En la madrugada del 27 de setiembre de 1660 moría el sacerdote Vicente de Paúl sentado en una silla. Había nacido el 24 de abril de 1581 en un caserío de Puy, en la Landas francesa. Su madre pertenecía a una familia señores de Peyroux con derecho a imponer la justicia, el horno, el molino, lagar, etc. por los que recibían tributos, al tiempo que se libraban de muchos impuestos. Aquí pasó de niño muchas temporadas, llevando a pastar el ganado por los alrededores a unos tres kilómetros del País vasco francés, donde seguramente aprendió el euskera e hizo los primeros estudios. Varios hermanos de su madre eran abogados con casa de veraneo en Puy. Aquí su madre conoció a Juan de Paúl, padre del santo. Este era un labrador fuerte con bastantes hectáreas de labranza, con bosque y ganado; tenía un rebaño de ovejas y una piara de puercos, dos parejas de bueyes, por lo menos, vendiendo una pareja para pagar los estudios de Vicente, y hasta permitió que su hijo diera 30 sueldos de limosna a un pobre, el salario de tres días de un obrero especializado de entonces. Cuando, a los quince años, fue a estudiar al colegio de Dax, pasó de golpe tres cursos y en sólo dos años se preparó para estudiar teología, lo cual supone que, de niño, aunque guardara el ganado, tuvo profesor particular. Por el testamento que hizo san Vicente pocos años después de fundar a los Paúles vemos que los bienes “paternales y maternales” heredados no eran pocos. Se puede decir que Vicente de Paúl pertenecía a una familia capacitada por la costumbre y la mentalidad social de la época para medrar en la escala social y eclesial sin contradecir a la santidad, pues lo corriente en aquel siglo era que los segundones entraran en la administración pública, en los conventos o en el estado clerical. Así lo vemos en las familias de Saint-Cyran, Bérulle, Francisco de Sales, Arnauld, Marillac, etc.
San Vicente se entrega a salvar a los pobres
San Vicente de Paúl se hizo sacerdote para ganar dinero. Por la urgencia de ganar dinero llegó a ordenarse sacerdote a los veinte años. Por el afán de adquirir dinero le apresaron unos piratas musulmanes y lo vendieron como esclavo en Túnez. Junto con un renegado francés, se escapó y aparece en París, de nuevo afanado en buscar la fortuna. Acusado de robo, es condenado a difamación pública. Es inocente y no encuentra más apoyo que en otro sacerdote, Bérulle, que le aconseja la oración y la confianza en Dios. Y ahora, cuando se entrega a Dios, encuentra la fortuna: es nombrado capellán de la reina Margot, preceptor en casa de los Gondi, párroco de Clichy y de Châtillon, abad de varias abadías, y por sus manos van a pasar miles de millones de la moneda de entonces. Mientras buscaba su bienestar y el de su familia, no veía como primer objetivo a los pobres que andaban por la calle, pero cuando descubrió a Dios en los pobres campesinos de los señores Gondi, y en Paris, fue a buscarle en los enfermos, visitándolos en el hospital de la Caridad, exclamando un día ante los misioneros Paúles: “Ruego a Dios muchas veces al día, que nos aniquile si ya no somos útiles para la salvación de los pobres” (XI, 698). En Chatillon comprende que él solo no puede solucionar el problema de la pobreza, acude a las señoras de dinero y funda las Señoras de la Caridad con sólo mujeres; intentará reunir a los hombres, pero fracasará. La sociedad no estaba aún preparada para ellos. Habrá que esperar la llegada de Federico Ozanam, que asumiendo sus ideas fundará, animado por la Beata Rosalía Rendu, las Conferencias de San Vicente de Paúl. En Gannes y en Folleville san Vicente descubre la miseria espiritual de los pobres campesinos y funda los Paúles. Después fundará las Hijas de la Caridad para solucionar las miserias de los excluidos de todos los lugares a cualquier hora del día. Los continuadores forman la Familia Vicenciana integrada oficialmente por las Voluntarias de la AIC, la Congregación de la Misión, la Compañía de las Hijas de la Caridad, la Sociedad de San Vicente de Paúl y la Asociación de la Medalla Milagrosa.
Compadecido de los galeotes, pide que se le nombre Capellán General de los presos que irán a remar en las Galeras y humaniza las prisiones por medio de las Hijas de la Caridad y de las Voluntarias. Funda casas para acoger a los niños abandonados y, contemplando el hambre que pasaban los pobres debido al mal tiempo, se desahoga diciendo: “En cuanto a los pobres, ¿qué harán y a dónde podrán ir? Confieso que ellos son mi peso y mi dolor. Me han dicho que en los campos la pobre gente dice que, mientras tengan restos de la cosecha, vivirán; pero que después no tendrán que hacer más que sus fosas y enterrarse vivos”. Porque san Vicente tenía presente que “no hemos de considerar a un pobre campesino o a una pobre mujer según su aspecto exterior, dado que con frecuencia no tienen ni la figura ni el espíritu de las personas educadas. Pero dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre, pero, si los miramos con los sentimientos de la carne y del espíritu mundano, nos parecerán despreciables” (XI, 725). No dudaba que, al servir a los pobres, se sirve a Jesucristo. ¡Qué verdad es esto! Servís a Jesucristo en la persona de los pobres. Iréis diez veces cada día a ver a los enfermos, y las diez veces encontraréis en ellos a Dios. Id a ver a los pobres condenados a cadena perpetua, y en ellos encontraréis a Dios; servid a esos niños, y en ellos encontraréis a Dios (IX, 240).
La Familia Vicenciana ha sido instruida para saber integrar la caridad en la acción social. Cuando no se logra integrarla, se corrompe el cristianismo fundamentado en el contacto directo del amor entre personas. Ya no son las personas el cauce inmediato del amor, sino las oficinas. ¡Se acabó aquella idea genial de Vicente de Paúl de atender al pobre en su casa! Y los tiempos no han cambiado, porque también en tiempo de San Vicente abundaban las “oficinas de los pobres”. Bastantes años antes de nacer san Vicente las instituciones públicas habían creado las “Caridades” para los necesitados y el Estado se había adueñado de casi todos los hospitales de Francia. No era una obra caritativa para los pobres, como lo era la residencia de ancianos “El Nombre de Jesús”, organizada por él y santa Luisa. En Mâcon, al este de Francia, el ayuntamiento llevaba años intentando solucionar el problema de los mendigos. No lo logró hasta que pasó por allí el sacerdote Vicente de Paúl y en unos meses por medio de las Señoras de la Caridad (AIC), solucionó el problema uniendo caridad y acción social.
San Vicente no se contentó con ayudar a los pobres, quiso trasformar la sociedad. Se ganó el destierro por pedir al primer ministro Mazarino que cambiase la política a favor de los pobres. Con la ayuda de santa Luisa de Marillac, creó escuelas para niñas pobres, orfanatos, casa de reinserción para los presos, casas de acogida para que las jóvenes no cayeran en la prostitución y creó la primera residencia de ancianos y la organizó por medio de santa Luisa, poniéndoles telares para que los ancianos se sintieran útiles. “Sería bueno -escribía a un P. Paúl- que todos los pobres que carecen de tierras se ganasen la vida, hombres y mujeres, dándoles a los hombres algún instrumento para trabajar, y a las muchachas y mujeres, ruecas, estopa y lana para hilar” (VIII, 66). Pero la revolución mayor fueron las Hijas de la Caridad, al igualar a las chicas de clase baja con las personas de categoría y dedicarlas a obras de caridad y a dirigir grandes establecimientos que en aquel siglo era exclusivo de los hombres y de las mujeres pudientes. San Vicente decía a las Hermanas: “Me diréis: Ellos son hombres y nosotras, pobres mujeres. Sabed que muchas personas de vuestro sexo, atraviesan los mares para ir a servir a Dios en el prójimo” (IX, 1054). Eran una carga explosiva en el sistema social. No es de extrañar que la nueva Compañía preocupara al Procurador General y que la jerarquía eclesiástica temiera por la castidad de estas jóvenes en los viajes y en las casas de los enfermos.
Me encanta la vida, obra y dedicación a los pobres de San Vicente de Paúl. Estoy empezando a involucrarme en el servicio junto con mi familia (esposo e hijos). Gracias a San Vicente de Paúl y su ejemplo de servicio a los pobres.