María Ángela Truszkowska, nacida como Sofía Camille Truszkowska en 1825 en Kalisz, Polonia, fue una figura destacada del siglo XIX y es reconocida por su profunda espiritualidad y dedicación a los más necesitados. Su vida está marcada por un fuerte sentido de devoción, tanto personal como comunitaria, que culminó en la fundación de las Hermanas Felicianas, una congregación religiosa que combinaba la vida activa y contemplativa.

Proveniente de una familia noble y devota, María Ángela mostró desde temprana edad una inclinación hacia el servicio a los pobres y los marginados. A los 23 años, se unió a la Sociedad de San Vicente de Paúl, a través de la cual comenzó a trabajar intensamente en la ayuda a los pobres y los enfermos. Fue en este contexto donde encontró su verdadera vocación, dedicando su vida al servicio de los más vulnerables, especialmente los huérfanos y ancianos desamparados.

La inspiración para fundar la Congregación de las Hermanas Felicianas surgió de su profunda devoción mariana y de su deseo de imitar a San Félix de Cantalicio, un fraile capuchino conocido por su amor a los niños y los pobres. Junto con su prima Clothilde, consagró su vida a Dios en un acto solemne ante una imagen de la Virgen de Czestochowa. Desde ese momento, María Ángela se dedicó a la creación de una comunidad que se enfocaría en la caridad sin discriminación, trabajando tanto en Polonia como en otros países.

A lo largo de su vida, Truszkowska enfrentó desafíos personales y políticos, incluidos problemas de salud y la represión política de las potencias extranjeras que ocupaban Polonia. Sin embargo, su liderazgo y determinación permitieron que las Hermanas Felicianas prosperaran, extendiendo su misión no solo en Polonia, sino también en Estados Unidos, donde las hermanas fueron invitadas a trabajar en comunidades rurales, llevando esperanza y apoyo a quienes más lo necesitaban.

María Ángela también destacó por su profundo sentido de humildad y entrega, características que la llevaron a retirarse de su cargo de superiora general a los 44 años, para pasar los últimos 30 años de su vida en oración, sufrimiento físico y completa sumisión a la voluntad de Dios. Murió el 10 de octubre de 1899, dejando un legado de amor, fe y servicio que continúa hasta hoy, con las Hermanas Felicianas presentes en varios países alrededor del mundo.

Fue beatificada por el Papa Juan Pablo II, quien destacó su vida de amor incondicional hacia los pobres y los vulnerables, y su legado sigue inspirando a muchos a vivir el Evangelio a través del servicio a los demás.

María Ángela Truszkowska es un ejemplo vivo de la espiritualidad vicenciana, centrada en la caridad activa y el servicio a los pobres, y su pertenencia a la Sociedad de San Vicente de Paúl fue un pilar fundamental en su desarrollo espiritual y misión vital.