“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
Is 52, 13-53; Sal 39; Lc 22, 14-20
Todos los bautizados en la fe de la Iglesia Católica gozamos del sacerdocio común y algunos, por vocación, ejercen el sacerdocio ministerial, una misión muy hermosa, pero muy delicada. El sacerdocio de Cristo (y de sus sacerdotes) tiene los siguientes rasgos esenciales:
–Ha de ser un hombre especialmente constituido por Dios para ofrecer dones y sacrificios: “Porque todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Heb 5, 1).
–Ha de recibir una vocación divina para cumplir esa misión: “Y nadie se atribuye este honor, sino el que es llamado por Dios. De igual modo, Cristo no se apropió la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que se la otorgó el que le dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Heb 5, 4-5).
En esta fiesta la Iglesia nos invita a tomar conciencia de este gran don del sacerdocio. Jesús es el Sacerdote de los sacerdotes, por eso pidamos a él que los siga iluminando en su ministerio.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. César Cruz Gálvez C.M., formador en el Seminario Vicentino de Lagos de Moreno, Jal., México.
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