En el mundo occidental se extiende la mentalidad del llamado cambio sistémico, cambiar los sistemas sociales por otros que tengan más en cuenta la situación de los pobres, porque las partes de todo sistema se influyen para bien o para mal. El universo es un sistema y, si explota una estrella, todo el universo siente el efecto de la explosión. La ciencia médica ve el cuerpo como un sistema, y un riñón enfermo afecta a la sangre, y la sangre enferma afecta a todos los demás órganos. La sociología ve la sociedad como un sistema compuesto de familias, instituciones, trabajo, vivienda, sanidad, educación que, si funcionan de manera positiva, la condición de la gente mejora, pero si fallan uno o varios, el sistema entero se derrumba.
Los que están comprometidos con el cambio sistémico en el trabajo por los pobres afirman que para cambiar la situación de los pobres, no hay que centrarse sólo en un problema particular, aunque sea proporcionar alimentos. Las soluciones rápidas, aun cuando sean útiles por un tiempo, son inadecuadas a largo plazo. Hay que ir más allá de esas soluciones y examinar la situación socio-económica total en que viven los pobres, y a continuación intervenir para modificar el sistema entero. Son ideas que expone el P. Maloney en artículos y en libros[1].
Aunque el cambio sistémico es una idea contemporánea, desconocida en el siglo XVII, la realidad ya la afrontó san Vicente de Paúl en sus obras y en su capacidad de desafiar a las autoridades de su época. No que san Vicente luchara por un cambio de las estructuras sociales admitidas por todos, nobles, burgueses, eclesiásticos y plebeyos. Hubiera sido acusado de un delito de rebelión. Pero cambió el sistema social al poner como eje de la sociedad a dos clases de excluidos, los pobres y las mujeres.
La situación de los pobres como producto del sistema es conocido, no lo es tanto el de la mujer en el siglo XVII. La mujer era un ser excluido, porque muy raramente podía elegir su destino ni actuar como persona libre. Estaba excluida de la ciudadanía política o del derecho a ejercer el poder político, de la ciudadanía civil o derecho de propiedad y de disponer de sí misma, y de la ciudadanía social o derecho de participación igualitaria en la vida pública y en los bienes sociales. Desde el momento en que nacía una niña legítima quedaba definida, con independencia de su rango social, por una dependencia a un hombre, padre, marido, hermano o tutor. Hay una perfecta continuidad del papel del padre y del marido, y ella formaba parte del patrimonio de uno de los dos. A la autoridad del primero sucede el poder del segundo. Soltera o casada estaba considerada por la ley como un menor y podía ser tratada y aún golpeada por el marido como lo había sido por el padre. Y como un hombre le daba techo para cobijarse, a la mujer trabajadora se la pagaba menos que al hombre; y como estaba subordinada al marido, la mujer adúltera podía ser encerrada en un convento o condenada a muerte, mientras que el adúltero solo era condenado al destierro temporal o a pagar una multa[2]; y como la matriz no transmite nobleza, la aristócrata que se casaba con un plebeyo perdía su nobleza, pero conservaba su categoría el caballero noble que se casaba con una mujer plebeya; y por esta falta de independencia, la muerte del marido ocasionaba tremendas consecuencias sociales, económicas y sicológicas, a no ser que la viuda formara parte de las capas altas de la nobleza o del dinero. Las mujeres estaban excluidas de la cultura, pues permitirlas instruirse y participar en las decisiones cívicas e influir en las leyes, traería el peligro de deshacer la familia.
San Vicente de Paúl sin intentar ningún cambio en el sistema social, lo cambió poniendo como centro de la sociedad a los pobres, a las mujeres nobles y burguesa de las Caridades y a las campesinas Hijas de la Caridad. Varias entidades sociales copiaron los proyectos que Vicente de Paúl había comenzado, pero sin reproducir exactamente su espíritu. San Vicente enfocaba el proyecto desde el punto de vista de una persona pobre que necesitaba ayuda, mientras que los funcionarios públicos tenían el objetivo político de proteger la sociedad de la plaga de mendigos. Se trataba de dos formas diferentes de ver a los pobres: la visión cristiana que consideraba al pobre como una imagen de Cristo sufriente, y la actitud del mundo que les consideraba una amenaza al orden establecido. San Vicente quería ayudar al pobre, los políticos, al orden social. San Vicente quería un cambio de sistema, los políticos pretendían conservar el sistema de clases.
La persona del pobre y la transformación
En las cartas de san Vicente encontramos pasajes indicando una atención particular a las personas, respondiendo a sus necesidades de forma individual y expresando que el servicio consiste, no solo en aliviarles, sino en transformar sus vidas equipándoles para el futuro. Escribiendo a Mark Coglée, superior en Sedan, anima a los misioneros a que inviertan en el futuro de los niños: “El señor Florent nos está urgiendo que enviemos dinero para comprar libros a estos pobres niños que van a la escuela; le ruego que le dé para ello uno o dos escudos mensuales durante tres o cuatro meses, sacándolos del dinero que las damas le envían para los pobres. Espero que a ellas les parezca bien este pequeño gasto, ya que esos niños son realmente pobres y no podrían estudiar sin ello. Pero me parece que no es muy oportuno continuar así, ya que de ordinario le sirve muy poco a los jóvenes empezar a estudiar latín, cuando no tienen medios para progresar en su estudio, tal como sucede cuando sus padres no pueden darles lo necesario para ello, a no ser que se trate de algún muchacho muy inteligente que ofrezca motivos a alguna persona caritativa para ayudarle en sus estudios. Fuera de esos casos, la mayor parte se quedan a mitad del camino. Más vale que empiecen oportunamente a aprender algún oficio y es eso lo que tiene usted que procurar con esos pobres niños de Sedán, haciendo que sus padres los pongan de aprendices en algún oficio, o bien pidiéndole a Dios que inspire a las damas católicas de esa ciudad la forma de poder hacer como las de Reims, que han organizado un gran número de obras buenas y que se reúnen todas las semanas para ver qué es lo que pueden hacer y buscar los medios oportunos para ello. Así es como se han encargado de los niños pobres, y con tanta bendición que en menos de ocho meses han colocado en algún oficio a ochenta, sin hablar de las niñas, para muchas de las cuales han buscado también algún acomodo” (V, 561s).
San Vicente, santa Luisa y el beato Ozanam sabían que lo que hoy llamamos “cambio sistémico” implica comprometer a la persona en el proceso de su propia transformación y responder con prontitud a las necesidades, respetando el derecho personal a determinar su propio futuro. Santa Luisa lo sentía de forma femenina: “Sobre todo sean muy afables y bondadosas con sus pobres; ya saben que son nuestros dueños a los que debemos amar con ternura y respetar profundamente. No basta con que tengamos estas máximas en la memoria, sino que hemos de demostrarlo con nuestros cuidados caritativos y afables”. San Vicente apoyándose en el evangelio: “No sería hacer lo bastante por Dios y por el prójimo darles alimento y remedio a los pobres enfermos. ¿Cómo servía Jesús a los pobres? Iba de una parte para otra, curaba a los enfermos, y les daba el dinero que tenía, y los instruía en su salvación”. Y Ozanam uniendo justicia y caridad para el nuevo cambio sistémico: “El fin de la Sociedad se basa en dos virtudes: justicia y caridad. Sin embargo, la justicia presupone mucho amor, porque se necesita amar mucho a una persona para respetar sus derechos”.
El cambio en el sistema político
San Vicente tuvo que intervenir en problemas políticos con el fin de aliviar los sufrimientos de los pobres. Llegó a ser un personaje influyente. Durante su vida estuvo en contacto con reyes, reinas, ministros, autoridades, jerarquía eclesiástica, personalidades nacionales e internacionales, y los invitó a ayudar a los pobres. Sabía que las decisiones tomadas por los grandes influían en la vida de los pobres y aprovechó la circunstancia de pertenecer al Consejo de Conciencia de la regente Ana de Austria. Impresionado por la miseria de la que era testigo, decidió intervenir junto a los responsables porque, como hoy, las decisiones políticas pueden causar hambre, guerras y calamidades. En su tiempo, mucha pobreza en Francia se debía al sistema que habían impuesto las políticas ambiciosas de sus primeros ministros, los cardenales Richelieu y Mazarino.
Durante la Fronda, Paris estuvo asediada seis meses por el ejército real, que esperaba rendirla por el hambre. San Vicente, testigo de tanta desesperación, decidió actuar con el fin de evitar una catástrofe humanitaria. Trató de convencer a la Reina Ana de renunciar a un cerco tan cruel y de despedir al Cardenal Mazarino. En esta acción, arriesgó su propia vida, ya que podría haber sido considerado un traidor y ser ejecutado. No pedía un cambio sistémico, pedía quitar a los que impedían cualquier cambio.
En muchas ocasiones san Vicente se esforzó en cambiar el sistema establecido. Frente a la terrible situación de presos reducidos a la esclavitud por las autoridades de Argel, lanzó un llamamiento en vista a su liberación a un almirante francés. En otra ocasión, fue a casa de un alto funcionario del Estado con el fin de que los Misioneros de la Congregación fuesen nombrados capellanes de los cónsules franceses en Túnez y Argel, con el fin de ayudar mejor a los cautivos. Se esforzó en que las autoridades comprendieran que debían cambiar el sistema, financiando hospitales con fondos públicos.
Por su parte, Santa Luisa invita a las primeras Hermanas a dirigirse a las autoridades para darles a conocer y defender las necesidades de los pobres y a reflexionar sobre las consecuencias que el sistema establecido tiene en la vida de los pobres. En una ocasión, Bárbara Angiboust, una joven campesina, fue a la Reina Ana de Austria animada por santa Luisa: “Según tengo entendido, gozan ustedes la dicha de tener ahí, en Fontainebleau, a nuestra bondadosa Reina; si su Majestad quiere hablarle, no ponga ninguna dificultad, aunque el respeto que debe a su persona le inspire temor de acercarse a ella. Su virtud y caridad infunden confianza a los más pequeños para exponerle sus necesidades; no dejen ustedes de hacerlo también con las de los pobres.” (c. 432).
San Vicente enfrentó su prudencia y su santidad a un cambio del sistema en la fundación de la Salpêtrière. Las Damas de la Caridad le expresaron su parecer. Intentaban organizar una gran institución que proporcionaría a los pobres comida y alojamiento, así como trabajo para los que fueran capaces. Obtenido todo el dinero necesario, presentaron el proyecto a Vicente como la obra de toda su vida, pero quedaron pasmadas cuando les dijo que iba a pensarlo. Vicente manifestó todas sus reservas y les aconsejó que procediesen con mucha cautela, desarrollando la obra gradualmente, teniendo cuidado con las actitudes de todos los implicados en la obra. Ellas planificaban excluir a todo el que no fuera de Paris, de tal manera que, tanto refugiados como campesinos, se verían forzados a mendigar por las calles. Paris había absorbido mucha riqueza de las provincias, ¿con qué derecho podría alguien impedir a la gente pobre de esas provincias beneficiarse de ello? Él tenía, además, reservas sobre el hecho de esconder a los pobres y encerrarlos en una institución. El pobre tendría que entrar en la institución voluntariamente y no forzado. Se discutió largamente sobre este tema hasta que el Parlamento asumió el proyecto. Vicente se sintió aliviado, ya que no se haría en su nombre.
No era un cambio sistémico como fue la obra del Nombre de Jesús, organizada por santa Luisa de Marillac. San Vicente nunca estuvo convencido de que el proyecto de la Salpêtrière fuera la forma correcta de trabajar con la gente sin techo, y para gran consternación suya, el proyecto seguía persiguiéndole. Casualmente descubrió que los Sacerdotes de la Misión habían sido llamados como capellanes del proyecto. Esta noticia se daba con pompa en el folleto de propaganda, en la que se hacían grandes elogios de las ventajas que el proyecto aportaría a los pobres y al público en general. El plan se había llevado a cabo sin ninguna consideración a sus puntos de vista y contra su convicción de que el pobre no debería ser obligado. La decisión se había tomado para atajar la mendicidad. Deliberó largo tiempo y consultó a su comunidad; al final decidieron aportar una ayuda espiritual a los pobres sin asumir el puesto oficial de capellanes.
San Vicente no se manifestó en público contra el proyecto, aun cuando los pobres le malinterpretaron y le reprocharon el haberles encerrado. Las autoridades consiguieron retirar a los mendigos de las calles y consideraron el proyecto como la mayor obra caritativa del siglo. Vicente de Paúl nunca tuvo la intención de encerrar a los mendigos, sino de un cambio de sistema, de ir a las raíces mismas del problema.
El gran ejemplo: Châtillon-les-Dombes
Todo cambio sistémico en favor de los pobres suele tener un comienzo modesto que se va desarrollando con el tiempo. La experiencia de Vicente de Paúl como Párroco de Châtillon-les-Dombes, constituye un modelo de estrategia coherente para un cambio sistémico. Vicente escucha las penas sobre una familia necesitada y en una homilía conmovedora “Dios tocó los corazones de sus oyentes” para que se comprometieran a ayudarla. Cuando más tarde va a visitar a la familia, encuentra por el camino a muchos que les llevan provisiones, y ya en la casa observa que la familia tiene mucho más de lo que necesita y que una parte se estropeará. Faltaba organización. Y Vicente de Paúl consideró necesario un cambio de sistema. Convocó una reunión, formó una asociación de mujeres y delegó tareas y responsabilidades a la gente de la parroquia. Con este principio pequeño, empezó todo un movimiento mundial, la AIC. Tanto Vicente de Paúl como Luisa de Marillac, y más tarde Federico Ozanam e Isabel Ana Seton, insistieron en que el servicio debe realizarse con competencia, habilidad y recursos adecuados.
Para un cambio sistémico hay que tener la actitud profética de denunciar y comprometerse en acciones que hacen presión para provocar el cambio y construir modelos de estructuras institucionales, donde las diferentes ramas de la Familia Vicenciana puedan identificar sus recursos y necesidades, donde tomen decisiones prudentes y compartan la información y las estrategias eficaces. Siguiendo a San Vicente, deben satisfacer las diferentes necesidades de los pobres, pero a la luz de los principios del Evangelio, debe intentar cambiar las estructuras sociales injustas y perpetúan o esconden las causas de la pobreza.
P. Benito Martínez, CM
Notas:
[1]Robert P. MALONEY, C.M. LA NOCIÓN DE CAMBIO SISTÉMICO 2008; AIC, Contra las pobrezas, Actuar juntos. El cambio sistémico. Marzo 2008 Cuaderno n°11.
[2]Indigna el caso de Jacques Chevallier, casado, que tiene por amante a su sirvienta Gillette de la Vigne, soltera que le ha dado cinco o seis hijos. Acusado de adulterio él es condenado a un año de destierro y a una multa de 400 libras y ella, condenada a muerte y ejecutada.
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