1 Mc 6, 1-13; Sal 9; Lc 20, 27-40.
“Una vez resucitados, son hijos de Dios”
¿Hay resurrección de los muertos o somos exciudadanos de ningún lugar que van a ningún sitio y su única salida es la muerte voraz?
Los saduceos –gente acomodada y rica– negaban la resurrección de los muertos. Es una tendencia histórica que el ateísmo y la negación de la vida eterna es el opio de los explotadores y de los filósofos que los justifican. Si somos hermanos unos de otros como un caballo lo es de otro, ¿por qué vas a llamar explotador al caballo fuerte que se come la ración del débil? Si somos huérfanos y no hay Padre nuestro, ¿ante quién protestaríamos por las injusticias? ¿Quién haría justicia antes o después?
¿A quién daríamos las gracias? Si la muerte es la respuesta final, ¿cuál es la diferencia entre Francisco de Asís y Stalin, el asesino de millones de seres humanos?
Y, sin embargo, mi alegría no viene de estas u otras razonables razones; de Jesucristo viene la seguridad de la resurrección de los muertos. Es Jesucristo quien me da esa seguridad. No creo que “algo habrá en el más allá”, como dicen algunos; creo en la vida eterna que me reveló y prometió Jesucristo. De él me fío. No se engaña ni me engaña. “Dios es Dios de vivos, no de muertos”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Honorio López Alfonso, C.M.
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