Federico Ozanam y su visión de la mujer (2ª parte)

por | Oct 25, 2015 | Santoral de la Familia Vicenciana | 0 comentarios

img0013Si se leyó el artículo anterior se podrá apreciar mejor este otro. Nuevamente preguntamos, ¿tiene Ozanam una opinión aceptable sobre la mujer? ¿La valora?

La mujer conquista, con la ayuda que le ofreció el cristianismo o lo que es igual, la Iglesia, primero el corazón del hombre, el lugar que le corresponde como mujer. Pero habría de conquistar otro territorio más vasto y perfecto: el de la caridad.

Así que las mujeres, como por ejemplo Fabiola, pariente de Fabio (s. IV), Elia Pulcheria (399 – 453) hija de Arcadio, regente de Teodosio II, se convierten en maestras de la familia y de la caridad, de tal suerte que ellas serán verdaderas transmisoras de las buenas costumbres, más sólidas que las mismas leyes.

El cristianismo penetró en las costumbres de los primeros siglos para, desde ellas, fermentar, no solo el presente, sino el futuro. Providencialmente, cuando los bárbaros se diseminaron por los territorios donde ya estaba asentado el cristianismo, el nuevo modelo de familia había sido fundado.

De no haber sido así y de no haber tenido  una enseñanza sólida capaz de desarrollar y engrandecer el concepto de familia, tal y como hemos dicho más arriba, los bárbaros -que no siempre respetaron a sus mujeres, advierte Ozanam- hubieran enturbiado y puesto en peligro con sus desórdenes a la familia.
El cristianismo, ciertamente, aprendió de los bárbaros a respetar a la mujer, no por un tiempo determinado, sino para siempre. Los bárbaros merovingios respetaban a la mujer, pero contradictoriamente consentían la poligamia y el concubinato.

Sin olvidar  los peligros a los que se veía sometida la mujer, ella fue abriendo brecha en la sociedad cristiana consagrando su virginidad o entregándola al esposo; sirviendo en la caridad o trabajando en el hogar transmitiendo las buenas costumbres.

La mujer tuvo mucho que ver, atención a esto, en la configuración de la civilización moderna. Es verdad que su protagonismo a lo largo de la historia no ha sido público, es decir, visible, pero ellas -las mujeres- sostiene Federico Ozanam, han sido los”ángeles guardianes” en el trabajo y, lo que es más, en la conducción de la civilización cristiana occidental.

Considera Ozanam que las mujeres han sido grandes servidoras de la sociedad cristiana y como ejemplos cita a las célebres y valientes Blanca de Castilla y Juana de Arco.

La novedad que introduce la mujer restituida en su dignidad por el cristianismo, en los tiempos de decadencia del imperio romano y entre los bárbaros, reside en su influencia en el ámbito de las letras. El cristianismo, que aprecia la inteligencia de la mujer, inicia el camino de su educación -a la manera de Jesús que instruye a la mujer Samaritana- como lo atestigua san Jerónimo en sus cartas.

Ya en los primeros siglos, las mujeres cristianas aprendían a leer y a escribir, aunque se les pudiera reprochar que hayan escrito muy poco como en efecto lo hizo la poetisa Faltonia Betitia Proba (306-366).

Autores del mundo secular como Cicerón o Séneca se dirigían eventualmente por cartas a las mujeres. Entre los Padres de la Iglesia, Tertuliano, San Cipriano y San Ambrosio dedicaron parte de sus escritos a las mujeres. San Agustín, por ejemplo, aprendió de su madre el amor a la verdad y su amor a Dios. Su genio se despertó bajo el seno de su madre Santa Mónica.
Como santa Mónica hay otras mujeres, por ejemplo, Paula de Roma (347-404) y su hija Eustaquia, conocedoras de las Sagradas Escrituras, las cuales, con su talento, fundaron en Jerusalén tres monasterios de mujeres y uno de hombres, donde tenían la obligación de estudiar lenguas (hebreo, latín y griego) con el fin de leer y estudiar las Sagradas Escrituras. Ellas fueron las primeras teólogas formadas por San Jerónimo. Eran mujeres que oraban, leían y estudiaban las Escrituras Santas.

Las mujeres cristianas de la antigüedad, considera nuestro Beato Ozanam, tenían el poder de “inspirar” y “conciliar”. Las mujeres eran alumnas aventajadas en las ciencias, el arte y la poesía. La iconografía de las catacumbas -el arte antiguo del cristianismo- nos presenta la figura de la mujer en actitud orante, o martirizadas.

Fueron las mujeres, dignificadas por la fe, las que inspiraron en la Edad Media las pinturas, las que impulsaron una profunda regeneración de las artes modernas, especialmente, de la pintura y la poesía.

Las mujeres cristianas fueron ocupando, como era de esperar, su lugar en la teología y en las letras con fuerza en el siglo X. Sobresale santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) abadesa y escritora; en el siglo XIV sobresale santa Catalina de Siena (1347- 1380) y en el siglo XVI destaca santa Teresa de Jesús (1515 – 1582). En Italia, el genio de Dante -del que más adelante hablaremos- toma la figura de Beatriz como símbolo de la inteligencia divina, de la realidad trascendente y de la belleza.

Cuando las letras pasan a ser un bien social y no el privilegio de unas minorías, unas de las primeras en gozar de este avance fueron, precisamente, las mujeres. Y esto fue posible solamente con la ayuda del cristianismo. Junto a las mujeres, se beneficiaron también los esclavos, los obreros y los pobres, que eran, en realidad, la gran mayoría de la humanidad. Era necesario que todos ellos tuvieran el goce de aquello que es un derecho de todos: la verdad, el bien y la belleza.

La Iglesia impulsó, pues, una vida social nueva basada en la independencia individual, el sentimiento de libertad del pueblo y la dignidad de la mujer. Pero no sólo en eso, sino también en las letras y una filosofía que San Agustín pauta en la Ciudad de Dios.

En cuanto a la alianza del matrimonio y el lugar de la mujer en la sociedad antigua, al quedar atrás el reino de la vida nómada y libre, el hombre, asentado en una parcela de tierra, formaba su propia familia. Pero, atención, esta institución se regía por la fuerza, es decir, por el hombre fuerte, el jefe de tribu. Es de todo punto importante saber que no había libertad para la mujer.

El matrimonio era visto como un mercado de compra venta, por lo que la mujer tenía un precio, una dote. Hasta la Edad Media se decía: “comprar una mujer”. La poligamia era un derecho común en los pueblos del norte. El hombre podía hacer honorable a su esposa, pero a la que puede abandonar, vender o destruir.

Ozanam, que rastrea esta mentalidad antigua entre los romanos y los pueblos indoeuropeos, deja entrever su preocupación por los pobres y por la mujer en este tipo de sociedad de hombres fuertes. Como podemos comprobar, la familia en una sociedad repleta de vicios, corta de visión, no podía sostenerse más que por una ley religiosa.

Por ejemplo, los Ases, dándose cuenta de la situación de la familia, fijaron las reglas de la unión conyugal. Los germanos simbolizaron la indisolubilidad del matrimonio; para ellos la mujer tenía algo de divino. La mujer, a menudo maltratada, consolaba, asombraba y enseñaba al hombre. Ella estaba ahí para curar sus heridas y para aclarar sus dudas con sus oráculos.

La mitología escandinava impulsará a Ozanam, como cristiano católico, a tomar una postura fundamental en su vida: la de ponerse al lado de la mujer, de los hombres trabajadores, artesanos, siervos y pobres, pues en ellos estaba el germen de la libertad y la justicia.

P. Fausto Leonardo, C.M.
Tomado de ssvp.es

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