Hay quien piensa que la llamada “revolución industrial” dio más libertad al ser humano, que las fábricas mejorarían la vida de las personas… y hubo quien estuvo prácticamente atado a su puesto de trabajo. Largas cintas de productos que escupían máquinas. Los obreros debían poner cajitas o cajas, con distintos elementos, hasta llegar al supervisor encargado de ver y vigilar que todo estuviese perfecto para el consumidor y, por supuesto, nadie se podía ausentar de la cinta de producción sin permiso. Tenía que avisar para ir al baño, y así durante 10-12 horas, que era lo que duraba la jornada de trabajo; de alguna manera, eran esclavos involuntariamente, ya que ese trabajo, de la paga, dependía la mayoría para comer, vestirse, etc…

Con mucho sudor y horas de esclavitud, unos conseguían comprarse un utilitario y otros ir pagando el piso.

Durante muchos años se pensó, aún se piensa, que las máquinas nos harían más fácil y llevaderos los duros trabajos. Nada más lejos de la realidad; las máquinas son armas en manos de ambiciosos propietarios de las fábricas, las máquinas y hasta de las personas que trabajan en ellas. El jefe se dio cuenta sutilmente de que podía despedir unos cuantos operarios, ya no les necesitaba, tenía máquinas más modernas que les habían costado muchísimo dinero. Así que, poco a poco, las compañías fueron despidiendo a más trabajadores. Así crearon una bolsa de paro y los que retenían el trabajo se volvieron más sumisos, no fuera que los despidieran.

Así fueron cambiando los tiempos. Las máquinas cada vez más automáticas, el humano cada vez más esclavo de las reglas y de las máquinas. Llegó un día en el que un lumbreras inventó algo llamado computadora, en la que se podían meter millones de datos de las personas, sexo, edad, gustos, amigos, discusiones, y más. Otro lumbreras inventó el teléfono móvil, al principio grande y luego menos. Sus innumerables ventajas. Las personas lo llevamos como una adaptación de la mano. A pesar de estos avances en máquinas y tecnología, el ser humano no es más feliz y la esclavitud es total. Mediante sutiles anuncios y campañas te dicen lo que debes comer y beber. Te convencen de cómo debes vestir y qué zapato o zapatilla llevar, como si tu fueses tonto/a. Tienen departamentos de márquetin que estudian los gustos y la forma de hacernos cada vez más esclavos de sus productos, y al mismo tiempo para esto, deber pasar por la esclavitud ya que lo que posees te posee, es decir, aquello que te es de utilidad te posee. Si tienes un coche, debes de echarle gasolina, cambiar las ruedas, pasar las revisiones, etc… tú eres dueño del coche pero el también es, de alguna forma, dueño tuyo, ya que si no le pones gasolina no funciona. Y así con toda la sociedad de hoy.

Funciona con el viejo dicho: “Tanto tienes, tanto vales”.

Si quieres una vivienda, empéñate, endéudate por 25-30 o más años. Eso sí, están los señores banqueros, los usureros modernos, ellos te prestan el dinero, hipoteca le llaman, y así te atan un poco más, te esclavizan un poco más, más todavía.

Pienso que el hombre moderno se ha volcado en poseer cosas, y las cosas le poseen a él.

Es la esclavitud moderna: cínica y sutil, estudiada por modernos estadistas, especialistas al servicio de las multinacionales y/o del mejor postor. Ellos también son esclavos pues están atados por lo que tienen a costa de pasar por el aro de sus jefes.

Todo esto se resume en que el hombre, el ser humano, se ha volcado en el tener, en el consumir y tirar, más que en ser humano y racional.

Las cosas se han apoderado del alma de las personas. “Es lo que hay”. Es lo que tenemos, ¿quizás porque lo merecemos?

Jesús Ruiz.
Fuente: https://www.hijascaridadee.org/