“Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”
Ex 20, 1-12. Sal 18; 1 Cor 1, 22-25; Jn 2, 13-25.
En el dialogo del día a día, en las reuniones de grupo y de la familia, comúnmente escuchamos que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, y que por tanto debemos de cuidarlo de todo aquello que lo puede lastimar, y que, al hacer mal uso del cuerpo ofendemos a Dios. Así, al ver algún hombre o mujer bajo el influjo de las drogas sabemos que está actuando en contra de su cuerpo.
No solo las drogas afectan nuestro cuerpo; también lo hace nuestro comportamiento, que nos puede ir destruyendo moral y espiritualmente.
Por esto, en nuestra cultura cristiana, al ver a las personas poner atención a su cuerpo en todas las áreas: deporte, alimentación, educación académica y religiosa, consideramos que es una persona sana, cuida el templo de Dios.
Esto lleva a concluir que es necesario cuidar este regalo que Dios nos ha dado, protegerlo de todo aquello que lo pueda dañar. Este cuerpo que debe ser desarrollado en todas sus capacidades, poniéndolo al servicio de los demás para que sea también instrumento que nos lleve a la santidad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jesús de Luna C.M.
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