación, el remo, la equitación. También, cuidadoso de que no existiera peligro, sabía manejar a gran velocidad.

Pero el deporte que más cultivó fue el Alpinismo. Le atraía el lenguaje viril de las montañas. Ellas hablan de esfuerzo, de triunfos, de serenidad y pureza. En ellas el hombre está más cerca de Dios. “Me siento cada día más apasionado por la montaña, me atrae su fascinación. Deseo siempre más vivamente escalar las cumbres, llegar a las más elevadas cimas, experimentar esa alegría pura que da la montaña…”.

Un pintor amigo de la familia: “… lo que más se traslucía en su mirada era la dicha que le proporcionaba la vida sencilla y las sanas fatigas, en una palabra, el retorno a la existencia viril de los lejanos antepasados”.

La piedad no apagaba el brillo de su mirada, ni entristecía su frente, ni detenía su sonrisa.

La caridad nada desprecia, como dice San Pablo: “todo lo bueno, lo justo, lo bello…”. También tenía alma para visitar los museos, en los cuales pasaba horas contemplando esculturas y pinturas. En Ravena, al visitar la tumba de Dante, y ante la admiración de sus compañeros, supo recitar cantos enteros de la Divina Comedia, uno de los cuales, dedicado a la Virgen, tenía pegado en la pared de su habitación:

“Virgen María, hija de tu Hijo…
humilde y alta más que toda creatura
Señora, eres tan grande y tanto vales
que el querer una gracia sin recurrir a ti
es como querer volar sin alas”.

Era serio y responsable, pero sin ese espíritu calvinista que considera pecado cualquier broma o diversión. El católico es un hombre libre. Organizó una especie de “sociedad del terror” encargada de llevar a cabo bromas a sus compañeros universitarios. Se enganchaba en los carros de las manifestaciones estudiantiles. Perteneció al club alpino “Tipi loschi” o “Tipos sospechosos”, del cual junto con un amigo, redactó los estatutos, uno de cuyos lemas era: “Percussus elevor, contusus gaudeo”, “Herido me elevo, golpeado gozo”. Las palabras de San Pablo. Alegría y fortaleza. Algo más que los slogans de bebidas y pantalones de hoy.

Pero la principal razón de su alegría procedía de la fe. En una carta a su hermana le escribía: “Me preguntas si estoy alegre. ¿Cómo no había de estar alegre cuando la fe me da el coraje para ello? Sí, estoy alegre, pues la tristeza debe ser desterrada de un alma católica. El dolor no es la tristeza, que es la peor de todas las enfermedades, y casi siempre fruto del ateísmo. El fin para el cual fuimos creados, nos invita a caminar por una ruta sembrada sin duda de muchas espinas, pero que no es triste; aún a través del dolor, esta ruta está iluminada por la alegría”. “Ciertamente la fe es el ancla de la salvación; sin ella ¿qué sería de nuestra vida? Nada, o mejor, la desgastaríamos inútilmente, pues hay solo dolor en éste mundo, y el dolor sin la fe es insoportable; en cambio, fecundizado por ella, se transfigura y fortalece el alma para la lucha”.

Papásogli, biógrafo de otro santo contemporáneo de Pier Giorgio, Don Orione, nos dice que siendo joven Don Orione, no derrochó, como la mayoría de los jóvenes, las grandes energías propias de esta edad. También Pier Giorgio sintió la misma inquietud: “Cuántas cosas inútiles hacemos, cuando muchas otras, de otro modo necesarias, solicitan nuestra actividad”.

“En los últimos tiempos (escribe Mons. Pini) se notaba en él una perfecta armonía entre la cultura y la alegría, entre la energía de la juventud y la piedad sincera. Dominaba por encima de todo la caridad serena, abierta, generosa, que ha de ser el ideal del joven cristiano cultivado”.
Tuvo “esa sinceridad sin sombras (de la cual habla el P. Faber) que es la más rara de las gracias, más rara que la gracia de las austeridades y maceraciones que nos espantan en las vidas de los santos, más rara que el amor del padecimiento, más rara que la gracia de los éxtasis y del martirio”.

Pier Giorgio comprendió, como tantos cristianos de su tiempo, la urgencia de la participación del católico en la vida pública de la patria.
Italia estaba inmersa en graves desórdenes sociales. Favorecidos por el descontento y el agotamiento general, socialistas y bolcheviques eligieron la huelga como institución corriente. Frecuentes eran los conflictos entre patrones y obreros, y corrió sangre muchas veces.

Frente a esta situación, se irguieron los cristianos sociales del Partido Popular Italiano, al cual se afilió Frassati, y cuya insignia no se sacaba nunca. El P. Robotti, iba siempre acompañado de él en sus conferencias a los obreros: “si me sucedía verme rodeado de bolcheviques tratando de intimidarme con amenazas, Pier Giorgio, lejos de asustarse, se pegaba a mí a fin de defenderme en caso de ataque”.

En la campaña electoral creyó prudente apoyar a los católicos de su partido. Se lo vio entonces embadurnar las lucientes columnas del Palacio de Seguros de Venecia, pincel en mano, y entablar allí mismo una discusión con unos opositores, que por poco degenera en una riña. “Pier Giorgio estaba radiante” escribió un compañero.

En setiembre de 1921 se organizó en Roma el Congreso Nacional de la Juventud Católica. Tampoco allí faltó la refriega, en este caso con los guardias de caballería. Frassati llevaba la bandera, que defendió con todas sus fuerzas. Finalmente se rompió el asta, pero él guardó los pedazos. Fueron apresados, pero al enterarse de que uno de los presos era nada menos que el hijo del embajador de Italia en Berlín, se le ofrece inmediatamente la libertad, pero no la acepta si no salen todos. “Me parece verlo aún (escribe un testigo) con el cabello en desorden, el rostro radiante de una alegría indescriptible, altivo como un triunfador, agitando en alto su bandera…”.

Lo que lo diferencia de los politiqueros actuales es su profundo amor a los pobres. Compenetrado con el pensamiento de San Vicente de Paúl de que “esos pobres de Jesucristo son nuestros señores y nuestros amos y no merecemos prestarles nuestros pequeños servicios”, veía en ellos a Cristo, y por ellos se sacrificaba, recorriendo los arrabales, visitando enfermos, llevando ropa y comida. “¡El hijo del embajador!” Por esos años Don Orione lo había profetizado: “Sólo la caridad salvará al mundo”.

Costeaba de su propio bolsillo las necesidades de los pobres, hasta quedarse sin un centavo para el tranvía. Las gentes sencillas, viéndolo pasar cargado de bultos de ropa, decían: “¡Es el joven Frassati que va a visitar a sus pobres!”.
En una carta del 6 de marzo de 1925, escribía: “Como católicos tenemos un amor que sobrepuja a todos los demás, y que, después del que le debemos a Dios, es inmensamente bello, como bella es nuestra religión. Ese amor es la caridad de la que se hiciera abogado San Pablo, que la predicó diariamente a sus fieles: la caridad sin la cual, dice, nada son las demás virtudes. Sólo ella puede ser la finalidad de toda una vida, sólo ella puede cumplir un programa”. Y el 23 de abril de 1925: “Jesús me visita cada mañana en al Comunión y yo Le correspondo de la pobre manera en que puedo hacerlo, visitando a los pobres”.

En 1918 entra en la Escuela de Ingenieros de Turín. Encara el estudio con la misma dedicación que todas las cosas. Lo ven pasarse las noches enteras sobre sus problemas o sobre sus planos. Para no quedarse dormido estudiaba caminando y en voz alta. Renuncia a paseos, y hasta a participar del congreso de la Juventud Católica en Asís. Recibe invitaciones de todos lados pero el deber de estado está primero.
Pero no olvidaba el apostolado. En la universidad, minada desde 1870 por el pensamiento masónico y anticatólico, quiso integrar el Círculo Cesare Balbo, en honor de quien fuera precursor de la Acción Católica en Italia.
Cuando un amigo le preguntó que haría con el título de ingeniero, respondió: “todo, salvo mi profesión de ingeniero”, expresando con esto la primacía absoluta de la caridad social.

Tampoco le faltaron pruebas y tentaciones: “Mi barquilla está por irse a pique en medio de las últimas y tempestuosas olas de mi vida de estudiante. ¡Ay! para mantener ciertas resoluciones, es menester una voluntad férrea y la mía habituada a capitular. Necesito de oraciones, porque sólo por medio de ellas podré conseguir de Dios la gracia…”.

El ejemplo de su vida arrastró a muchos jóvenes a seguirlo en el auténtico espíritu del cristianismo. Uno de ellos: “Me rodeaba una multitud de irresolutos y él no experimentaba indecisión alguna; un enjambre de desorientados y él seguía una ruta precisa; una legión de desengañados y él era perfectamente feliz, y una turba de egoístas y él se destacaba por la nobleza y la grandeza de sus sentimientos”.
Innumerables son los testimonios de amigos y conocidos en este sentido. Es la irradiación del santo, que atrae fuerte y suavemente. “Estando él presente, bastaba imitarle…”: profundo elogio de un amigo.
Durante el carnaval de 1922 el Circulo organiza una jornada de oración en reparación de los pecados que se cometen en este tiempo. Frassati coloca el cartel en la universidad. Inmediatamente varios estudiantes, viendo una provocación en eso resuelven despedazarlo. Él está en pié delante del tablero, garrote en mano, rodeado de una jauría de chillones que lo amenazan, pero no retrocede. El número vence, y se apoderan del cartel. Estremecido de indignación agita su garrote en el aire.

Respecto a la muerte solía decir: “Creo que el día de mi muerte, será el día más bello de mi vida”. Ante la muerte de un estudiante reflexiona: “Junto al cuerpo existe el alma, de la cual hemos de tener el mayor cuidado, a fin de que pueda presentarse al Tribunal Supremo, exenta de culpas, o a lo menos con pecadillos que expiará con algunos años de purgatorio, antes de subir a la paz eterna”.
Unos terribles dolores de cintura repentinamente lo obligaron a reposar y ser revisado por un médico, que no llegó a darse cuenta de la poliomielitis infecciosa que lo llevaría tan rápidamente al cielo.
Al otro día confiesa muy tranquilo al médico que no siente las agujas que le hundían en las piernas. Su familia comprende y se aterroriza.
– ¿Si tu abuela te quisiera a su lado, en el paraíso?
– ¡Qué contento estaría! – dijo, con un rostro radiante.
Pocas horas después fallecía, a los 24 años, diciendo: “Que expire mi alma en paz con vosotros”. Eran cerca de las siete de la tarde del día 4 de julio de 1925.
Una placa de bronce, junto al lugar donde diariamente escuchaba la Santa Misa, lo recuerda:
“Pier Giorgio Frassati, apóstol de la caridad. Aquí, en la oración y en la unión eucarística cotidiana, halló la luz y la fuerza que le ayudaron a sostener el buen combate, a recorrer las etapas de la vida y a responder al repentino llamado de Dios, como el buen soldado de Cristo.
En recuerdo y como ejemplo para los jóvenes”.

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