Uno se hace Misionero Paúl cuando trabaja y comparte la alegría del Evangelio con los más pobres y sencillos. Esto es lo que he vivido durante el mes de Julio y parte de Agosto en Honduras. No importa caminar por arduas sendas algunas horas, con tal de vivir el encuentro fraterno con los hermanos en la Eucaristía. Las aldeas con sus caminos rocosos y malgastados por su orografía no son inaccesibles para el celo de los misioneros. No importa que el encuentro con el Señor se celebre en una casa con paredes de colores llamativos, o en una iglesia que todavía está sin terminar, o con unos bancos que huelen a viejos, sino que cómo dijo Jesús: “donde hay dos o más reunidos en mi nombre allí estoy yo”.
Los amaneceres abren paso a los senderos que llevan a las aldeas. Las rutas con sus rocas pedregosas, sus ríos caudalosos y su fauna autóctona embellecen el entorno de estas montañas. A lo lejos, se divisa la gente que con su buen andar atraviesa arduos caminos para llegar a la iglesia. Si llueve o truena o hace calor, para los aldeanos no es obstáculo. El día que se celebra la Santa Misa es un día importante en la comunidad. Se escucha el toque de las campanas que avisa que va a comenzar la Fiesta del Señor. Ésta se vive con alegría y gozo. Con sus cantos y su participación en la Palabra de Dios, esta buena gente canta y alaba la grandeza de Dios en sus vidas. Después, toca compartir un buen ágape con algún miembro de la comunidad y se establece una relación de hermandad y amistad. Los frijoles con su arroz blanco y tortillas de maíz son una delicia para todo el que los deguste. Y es que esta gente sencilla da todo lo que tiene en el compartir cotidiano. Los garífunas danzan al ritmo de los tambores y las maracas. Con sus cantos africanos y sus trajes típicos, que son expresión de su comunidad, viven y celebran el encuentro con Nuestro Señor. Atrás dejan sus penas y problemas para danzar al Dios de la vida. Hasta el P. Mikel ondea las diferentes banderas al son de la música típica. Con su dialecto, esta buena gente proclama la fe, enraizada en sus tradiciones antiguas.
Aquí también están los privados de libertad. Una fuerte impresión pude sentir cuando entré al presidio. En unas condiciones inhumanas y no propias para los tiempos en que vivimos, pude disfrutar con ellos la Celebración de la Palabra. Con las ropas tendidas al sol y con el olor a comida, hablamos de lo humano y lo divino. Aquí pude experimentar el gozo que sintieron estos muchachos cuando meses atrás recibieron los sacramentos de la iniciación cristiana. Ellos afirman que no son libres, pero que tienen la verdadera libertad que significa ser hijos de Dios.
En el centro San Ramón en el que pude experimentar la soledad de los mayores y la energía de los pequeños. El nuevo centro hoy es ya una realidad y los críos esperan con mucha ilusión el poder disfrutarlo. Y es que estos niños expresan ternura, ganas de jugar siempre, bien sea al futbolín o un partido de futbol. Además, trabajan en el huerto por la tarde o la mañana, dependiendo de su turno de clases, sembrando su cosecha. Y reciben el apoyo escolar tan fundamental en su desarrollo.
Tantos ministerios como tienen los Padres en estas dos parroquias son llamativos. Muchas son las experiencias vividas aquí durante estos días. Uno experimenta el gran celo por las almas que hay que tener, como diría nuestro fundador. La Legión de María, los Catequistas, Los Delegados de la Palabra, las Comunidades Eclesiales, las Conferencias de San Vicente, JMV, la Pastoral Penitenciaria, y la Promoción Vocacional son muchos de los diferentes campos de evangelización por estas tierras hondureñas.
No faltó un poco de turismo. El día diecisiete de julio pudimos visitar con las Conferencias de San Vicente la ciudad colonial de Comayagua. Esta ciudad fue fundada con el nombre de Santa María de la Nueva Valladolid bajo la orden de Francisco de Montejo, el de Yucatán, el ocho de diciembre de mil quinientos treinta y siete. Sobre mil quinientos cuarenta fue la primera capital de Honduras.
El día veinticinco de Julio celebramos el día del Apóstol Santiago en Cuyamel. La Eucaristía fue presidida por el párroco P. Ángel Echaide C.M. y concelebrada por los compañeros misioneros en Honduras. La parte musical estuvo a cargo del coro juvenil parroquial que atiende el P. José Alberto C.M. Los festejos comenzaron a las ocho de la mañana con la procesión en honor al Santo.
Quiero dar gracias a Dios y a la Provincia por haberme permitido compartir estos cuarenta días en la Misión de Honduras. Muchas gracias a tanta gente buena y sencilla, que me he encontrado en el camino. Gente que sin tener nada, da de lo poco que tiene; que con su forma de ser y su sencillez va llenando tu vocación. Gracias a los compañeros misioneros, que en todo momento han estado pendientes de mí, enseñándome sus ministerios y trabajos. Gracias por las horas compartidas los lunes en San Pedro, y, cómo no, en comunidad: y es que no hay mejor cosa que sentirse en casa, sentirse en la Provincia. Para terminar mi año de Seminario Interno, me gustaría recordar aquellas palabras que San Vicente dijo a sus misioneros en la repetición de la oración del veinticinco de octubre de mil seiscientos cuarenta y tres:
“¿Verdad que nos sentimos dichosos, hermanos míos, de expresar al vivo la vocación de Jesucristo?¿Quién manifiesta la forma de vivir mejor que Jesucristo tuvo en la tierra sino los misioneros?…¡Oh!¡qué felices serán en la hora de su muerte, aquellas palabras de nuestro Señor: Evangelizare pauperibus misit me Dominus! Ved, hermanos míos, cómo lo principal para Nuestro Señor era trabajar para los pobres.” (SVP, XI, 33-34).
Autor: Aarón Delgado, C.M.
Fuente: http://pauleszaragoza.org/
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