Jer 31, 7-9; Sal 125; Heb 5,1-6; Mc 10, 46-52.

Jeremías nos canta la misericordia de Dios en el retorno de los exiliados, entre ellos el ciego y el cojo. La Carta a los Hebreos nos recuerda que a Jesús, nuestro único sumo sacerdote, le costamos “ruegos y súplicas y lágrimas y padecimientos”. El evangelio es, como el todo que se muestra en el fragmento, la revelación de cómo somos y cómo es Dios para nosotros.

¿Somos Bartimeo? Él era ciego y mendigo y perezoso (no en el camino, sino sentado en su viejo manto a la vera del camino). Jesús y quienes lo acompañaban pasaban cerca de él. Bartimeo oyó la bulla que hacían al caminar. Preguntó y se enteró de que allí iba Jesús. Y entonces se hizo súplica: “Ten compasión de mí”… Ciego soy y mendigo y flojo, pero quisiera, como Bartimeo, oír y preguntar y enterarme que Jesús es el que pasa a mi lado. Y suplicarle que se apiade de mí. Y, ante los que quieren acallarme o someterme, también quiero, como Bartimeo, no hacerles caso, no someterme al qué dirán los demás, pues necesito mucho a Jesucristo.

Él me llama por medio de otros. ¿Podré dar un salto, dejar el viejo manto y ponerme ante Jesús y decirle que necesito verle, que lo necesito mucho?

Sólo él hizo de Bartimeo un hombre nuevo. No ya ciego, no mendigo, no perezoso, sino alegre seguidor. Me imagino la gratitud de Bartimeo. Me imagino que entonces fue comprendiendo que así es Dios, que así lo revela Jesús, como el que tiene compasión y nos hace nuevos, si lo dejamos y se lo pedimos de corazón.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autora: María Elena Quiñonez, H.C.