Dios se encarna en la renovación de los votos

por | Abr 7, 2024 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Santa Luisa dice en una oración contemplativa que Dios no eligió a María de entre los miles de millones de mujeres que existirían en la tierra, sino que la hizo expresamente para ser la Madre del Hombre que salvaría a la humanidad; la hizo virgen llena de virtudes, sin pecado original ni inclinada al pecado. Y añade que “Dios quiso que la Santísima Virgen existiera antes de la creación de todas las cosas terrenas que podían ser testigos del pecado de nuestros primeros padres. Y Dios hizo un acto explícito de su voluntad para crear el alma de la Santísima Virgen; un acto que pudo haber sido un acto efectivo, esto lo someto enteramente a la santa Iglesia, sirviéndome de ello solamente para honrar más a la Santísima Virgen y renovarle nuestra dependencia, la de la Compañía en general, como sus más ruines hijas” (E 38).

Estremece pensar que nada menos que Dios, cuando decide unir la humanidad creada con la divinidad increada para dar la felicidad a los hombres, le pide que colabore conscientemente a una mujer judía en un pueblo de Palestina allá por el tiempo de Augusto, emperador del imperio romano. Una judía del común del pueblo, que hoy conocemos por el nombre de María. Una muchacha que fregaba, lavaba, cocinaba, iba por agua a la única fuente del pueblo y que podría no saber leer ni escribir, pero que en una oración contemplativa experimenta que Dios le pide permiso para encarnarse en sus entrañas. El espanto de María fue tremendo, pero acogió al Hijo de Dios y lo guardó en sus entrañas. En ellas le fue dando ojos, corazón, manos, pies, es decir, un cuerpo para que pudiera vivir en esta tierra. Y las Hijas de la Caridad renuevan los votos el día de la Encarnación. El P. Alméras, en 1669, determinó que ese día las Hijas de la Caridad renovarían los votos, aunque los hubieran hecho por primera vez en otra fecha, porque era el día, 25 de marzo, en que santa Luisa de Marillac, Sor Bárbara Angiboust, Sor Isabel Turgis, Sor Enriqueta Gessaume y otra Hermana hicieron los votos en 1642. ¿Por qué eligieron ese día? Nunca lo sabremos; acaso por el cariño que Luisa de Marillac tenía a la encarnación del Hijo de Dios. Pero una vez escogida esa fecha, la encarnación del Verbo se convierte en un día histórico para las Hijas de la Caridad.

Renovar quiere decir hacer de nuevo Y desde entonces el día de la Encarnación Dios Padre va a decir a cada Hermana: te doy a mi Hijo, ¿lo quieres? Ciertamente dirá que sí. Y san Vicente concretiza que para acogerlo deben vaciarse del espíritu propio y llenarse del Espíritu de Jesucristo y transformarse en él. Y si te transformas en él, quiere decir que Jesucristo ve a los pobres a través de tus ojos y renovar no es nada más que prestarle tus ojos para que pueda ver a los pobres que sufren. Aquellos ojos con los que miraba a los leprosos, enfermos, pecadores y a su Madre son ahora tus ojos. Con ellos quiere descubrir al que sufre y ayudarle. Y si los ojos son la ventana del corazón, al renovar, le entregas el corazón a Jesús para que a través de ti se compadezca de los necesitados, elevándolos a la categoría de tus “dueños y señores”, y así, al renovar, os convertís en unas sirvientas amigas de los pobres. La compasión es el amor del corazón hacia los que sufren, y tú vas a entregar tu corazón a Jesús.

La indiferencia ante la miseria de muchos, no cabía en el corazón de María, ni cabe en el tuyo. Muchos están abandonados por la indiferencia de quienes los rodean. Tú no, pues tu vocación es la compasión que el Hijo de Dios te pide cuando renuevas ser amiga de los pobres con los sentimientos de una sirvienta. Y, ojalá, sepáis, como María Santísima, vivirlo hasta la muerte, para transformar este mundo en el Reino de Dios, en la civilización del amor y ser, en un sentido auténticamente vicenciano, hijas y madres de Jesús que encarnado en vosotras quiere hacer felices a los pobres. Y el pobre al coger tu mano siente en su calor el afecto de amiga, mientras tú en su temblor sientes que te súplica pidiéndote ayuda. Los pobres, como los niños en las de sus padres, buscan seguridad en vuestras manos; y los ancianos se apoyarán en tus manos para dar seguridad a sus pies cansados. La mano puede ser el transbordador del corazón para hacer una caricia y para expresar el amor. Si todas las Hermanas se cogieran de las manos junto con las manos de los pobres, rodearían el mundo abrazándolo con amor de amigos. Sin olvidar que aquellas manos fueron también heridas, perforadas, clavadas en una cruz, y, cuando lo bajaron de la cruz, también fueron bañadas con los besos y lágrimas de la Madre que había dicho SÍ para llevarlo en su seno.

Pero en realidad ¿qué entrega a Dios una Hija de la Caridad el día de la renovación? ¿El instinto de no morir y tener descendencia? ¿El instinto de abundar en bienes materiales para ser feliz en el mundo? ¿El instinto de ser libre y tener independencia? Cierto, pero santa Luisa, meditando lo que le entregaba a Dios por la renovación, se da cuenta de que no es su “ser”, que ya es de Dios, porque todos los seres son una participación del Ser divino, porque los ha creado y porque los conserva en la existencia. Y concluye: “Me he preguntado entonces qué pretendía yo hacer cuando pensaba entregarme a él. Y he visto que este poder de poseerme lo debía a la excelencia del designio que Dios tuvo al crear al hombre de unírselo estrechamente por toda la eternidad si ponía en práctica el único medio para ello que era la Encarnación de su Verbo, el cual al ser hombre perfecto quería que la naturaleza humana participase de la divinidad por sus méritos y por su naturaleza tan estrechamente unidos. ¡Ah!, ¡cuántas maravillas se ven en el cielo a este respecto en las almas que han dado a Dios ese «ellas mismas»! que no puede ser otra cosa que la voluntad libre en cuyo uso no quieren servirse más que como perteneciéndole a Dios” (E 98). Breve, las Hijas de la Caridad, al renovar los votos el día de la Encarnación, lo que hacen es entregar a Dios su voluntad y su libertad.

Benito Martínez., C.M.

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