¿Quién está dentro y quién fuera? (Marcos 3,20-35)

por | Jun 26, 2024 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 0 Comentarios

Recuerdo a un hombre que se quejaba de que había demasiadas disensiones en su familia. Utilizó una frase memorable para describir sus conexiones: «En un mes determinado, ¿quién está dentro y quién fuera?». Siempre había esas líneas cambiantes de inclusión y exclusión, esos juicios sobre quién era bienvenido y quién no. Deseaba que de algún modo pudieran reunirse y compartir lo bueno que todos tenían en común.

Como se observa en el capítulo tercero de Marcos, los parientes de Jesús no siempre estaban de acuerdo con él. Algunos habían estado escuchando a los escribas que tachaban a Jesús de Satanás. Otros pensaban que se había vuelto loco.

En medio de toda esta agitación familiar, ¿dónde se encuentra el propio Jesús? O en los términos anteriores, ¿dónde traza la línea entre quién está dentro y quién está fuera?

A medida que Jesús prosigue, vemos que esos límites no sólo se redibujan, sino que se amplían enormemente. Mira a sus discípulos recién llamados y proclama: «Estos doce individuos, aunque no están emparentados conmigo por sangre, son miembros de mi nueva familia».

A continuación, rompe todos los límites: «Mi familia —mis hermanos y hermanas y mi madre y mi padre— son todos aquellos que se esfuerzan por cumplir la voluntad de Dios». Para decirlo de otro modo: «Los límites de esta nueva familia se extienden para incluir a todos los que se esfuerzan por llevar el amor de mi Padre al mundo». Los antiguos marcadores han sido reemplazados por estos más amplios, trazados no por lazos de sangre o vecindarios o grupos étnicos, sino por la voluntad de amarse y servirse unos a otros. «Quien está dentro y quién está fuera» se evalúa ahora según este criterio que incluye al mundo.

Tal vez sean demasiadas palabras para expresar el sencillo pero impactante mensaje de Jesús. Los límites habituales de quién está incluido y quién no lo está han sido reajustados. Es una «nueva familia» la que proclama y por la que muere, que acoge a todos (jóvenes y ancianos, blancos y negros, hombres y mujeres, ricos y pobres), a todos los que se esfuerzan por amar, perdonar, ayudar, levantar, ser sinceros. O, como lo llama Jesús, a todo el que se empeña en hacer la voluntad de su Padre. ¿Y esa voluntad? Difundir el amor del Padre por todo nuestro mundo.

En su época, sabemos que Vicente hizo mucho por traspasar los límites. Un ejemplo memorable viene en una carta que describe la historia de su sede congregacional en París. «Esta casa, hermanos míos, servía antes de refugio para los leprosos; se les recibía aquí y ninguno se curaba; ahora sirve para recibir pecadores, que son enfermos cubiertos de lepra espiritual, pero que se curan, por la gracia de Dios. Más aún, son muertos que resucitan. ¡Qué dicha que la casa de San Lázaro sea un lugar de resurrección!» (SVP ES XI-4, p. 710).

La Familia de Vicente sigue ampliando hoy esa línea de «quién está dentro» y reduciendo los límites de «quién está fuera».

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