Ya, aunque todavía no (Mt 25,14-30)

por | Dic 1, 2023 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 0 Comentarios

Una frase a menudo en boca de Jesús: «El Reino de Dios» —o, en otra versión, «el Reino de Dios, su Padre»—. Y es que el corazón de la misión de Jesús es anunciarlo, y también construirlo. El Reino es el plan de Dios para este mundo, tanto para el presente como para el porvenir.

En el capítulo 25 de Mateo Jesús propone una parábola sobre tres siervos a los que se les entregan algunas de las riquezas de su amo. Uno de los siervos entierra su regalo. En cambio, los otros dos hacen cosas creativas e incluso arriesgadas para aumentar su valor y ganarse así el favor del dueño. El modo activo en que este dúo asume su tarea nos habla de nuestras propias iniciativas para hacer avanzar el Reino de Jesús, nos alerta sobre las distintas maneras en que podemos utilizar los dones que Dios nos ha dado para impulsar el plan del Padre para el mundo.

La idea central de la parábola es que el Amo (Dios Padre) quiere que hagamos avanzar las cosas, que asumamos esta causa que Jesús proclama y practica. ¿Qué significa esto?

De la lectura de los evangelios y de nuestro seguimiento de Vicente se desprenden muchas cosas. Están nuestros esfuerzos por mantenernos sinceros, honestos y fieles a nuestras promesas. También estarían nuestras diversas actividades caritativas: actuar para ayudar a los necesitados, ponernos del lado de los pueblos que sufren opresión en todo el mundo y prestar atención a los que están cerca, especialmente a los que se sienten dejados de lado y rechazados.

Con esta parábola, Jesús nos pide que ampliemos y desarrollemos lo que se nos ha dado, que adoptemos comportamientos que encarnen la acción concreta en su visión del mundo. Estas son las innumerables maneras de mover su programa, nuestras iniciativas para devolver un «dividendo del Reino» a todo lo que nos da.

Pero además de nuestras acciones, está la invitación a confiar en el futuro de Dios. Esto significa recrearnos en su esperanza desbordante, en su aura de expectación de que la plenitud del Reino de Dios está justo delante, que al final «vencerá».

Piensa en esos dos siervos, con los recursos del Maestro, no sólo haciendo cosas muy concretas para traer el Reino de Dios, sino también viviendo con una confianza permanente en que, sin importar los obstáculos, el mundo de Jesús prevalecerá. Lo mismo desde otro ángulo: El Reino de Dios ya está aquí y sigue en camino, ambas cosas al mismo tiempo.

El dominio de Dios, el Reino de Jesús, está irrumpiendo en el presente en todas las acciones que los discípulos llevamos a cabo para hacerlo realidad. Al mismo tiempo, sigue ahí fuera como Promesa, una promesa encarnada en la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor y cimentada en la fidelidad de su querido Abba.

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