¿Parcialidad divina? (Sal 146; 1 Cor 1,27-30)

por | Ene 29, 2023 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 0 Comentarios

La palabra «parcialidad» no tiene una connotación especialmente agradable. Suele significar inclinación injusta hacia un grupo y ceguera hacia su opuesto. Al escuchar un buen número de sentimientos agudamente expresados en las Escrituras, uno podría preguntarse si hay parcialidad en Dios. Afirmaciones como: «El Señor hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos. Yahveh abre los ojos a los ciegos, Yahveh a los encorvados endereza, ama Yahveh a los justos, Yahveh protege al forastero, a la viuda y al huérfano sostiene». (Sal 146). Y la afirmación explícita de San Pablo: «Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte» (1 Cor 1,27). ¿Cómo entender esto?

Para empezar, el énfasis no significa que la penuria sea buena en sí misma, ni la riqueza mala. Muchos otros pasajes lo dejan claro. No obstante, hay una advertencia constante de que las posesiones abundantes pueden empañar el sentir de una persona por Dios, y alimentar una ilusión de cierto nivel de igualdad con lo divino. El poder, la nobleza y la fama distorsionan la relación, invirtiéndola. En la frase de Pablo, el ser humano empieza a «vanagloriarse ante Dios». Además, las riquezas pueden cegar a algunos ante la difícil situación de los indigentes, y aislarlos de la indigencia de otros.

Esta inclinación hacia los pobres se entiende mejor como una llamada de atención sobre el valor y la dignidad de los marginados. Como diría Pablo, Dios eligió a los humildes y despreciados del mundo para reducir a la nada a los que valen algo (cfr. 1 Cor 1, 28). Todos, insiste, ricos y pobres, son hijos de Dios, igualmente dignos y amados. Y esto es especialmente cierto en el caso de quienes han sido tachados no sólo de insignificantes, sino también de deficientes.

Es un mensaje dirigido no sólo a los ricos insensibles, sino a cualquiera que se conforme con las desigualdades actuales como «las cosas son como son».

La primera de las Bienaventuranzas de Jesús (sus «reglas básicas para el Reino») es «Bienaventurados los pobres de espíritu». Bienaventurados los que se dan cuenta de que todo lo que poseen es un don y que, a su vez, hay que darlo —o, en una expresión actual, no sólo devolverlo, sino «pagarlo», sobre todo a los necesitados—.

Parcial no es exactamente la descripción adecuada para Padre de Jesucristo. Más acertado sería: solícito, misericordioso, predispuesto hacia los pobres y los que sufren, del lado de la viuda y el huérfano, buscador de justicia frente a la injusticia. Son cualidades que resplandecen en su Hijo, y que han de prender en el corazón de los discípulos de su Hijo.  En Vicente de Paúl, Luisa de Marillac y los muchos que a lo largo de los siglos han saboreado su espíritu, el «sesgo» sigue vivo.

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