Santa Catalina Labouré cuenta que «María sostenía en sus manos una esfera, que simboliza el mundo; sus manos estaban elevadas a la altura de la cintura y sus ojos miraban al cielo. En ese momento, bajó los ojos y me miró”. La mirada de la Milagrosa, es la misma que tenía María cuando miraba a su hijo nacido en Belén, cuando perdido lo buscó y lo encontró en el Templo, cuando en Caná de Galilea vio que faltaba el vino y acudió en ayuda de los novios pidiéndole a su Hijo que hiciera un milagro o cuando vio a tantos enfermos a los que curaba. Y ahora nos mira con ojos compasivos, enjugando el llanto que le dirigimos en la Salve: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos.
Una noche María despertó a santa Catalina para hablar con ella. Con una mirada entristecida la Madre contó a la hija los sufrimientos que veía en el mundo. Y cuando le dice que los hombres, sus hijos, estaban perdiendo la fe hasta matar al arzobispo, sus ojos parecían llorar. Y le pide que acudamos al altar y que haga acuñar una Medalla que será los ojos compasivos con los que mirará a los que la lleven. Por eso está matando la serpiente de la maldad, por eso está esparciendo gracias, por eso en el reverso de la Medalla hay dos corazones, el suyo y el de su Hijo, y cuando santa Catalina le pregunta si añadía algo más en la Medalla, la Virgen le contesta que bastan los dos corazones.
Hoy parece que tener compasión humilla al que sufre. La sociedad es competitiva en los negocios y en la lucha por los puestos de trabajo, sin compasión con los débiles. Nos compadecemos en las grandes catástrofes, pero la piedad no abunda en los sucesos de cada día. La alabanza más agradable que se puede decir a una persona es que tiene buen corazón y se compadece de los que sufren. Por eso la Virgen se apareció a una de las Hijas de la Caridad, fundadas para ejercer la compasión con los pobres. No querer ver la miseria de tantos pobres es impedir a María manifestar su compasión.
Hoy nos atrae más usar la cabeza que el corazón. La inteligencia es admirable para lograr el progreso. Quien la posee y la emplea en bien de la sociedad consigue la justicia y la paz. Sin embargo, es una mirada compasiva la que convence a los pobres de que María es su Madre. Así lo manifiesta la conversación que santa Catalina tuvo con la Virgen la noche del 18 al 19 de julio de 1830. Pero para tener compasión, antes hay que tener ojos para ver el sufrimiento de los demás y comprender su dolor, porque ojos que no ven, corazón que no siente. Los ojos de María están en el corazón de los que llevan la Medalla. Queremos tranquilizar la conciencia, acusando a los pobres de no saber organizarse, no querer trabajar, engañarnos y malgastar su dinero, sin embargo, María dio la Medalla para todos, porque todos son hijos suyos.
Al subir Jesús al cielo, llega la “hora” de dejar actuar a María que quiere ayudarnos a superar los sufrimientos por medio de una Medalla que los necesitados la llaman milagrosa. Una medalla para que miremos a todos los necesitados con la compasión con que su otro Hijo miró a Zaqueo, a la adúltera, a la mujer que sufría flujo de sangre y a la multitud hambrienta. Una medalla de María impartiendo las gracias divinas a todos los que se las piden, y que únicamente pone la condición de llevarla con fe y recitar la jaculatoria ¡Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que acudimos a ti! A santa Catalina le encarga que la propague, porque confiar en ella es creer que al atardecer de la vida, Dios solo nos examinará del amor.
Ante el sufrimiento no podemos quedar indiferentes, pensando que no nos atañe, porque ver y no actuar es dejar al necesitado hundido en su dolor. Es no tener fe, no ser cristiano ni humano, es ser como bestias, decía san Vicente de Paúl, y añadía que la fe nos hace volver la medalla y ver en los pobres al Hijo de Dios, que quiso ser pobre y apreciarlos como él los apreciaba, pues, si los miramos con espíritu mundano, nos parecerán despreciables.
P. Benito Martínez, CM
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