“No se echa vino nuevo en odres viejos”
Is 58, 1-9; Sal 50; Mt 9, 14-15.
El grupo de discípulos de Jesús causaba extrañeza en todos. No era como los demás grupos religiosos del judaísmo, que, en general, eran personas piadosas que aspiraban a la recta interpretación de la Ley y al cumplimiento fiel y minucioso de los ritos y tradiciones hebreas. Jesús y sus discípulos no parecían hombres preocupados por legalismos ni por ritualismos exacerbados. Mas bien parecía preocuparles la vida ordinaria, la suerte de los pobres, el sufrimiento de los enfermos y la dignidad de los marginados.
Les preocupa, también, la comunión entre ellos mismos, la alegría compartida, las ilusiones que les van llenando el corazón, los sueños que, con Jesús entre ellos, van mirando al alcance de la mano.
Les preocupa que los hambrientos coman, que los tristes encuentren una chispa que ilumine sus ojos de gozo, que las viudas y los huérfanos tengan un futuro asegurado, que los enfermos salten de contento y los pecadores empedernidos encuentren caminos para la generosidad y la bondad.
Yo y tú somos de este grupo. Nos interesa la vida que se desborda, el vino del gozo que se derrama, la fiesta compartida con el Novio. Y, si ayunamos, es porque nos duele el hambre y la miseria de tantos.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón, CM
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