Hay una forma de ver nuestra religión como una serie de verdades que hay que aceptar y luego seguir. Están los diez mandamientos, los comportamientos destacados en las Bienaventuranzas, y también la larga lista de virtudes alabadas a lo largo de las Escrituras. Desde este punto de vista, vivir nuestra fe consiste principalmente en el reto de alcanzar esos ideales, de esforzarnos por cumplir esas normas.

Ciertamente, hay algo de verdad en sostener estos criterios como normas, especialmente las muchas maneras de amarnos los unos a los otros. Sin embargo, este enfoque deja de lado otra dimensión de nuestra vida con Dios, una dimensión complementaria que es igual de vital, si no más. ¿Qué ocurre en el interior del creyente? ¿Qué hay de los movimientos interiores en la vida de un discípulo, no sólo las palabras externas de la oración, sino la experiencia interior que subyace a ellas?

San Pablo, en su carta a los Romanos, aborda esta dimensión interior de la fe. Alguien le dice: «No estoy seguro de rezar, no estoy convencido de hacerlo bien. No sé si consigo llegar a Dios. ¿Cómo lo hago, qué palabras utilizo, cómo lo mejoro?».

Respuesta de Pablo: recuerda que, cuando rezas, no eres sólo tú quien lo hace. Ciertamente, tú mantienes la conversación, pero ocurre algo más: este Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, está orando dentro de ti y junto contigo. Este Espíritu lo está haciendo desde un lugar mucho más profundo que cualquiera de las palabras que puedas inventar, más profundo que cualquier sentimiento que estés experimentando. Este Espíritu Santo está orando desde tu interior, está vivo en tu centro, está viviendo en tu corazón.

Esta dimensión de la oración va más allá de las palabras, nos dice Pablo, es más como un suspiro que se eleva, o, en su expresión, un gemido que sale de lo más profundo. Desde este lugar fundamental, Dios mismo ora contigo y por ti. No eres sólo tú, sino que es al mismo tiempo la voz de Dios que habla desde dentro de ti, orando contigo y elevándose desde dentro de ti.

Una autora de nuestros días, Joyce Rupp, reflexiona sobre esto cuando escribe sobre la Presencia interior. Son «los momentos inesperados que restauran la paz interior y aportan mayor claridad al sentido de la vida. Me dan la seguridad de que no estoy sola. Una Presencia invisible se agita dentro de lo que parece bastante ordinario. Esta Guía oculta mueve mi atención hacia lo que eleva y consuela» («News From Joyce Rupp«, Reflexión – julio, 2023).

Hay un breve conjunto de frases que describen a la Santísima Trinidad y que también arrojan luz sobre esta dimensión de la oración: Dios Padre es para nosotros; Dios Hijo es con nosotros; Dios Espíritu Santo es en nosotros. Sí, nuestro comportamiento externo entra en nuestra vida de fe e influye en nuestra oración. Pero junto a ello, hay también una presencia vibrante que es aún más profunda. Se trata del propio Ser de Dios, presente en su Espíritu Santo, que ora junto con nosotros. Como dice Pablo, es el Espíritu que intercede por nosotros, que habla con nosotros y ora dentro de nosotros. Es el Espíritu Santo de Dios, que lleva nuestras oraciones ante el Padre amoroso, y lo hace a través de Jesucristo, el Hijo amado.

Cuando hablamos con la Divinidad, Dios está ahí mismo, llevándonos y orando en lo más profundo de nuestros corazones.

En una de sus conferencias, Vicente toca este tema. «No, padre, ni la filosofía, ni la teología, ni los discursos logran nada en las almas; es preciso que Jesucristo trabaje con nosotros, o nosotros con él; que obremos en él, y él en nosotros; que hablemos como él y con su espíritu, lo mismo que él estaba en su Padre y predicaba la doctrina que le había enseñado: tal es el lenguaje de la Escritura» (SVP ES XI-3, p. 236).