Federico Ozanam y su visión de la mujer (1ª parte)

por | Oct 24, 2015 | Santoral de la Familia Vicenciana | 0 comentarios

family with house of hands¿Qué pensaba Ozanam del sexo femenino? ¿Cuál era su visión de la mujer? ¿Queda la mujer bien parada en los escritos del Beato Federico Ozanam? ¿Cuál fue su aporte intelectual? ¿Son sus ideas válidas para hoy? Eso se verá en estas breves líneas.

Ozanam viaja al pasado y remueve la historia antigua de los romanos. Allí se da cuenta de que hay desigualdad e inequidad entre las clases sociales. Asimismo, confirma que, efectivamente, la participación de la mujer en la vida civil se limita a actos de poca importancia.

Fue necesario, considera Ozanam, que el cristianismo penetrara en todos los niveles sociales, a fin de generar una reforma social. El Código de Teodosio aún mantiene el divorcio, el concubinato y la desigualdad entre el hombre y la mujer.

Ozanam pone de relieve que cuando los príncipes empiezan a regirse por las leyes y el poder temporal es llevado al nivel que la Revelación cristiana por principio “el que quiera ser el primero, sea el primero de todos” (Mt 23, 11), entonces da comienzo una esperanza para sanar las heridas causadas a la mujer, a los hijos y a los esclavos.
Ozanam sostiene que durante el período de decadencia del imperio romano predominan, con mucho, las costumbres, los usos y formas cristianas. Según él se le debe al cristianismo el haber contribuido a dos aspectos no contemplados en la ley del momento, a saber: la dignidad del hombre y el respeto a la mujer.

A los bárbaros, remarca Ozanam, le debemos esta manera de ver al ser humano. Es decir, la civilización moderna debe a los bárbaros el concepto de dignidad del hombre y la mujer.

Los bárbaros, que no conocían aún el Evangelio, indomables como eran, ven a la mujer con verdadera admiración, acaso porque tiene algo de divino. Ozanam descubre que la mujer entre los bárbaros tiene el privilegio de ser la que ausculta los oráculos antes de las batallas, la que cura sus heridas.

En fin, que los bárbaros introducen en el mundo el respeto a la dignidad humana y la veneración de las mujeres. Estos dos principios renovarán el mundo. La figura de la mujer ejerce en la sociedad, como se puede comprobar en el pensamiento maduro de Ozanam, un gran papel. No un papel secundario, sino verdadero rol en la sociedad humana.
Pero donde Federico Ozanam pone la perla de la corona en su defensa de la persona es cuando toca el “dogma de la igualdad originaria”, que hallamos en el relato de la creación. La igualdad del hombre y la mujer parte de Dios y se fundamenta en él (Gén 1, 26-27; 2, 18-25.).

De ahí que, la esclavitud o la desigualdad social no son, bajo ningún punto de vista, naturales, sino fruto del pecado. Federico Ozanam, como se puede comprobar, acentúa la importancia de la dignidad y el respecto a la persona humana, especialmente de la mujer.

Los bárbaros consideraban a la mujer una compañía necesaria en sus aventuras, peligros y oráculos. En la India, en las Leyes de Manu, escritas en sánscrito, la mujer era minusvalorada. Los griegos tomaban en cuenta a las mujeres de la corte; los romanos, por su parte, alaban su fecundidad y las virtudes domésticas, así como las tradiciones familiares.
Es a los romanos, argumenta Ozanam, quienes sobresalen por ser los primeros en dar a la unión del hombre y la mujer los mismos derechos en el orden civil y espiritual. Sin embargo, esa igualdad de derechos divinos y civiles se tambalea a la hora de cumplir con los deberes y obligaciones.

El gran fallo de Roma hacia la mujer, critica severamente Ozanam, fue no haberla salvaguardado del peligro, sino haberla dejado a merced de los juramentos, de los dioses y del ‘tribunal doméstico’. La desigualdad social entre el hombre y la mujer se evidencia, dice tácitamente Ozanam, en que Roma exigía la virginidad, la fidelidad a las mujeres, pero no la castidad de los hombres.

Aunque el matrimonio entre los romanos, como hemos enfatizado, tenía sus desventajas para la mujer, era, paradójicamente, -admite Ozanam- lo mejor que la ley romana le había proporcionado, a fin de que fuera ‘mater familias’. El hombre colma de objetos a la mujer, todo ello unido a la idea de que la mujer era un objeto de placer; un instrumento para perpetuar la familia.

La ley romana, arguye Ozanam, favorecía la paternidad y la maternidad, de tal suerte que el hombre se casaba legalmente para tener hijos. Había ciertos privilegios para los matrimonios que daban tres hijos al Estado. Sin embargo, el lugar de la mujer en el hogar no era sino el de agradar y contentar al marido en el ámbito doméstico y el de la reproducción y multiplicación de los hijos.

El punto negativo residía, en que si la mujer envejecía o quedaba estéril podía ser despedida. El divorcio, que se contemplaba en la ley romana, no garantizaba la perpetuidad del vínculo esponsal, dejando aún más en desventaja a la mujer, obligándola a defenderse de una mentalidad y de unas leyes viciadas.

¿Qué es lo que hace el cristianismo, o sea la Iglesia, ante esta situación degradante? Federico Ozanam pone en claro que la teología de san Agustín y Ambrosio por ejemplo, rehabilita a la mujer cristiana.

También el culto a la Virgen María y el dogma, coadyuvaron a esta rehabilitación en las costumbres. Prueba de esto son las imágenes de las mujeres que el cristianismo primitivo salvaguardó en las catacumbas.

Según nuestro autor, Ozanam, ¿qué es lo que, en verdad hace el cristianismo para restablecer el lugar que le corresponde a la mujer en la familia, en la sociedad, y en definitiva, en el matrimonio? Instituir lo que el paganismo, en una edad de hierro para la mujer, había desconocido acerca de la unión entre el hombre y la mujer.

Esto es, demostrar que el fin principal del matrimonio no es el tener hijos, dirá Tertuliano, sino ser el ejemplo, el modelo y la consagración de toda sociedad humana por el vínculo del amor. El matrimonio se convierte así en tipo, es decir en símbolo, de toda sociedad que aspira a la unidad perfecta en la que todo sea igual e indisoluble; en la que todo se comparte y nada se rompe o divide.

El cristianismo, la Iglesia, establece la igualdad de deberes entre los esposos, la igualdad de condiciones, que no existía en la cultura antigua. Ozanam deja bien claro que la mujer recupera su dignidad gracias a la moral cristiana.
La mujer estaba destinada a los placeres del hombre, o sea, a la recreación de sus sentidos y a la procreación, ¿qué hace el cristianismo? Modificar, transformar esa realidad, revelando la grandeza de su dignidad y su dimensión amorosa entre el hombre y la mujer.

El cristianismo, en definitiva, estableció la unidad de deberes y la condición de igualdad de los esposos, pero no sólo eso, fue más allá dando a la unión entre el hombre y la mujer -en un contexto romano que admitía el divorcio sin límites ni condiciones- un carácter de durabilidad en el tiempo, esto es, de perpetuidad.

De este modo la mujer alcanza, dice Ozanam, ‘el imperio absoluto y eterno del corazón del hombre”.

P. Fausto Leonardo, C.M.
Tomado de ssvp.es

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