“Dichosos los pobres de espíritu”
2 Co 1, 1-7; Sal 33; Mt 5, 1-12.
Hoy meditamos las Bienaventuranzas, un programa de verdadera felicidad, el testamento de Jesús en el que nosotros, su Iglesia, debemos centrar la vida.
Me atrevería a decir que quizá Jesús nunca pensó en su propia felicidad, sin embargo, fue el hombre más feliz sobre la tierra, el más pleno, porque su felicidad estaba en poder hacer algo para que los pobres lo fueran; cuando luchaba por condiciones más justas y solidarias para todos, cuando sanaba, perdonaba, liberaba de diversos males y se acercaba a los pobres para darles esperanza.
San Basilio escribía: “Cuando alguien roba los vestidos de un hombre, decimos que es un ladrón. ¿No debemos dar el mismo nombre a quien, pudiendo vestir al desnudo, no lo hace?”. El pan que hay en tu despensa pertenece al hambriento; el abrigo que cuelga, sin usar, en tu guardarropa pertenece a quien lo necesita; los zapatos que se están estropeando en tu armario pertenecen al descalzo; el dinero que tú acumulas pertenece a los pobres”.
En nuestros días, muchos corazones están sedientos de felicidad, ¿de qué manera estoy trabajando para que los pobres sean dichosos, “bienaventurados”?.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. César Cruz Gálvez C.M., formador en el Seminario Vicentino de Lagos de Moreno, Jal., México.
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