La presentación del Señor
Hebr 2, 14-18; Sal 23, 7-10; Lc 2, 22-40.
Ojalá que hoy participemos en la procesión de las candelas para abrirnos al encuentro del Señor y lo aclamemos, con el anciano Simeón, como “luz de las naciones”. La procesión, con las velas encendidas es una sencilla manera de expresar nuestro empeño de ser lámparas encendidas y llevar la luz de Cristo hecha de servicios y palabras.
Sobre los brazos de María, como la luz sobre la vela, así entró Jesús esta primera vez en el Templo de Jerusalén. No lo recibieron lo sumos sacerdotes o los altos funcionarios. José y María lo llevaban para hacer la Presentación según lo decía la ley sobre los primogénitos y para entregar la ofrenda que hacían los pobres.
Si en los descampados de Belén fueron los marginados pastores los primeros en recibirlo, aquí son un par de ancianos humildes y encendidos de esperanza: Simeón (“mis ojos han visto al Salvador”) y Ana, la ochentañera, que “se puso a hablar a todos del Niño”…
La primera lectura de hoy nos recuerda: “Compartió nuestra sangre y nuestra carne”… y liberó “a los que, por miedo a la muerte, estaban de por vida sometidos a su esclavitud”.
Vino para nosotros y sigue ofreciéndonos su ternura, su luz y su misericordia. ¡Gracias, Señor!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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